La primera y última vez que había estado en una iglesia había sido con siete meses de vida y sin tener ni una puta idea qué hacía ahí.
Por esto, la sensación cuando pisó la única iglesia católica que había en Seúl no fue una de las mejores. Pero, quería estar allí.
Se dejó caer en uno de los duros asientos de madera, soltando un suspiro que hizo eco en cada esquina del lugar; no había nada peor que una iglesia vacía, pero en ese momento le parecía algo un tanto reconfortante.
Cerró los ojos e inhaló el olor a incienso viejo que desprendía por cada fibra de las paredes. Los abrió y posó su mirada en la gran imagen del niño Jesús colgada detrás del púlpito, no pudo evitar esbozar una sonrisa burlona ante los miles de pensamientos que sacudían su cabeza: dos años y medio sin ver luz, sin libertad... dos años en la cárcel y el primer lugar que se le había ocurrido había sido ese.
Volvió a suspirar, pero esta vez, alcanzó la cajetilla de cigarros que se escondían en su bolsillo trasero para luego llevarse uno a la boca.
Fumar en una iglesia era lo más irrespetuoso que se podía hacer, además de encima haber corrompido la ley por varios años y ni haber pagado la mitad... de igual manera, qué más daba.
Jugó con el cilindro de tabaco entre sus dientes mientras se dignaba a buscar un encendedor en alguno de sus bolsillos, pero, al final, acabó gruñendo por lo bajo al no encontrar nada.
Bufó una pequeña risa volviendo a encontrarse con la imagen inmaculada y se sacó el cigarrillo de la boca.
- Está bien, no hago nada -se rió sólo volviendo a entrar el objeto en la pequeña caja.
Se estiró sin importancia y colocó sus manos detrás de su nuca para admirar todas las obras cristalinas que decoraban la iglesia: eran verdaderamente hermosas, extrañas y atractivas por no decir hipnotizantes. Despertaban la curiosidad de cualquiera.
Se mordió el labio. Como ella.
- ¿Has terminado?
Chasqueó la lengua y no se dignó a girarse al corpulento peli-negro de mediana estatura cruzado de brazos en la entrada. Pero no le bastó mirarlo para saber que estaba irritado.
Carraspeó antes de ponerse de pie y arreglarse la camisa negra que llevaba puesta para luego dar media vuelta hasta la entrada encontrando los ojos de Jimin ungidos en diversión.
- ¿No te vas a persignar?
Rió sin abrir la boca antes de palmearlo con suavidad en el hombro y girarse una vez más hacia el lugar espiritual.
- Ni de broma.
Se hizo paso a bajar las escaleras de la entrada mientras empezaba a sentir el sol de pleno verano arderle en los pelos de la cabeza. Dio un profundo suspiro por tercera vez y llevando una de sus manos para hacerse sombra sobre los ojos, se giró en busca de Jimin.
Observó con los ojos entrecerrados cómo el peli-negro miraba aún hacia dentro del lugar, con los labios hechos una fina línea.
Le silbó con precisión y el menor brincó un poco sobre sí mirándolo, medio sonrió y bajó las escaleras siguiendo su camino luego de dar una última ojeada al lugar. Pasó por delante de Hoseok guiándolo en silencio hasta su auto, y, sin ninguno decir palabra, entraron en el vehículo.
El rubio se sentía extraño, para no decir triste: la idea de que había estado encerrado se le repetía en la cabeza sin dejarlo admirar el paisaje en paz. Los recuerdos le causaban culpa por todo lo que había dejado incompleto... todos a los que había dejado incompleto.
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CHÈRIE | JUNG HO SEOK.
FanfictionLIBRO SIETE. "-esto sólo iba a ser un juego, nada más." - leer: todas las historias de la saga antes que esta. ©clitaeris; 10/17. contenido sexua no copia parcial ni adaptación sin mi permiso.