010.

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Debieron ser las dos de la mañana cuando el timbre del apartamento resonó por toda el hogar. Dos veces.

Se quedó quieta esperando a que Bin fuese quien se pusiera en pie para atender, pero pareció ser ella la única que pudo escucharlo.

Lo dudó un momento, estirándose entre las sabanas en dirección al reloj en su mesita de noche. ¿Quién se iba a atrever a aparecer a esta hora?

Un millar de pensamientos paranormales podrían pasar por la mente de cualquier persona, pero para Mae, aquello siempre había sido cuentos que sólo existían. A pesar de que ya no tenía en su posesión lo único que podría hacerla sentir segura, no podía darse el lujo de tener miedo.

De inmediato, se dijo a sí misma que había actuado demasiado rápido cuando llegó a la puerta y lo único que pudo escuchar eran los ronquidos de su amiga, tan altos que alcanzaban la sala.

Esperó, de pie a que el timbre volviera a sonar para confirmarle que no había sido su imaginación. Pero nada sucedió durante unas largos y eternos segundos en los que sólo pudo escuchar su respiración.

Había girado para volver a su habitación cuando un quejido, bajo y entrecortado, pero lo suficiente alto para que se colara por la puerta la hizo detenerse.

Se abrazó a sí misma, llegando a observar el reloj fluorescente de la cocina marcando casi las tres de la mañana y observó el pasillo que dividía su recámara de la de su compañera, dudando en si buscarla o no. Por miedo.

Sólo mira por el visor, Baek Mae, logró decirse antes de estirarse hacia el susodicho y diminuto objeto, frunciendo el ceño en cuánto pudo observar el distintivo pelo de aquél hombre cabizbajo, abrazándose a sí mismo como ella estaba haciendo.

Después de lo ocurrido esa misma noche, cualquier persona que estuviera en su sano juicio no hubiese abierto la puerta. Pero, ella, sin embargo, como si algún espíritu inmundo hubiese tomado posesión de sí, la abrió sin dudarlo, con el ceño fruncido en busca de explicaciones.

Y todo empeoró cuando se dio cuenta de la sangre que salía de la nariz del rubio, tanto como su rostro se encontraba totalmente golpeado.

La sonrisa chueca que se formó en sus hinchados labios no la tranquilizó y, sin darse cuenta, tomó con sus manos su mandíbula, haciendo que la mirara.

- Se me ha olvidado darte la cruz.

La joven apretó sus dientes absteniéndose de sisear en fastidio cuando, a pesar de todo, él siguió con la burla con la que tanto hábito le había cogido con tratarla.

Le había quedado claro que estaba loco... pero ahora le había quedado en claro cuánto.

- ¿Ya no la quieres? -preguntó entre los balbuceos que hicieron a la peli-negra darse cuenta de que había estado bebiendo, pésimamente.

Dejó de tocarlo, dando un paso hacia atrás mientras volvía a examinar cómo se veía: toda su ropa estaba arrugada, lo que antes había sido un atuendo digno de una pasarela, ahora se veía moribundo, sucio. Sabrá Dios en qué lugar se había revolcado.

Su frente sangraba proviniendo de una fina línea arriba de su ceja y su pómulo izquierdo se encontraba hinchado y oscuro.

¿Quién le había podido haber hecho semejante daño? Y, sobre todo, ¿por qué?

Ella hubiese sugerido aquello mismo si le hubiesen preguntado; si le hubieran dicho que le cumplirían cualquier favor, aquél hubiese sido el primero en pasar en su cabeza. Pero, el simple hecho de verlo frente a ella, inusualmente indefenso, perdido y con una mirada que jamás pensó que vería en él, no lo pudo evitar.

CHÈRIE | JUNG HO SEOK.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora