XXXVIII.

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harry potter

De nuevo, a Diana le tocó la frustrante y ardua tarea de investigar sobre algo teniendo la mínima información para empezar. Aquello de rodearse de libros y llenarse de datos y fechas y nombres innecesarios ya parecía costumbre para la pelirroja.

Sin embargo, los libros que eligió esta vez, a diferencia de los que había investigado en su búsqueda por Nicolás Flamel, no iban de personas, sino de lenguajes, idiomas y traducciones. Veréis, lo que Diana supuso era que, si conseguía descifrar qué decía aquella supuesta inscripción que continuaba escribiendo inconscientemente en los libros de clase en cuanto se encontraba distraída, descubriría que es lo que mostraba aquel espejo, y si se podía hacer realidad (información que habría encontrado de manera mucho más rápida si buscaba la palabra espejo en un listado de objetos mágicos cosa que, sorprendentemente, no se le pasó por la cabeza).

Seguía sin recordar que era lo que había visto, pero tenía un deseo irracional a que fuese tangible, y se fusionase con su realidad actual. Mirándolo de manera lógica, Diana dudaba que un aparato así de poderoso se guardase en un colegio de magia, pero ella solía ignorar lo racional.

Intentó de todo; cambiar de lugar las letras, encontrar un idioma parecido a aquellas palabras, o incluso una fusión de dos o más lenguas, y otras cosas mucho más rebuscadas como unir todas las primeras letras de cada una de las palabras, luego las segundas, después las terceras, etc..., cosa que llevó a una colección de símbolos con incluso menos sentido que antes, si es que eso era posible.

Así que, pronto, Diana empezó a sospechar que se había saltado algo al visitar el espejo (de lo que no podía asegurarse ya que no se acordaba). Alguna pista clave de para qué y cómo funcionaba el aparato. Se acercó, pues, a Harry, al día siguiente, y le pidió que le llevase de nuevo frente al sujeto de sus dudas.

Harry aceptó, emocionado, de repente, al ver a su amiga haciendo esfuerzos por encontrar respuestas para aquel misterio.

Así, ella se encontró frente al cuadro que marcaba el comienzo de la sala de Gryffindor, esperando a que su amigo de pelo oscuro se asomase tras él y le guiase por la noche, tras haberse escabullido entre una Pansy dormida en su cama y un Goyle roncando en el sillón de la Sala común.

Pero aquello no sucedió. Diana no contó el tiempo, pero juraría que pasó algo más de media hora hasta que vio a Harry, que no salía de la sala común, sino que se dirigía a ella.

—¡Harry! —se levantó Diana del suelo, donde había esperado sentada durante un largo periodo de tiempo, escribiendo una y otra vez las palabras sin sentido que había memorizado en su mano, casi inconscientemente— ¿Dónde narices has estado? Tenías que llevarme al espejo, ¿recuerdas?

Harry se rascó la nuca, pero asintió.

—Sí, lo siento, es que, um...

Diana se cruzó de brazos.

—Dumbledore quería hablar conmigo.

—¿A las doce de la noche? —Diana levantó las cejas, pero no descartó que el chico dijese la verdad. Es decir, era Harry Potter, había muchas probabilidades de que el mago quisiese hablar con él. Si Ron o cualquier otro se lo hubiese dicho, Diana ya estaría mofándose de él.

—Era muy importante —dijo él rápidamente, pasando al lado de Diana y listo a decirle a la señora del cuadro la contraseña. Antes de que pudiese hacerlo, la pelirroja le agarró del brazo algo fuertemente, haciéndole mirarla a los ojos.

❛i. venomous❜ harry potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora