—No debo ver, no debo ver.... No debo.
Thorin pegó su espalda a la pared y miró en ambas direcciones. Ese era su trabajo, mirar a un lado y a otro, no a sus espaldas. Aunque si giraba ahora mismo vería la fría roca y todo estaría bien. Pero tenía una tarea y era vigilar. Vigilar que nadie viera, y eso lo incluía también a él.
—¿Y si...? No. —negó, aunque pronto creyó que sería una acción inocente—. Aunque nada pasará si solo es un segundo. Solo una mirada tímida y ya. —Se convenció. Inmediatamente recordó sus deberes, los cuales no contemplaban distraerse espiando a Elizabeth—. No, no debo mirar.
Muy cerca, bajo el abrigo del bosque, unos bellos ojos celestes se perdían en el horizonte. Se veían serenos aunque algo nostálgicos. Thranduil estaba haciendo lo que no hacía desde que era un joven príncipe sin preocupaciones.
Estaba sentado al pie de un gran árbol, con su cabeza apoyada sobre el tronco. Sabía que al incorporarse, sus cabellos probablemente se resistieran, enredados entre los pequeños surcos de la corteza, pero no le importaba. Esos últimos días nada importaba. Él no se debatía entre ver o no ver, porque todo estaba ocurriendo una y otra vez en su mente; lo único que quería era que aquella imagen desapareciera, pero no podía.
Su imaginación volaba sabiendo lo que estaba ocurriendo al otro lado del reino y su mente no le daba tregua. A eso se le sumaba su propia voz como un eco retumbando en su cerebro.
«Yo... Me preguntaba qué te gustaría más, que la boda se hiciera aquí dentro, o en el bosque. Te prometo que estarás a salvo en todo momento si quieres que sea afuera. Pondré guardias en todas partes y yo mismo portaré mi espada. No permitiré que nadie te haga daño, te protegeré.»
—Elfo estúpido. —Se dijo a sí mismo con enfado—. Ni siquiera tuviste el valor de decírselo.
Frente a la cascada del bosque, Elizabeth tenía la piel como marfil. Creyó que el agua cayendo sobre su cuerpo le haría sentir frío y tiritar, pero no. Estaba fresca y a punto. ¿Cómo era eso posible? «Tal vez los nervios no me permiten sentir nada más que eso, nervios.» Pensó. Elizabeth seguía la tradición que su amigo Elros le había comentado: «Hay que bañarse bajo la cascada de Mirkwood antes de contraer matrimonio. Ambos deben hacerlo.»
Thorin accedió un poco a regañadientes; mientras fue un príncipe mantuvo una higiene impecable, pero durante los años que vagó por la Tierra Media en busca de trabajo a cambio de refugio y comida, y luego, durante su viaje con la compañía, el no bañarse se le hizo algo habitual. Pero las cosas eran diferentes ahora, Elizabeth quería un esposo aseado y prolijo, y eso tendría, incluso si el objetivo implicaba bañarse más de la cuenta.
Así que lo hizo. Él fue el primero en darse una ducha bajo el agua de la cascada, mientras la humana se ocupaba de sus asuntos con las elfas, que le ayudaban confeccionando un vestido y adornando el lugar. Ahora quien estaba dándose el baño correspondiente era ella, y él había accedido a vigilar el perímetro para que no hubiera nada que la interrumpiera, ni nadie que la observara... Casi nadie.
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Cara a cara | LEE PACE | EN EDICIÓN
Fantasy¿Qué pasaría si descubrieras que el mundo está lleno de personas iguales a ti? Ned es un pastelero que lleva una vida tranquila pero diferente. No solo posee una gran habilidad para crear deliciosas tartas sino que también posee un don, puede volver...