XXXIII.

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severus snape

Durante las vacaciones, Diana, Harry y Ron tuvieron que buscárselas por su cuenta, sin ayuda de Hermione, para encontrar a Nicolás Flamel, ya que su amiga se había marchado para pasar la Navidad en compañía de su familia.

Los planes de Diana eran pasar más tiempo con su hermano y su mejor amigo durante aquel periodo de tiempo pero, mientras en su cabeza solo cabía el nombre del misterioso personaje del que Hagrid les había hablado y la misión que tenía de descubrir de quién se trataba, las de los dos chicos se centraban en cosas muy distintas. El nombre de Flamel aún estaba presente en ellas, pero otras cosas le hacían sombra.

Harry parecía estar en una nube, constantemente en un estado de felicidad, hablando de lo bien que se lo estaba pasando, y que aquella era su mejor Navidad con diferencia. A Diana le encantaba verle contento, pero aquello era una exageración.

A Ron, de la nada, le apareció el extraño hobby del ajedrez, y cada vez que Diana y Harry se aburrían o no estaban haciendo nada, les ofrecía clases del juego, que el de pelo azabache trataba de rechazar en vano (nunca logró decir la palabra "no"). La pelirroja no tenía problemas en negarle nada a su hermano.

Así que, poco a poco, Diana dejó de pasar tanto tiempo con ellos, y se sumergió cada vez más y más en un mar de nombres de magos. En casi todos menos el que buscaba; Nicolás Flamel. Llegó a pensar en preguntarle a algún profesor, pero si sabían lo que guardaba aquel perro (¿Fluffy?), quizás sospecharían. Descartó esa opción en seguida.

Todos los días se convirtieron en la rutina de despertarse, desayunar, ir a la biblioteca, comer, ir al aula de pociones (sin permiso) y practicar, cenar e irse a dormir. De vez en cuando, la actividad de después del almuerzo era sustituida por tiempo con su amigo y su hermano, que nunca desperdiciaban. Estaba bien tener una distracción y reírse un rato, pero Diana no se permitía perder mucho tiempo. Diana había tratado de olvidarse de sus estudios de pociones por un tiempo, pero su meta de sorprender a su profesor seguía persiguiéndola.

Tan asumida tenía Diana esta rutina, que la víspera de Navidad se fue a dormir como cualquier otra noche, y se despertó, al día siguiente, como si se tratase de cualquier otro día. Al ver, sin embargo, en su cuarto, un regalo con su nombre, recordó de qué fecha se trataba. Lo abrió, encontrándose con el típico jersey Weasley que su madre le hacía a ella y a todos sus hermanos todas las navidades. Era verde, y el centro estaba decorado por una D, cosida en gris.

Se lo puso en seguida y, dándose cuenta de que aún era temprano, se apresuró por salir y dirigirse al aula de pociones. Su plan era practicar una receta (una como mínimo) antes de ir a desayunar y pasar el día con su familia y amigos.

La clase estaba vacía, como de costumbre, y Diana se apresuró por sacar un caldero del armario y ponerlo a hervir. Trató de hacer una poción ignífuga (que protege contra el fuego). Metió todos y cada uno de los ingredientes en el recipiente, los calentó y, cuando ya estuvieron mezclados, lo dejó enfriar antes de meterlo en un vial que había en la mesa de Snape. Si realizó bien la poción y servía o no, no lo supo saber, porque antes de que lo pudiese probar, el mismo profesor que impartía aquella asignatura y que ella esperaba impresionar, apareció por la puerta.

Al principio, Diana no notó su presencia, pero cuando la llamó por su apellido, la pelirroja perdió el color de su piel y sus ojos se abrieron mucho. Se preguntó si se podía echar a alguien de Hogwarts por hacer pociones sin supervisión, o entrar en clases cuando no se le estaba permitido. La respuesta parecía obvia (no, por supuesto que no) pero Diana estaba demasiado aterrorizada como para pensar con claridad.

—P-profesor Snape. Lo siento, recogeré esto y desapareceré —anunció, cogiendo el caldero y dirigiéndose, de manera atropellada, al armario del fondo.

Snape esperó a que la niña terminase de hacer lo que se proponía antes de hablar.

—¿Qué hace usted aquí, señorita Weasley? —para la sorpresa de Diana, no sonaba enfadado, sino curioso.

—Practicaba —Snape solo arqueó las cejas, así que Diana se preparó para darle más explicaciones—. Trataba de hacer una poción ignífuga.

—¿Y bien?

Diana frunció el ceño.

—¿Y bien qué?

—¿Ha funcionado?

Diana relajó su rostro, y se permitió curvar un poco los labios al responder:

—No lo sé, no he podido probarla.

—Pues ya me dirá cuando lo haga —contestó él y, sin darle más importancia al tema, añadió—, ahora váyase. Es Navidad, ni siquiera las pociones son tan importantes hoy.

Diana asintió de inmediato, en shock interno por el comportamiento tan dulce de Snape. Cogió el vial con su poción antes de caminar hasta la puerta.

La siguiente acción que hizo, le sorprendió hasta a ella misma, pero no pudo evitar hacerla. Se dio la vuelta y, con determinación, le dijo a su profesor:

—Profesor Snape, tengo una duda —él, con un gesto, la invitó a continuar—. Tengo en la cabeza el nombre de un mago y sé que lo he leído en alguna parte, pero no logro recordar quién es ni qué es lo que hizo y pensé que a lo mejor usted lo conocía. Su nombre es Nicolás Flamel, ¿le suena?

Y así era. No solo le sonaba a Snape, sabía exactamente quién era y no dudó en transmitirle aquella información a Diana. Cualquiera que tuviera malas intenciones no haría eso, pensó ella, ¿verdad?

***

Verdad.

❛i. venomous❜ harry potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora