Ramona

466 67 12
                                    

Extraño casa.

He vivido en la colonia Juárez, calle Niños Héroes, casa número 8976, frente a la refaccionaría del señor Andrés toda mi vida, pero últimamente mi casa no se siente mi casa, mi cuarto no se siente mi cuarto, mi familia no se siente mi familia.

Papá está viendo la repetición de un partido de fútbol en su recamara y grita "¡goool!" como si fuera la primera vez. Cuando no está celebrando una anotación o gritándole palabrotas al coach, puedo escuchar los sollozos de mi hermana. Sé que está llorando en la sala.

Creo que la golpeó de nuevo. Papá suele golpear seguido a Ramona desde que mamá dejó la casa hace casi como un año para irse con un amigo del trabajo. Dice que de ninguna manera permitirá que Ramona se convierta en la clase de mujer que fue mi madre.

—Antes muerto que viéndote seguir los pasos de Clara—declaraba mirándola fijamente antes de dar un último mordisco cada noche en la cena.

Las primeras veces que lo dijo yo no entendía quién era Clara. Supuse que sería alguien bastante mala. Pero cuando me enteré de que era mi madre (y de que mi madre tenía nombre) las cosas me cuadraron menos porque mamá no es mala. O bueno, no era mala.

A veces también quiero preguntarle porqué habla de mamá en tiempo pasado y porqué convertirse en el mismo tipo de mujer que ella sería algo malo, pero prefiero guardarme mis preguntas porque la mayor parte del tiempo se le ve bastante molesto y presiento que cuestionarlo sólo lo enfurecerá aún más.

Creo que la razón por la que más extraño casa es porque ella ya no está aquí. Porque la cocina ya no huele a su mole o a su pastel de tres leches o quizás porque mi ropa dejó de oler a limpio hace ya bastante tiempo.

Hoy en la noche, Ramona me dice que me quiere y que está pensando en irse a vivir con su novio porque no soportaba a papá. Me dice que quisiera llevarme con ella más que otra cosa en el mundo, pero que la casa de Carlos es pequeña y que a sus padres no les gusta andar acarreando a los mocosos. Me hace prometer que no diré nada y después se queda dormida.

Yo no puedo dormir.

Esta mañana, Ramona prepara el desayuno mientras papá sigue dormido.

Hace huevos con chorizo y me sirve un jugo de uva que se compró en la tienda de Don Otilio. Ella bebe agua natural. No se lo digo, pero en cada cucharada, agradezco internamente cada vez que ha cocinado para mí.

Lava nuestros platos y me pide que los seque mientras ella va por su mochila. Asiento y lo hago.

En la entrada de la escuela, se despide de mí con un abrazo y los ojos llorosos. Me besa la coronilla y a penas lo hace, corre con fuerza, agarrándose de las tiritas de su mochila. Se nota a leguas que le tomó más de un intento, lograr cerrarla.

Antes de girar en la esquina, me dice adiós con su mano izquierda y por un instante, ruego que no se vaya, que se arrepienta, que se quede conmigo en este infierno.

Y al segundo de pensarlo me siento la persona más egoísta del mundo.

Porque quiero salir de aquí tanto como ella.
Porque finalmente lo está logrando y yo envidio su libertad.
Inevitablemente lo hago.
Pero nunca le desearía esto a mi hermana. Nunca le desearía esto a nadie.

La antología de cuentos de Liz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora