Parlanchines enamorados

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­—A ver Maya, pero ¿estás segura?

—Que sí, mamá. Bueno... eso creo, que sí. Mira, todo esto es muy confuso pero de lo único de lo que estoy segura es que me gusta estar con él. Mucho. Cuando lo tengo por un lado siento ganas de sonreír todo el rato... ¿Sabes que es raro? No lo sé, normalmente cuando comienzo a hablar con una persona, en algún punto de la conversación viene a mí un pensamiento que ruega que por favor no se terminen los temas de conversación para ahorrarme la pena de inventar un "¡ay discúlpame, quedé en marcarle a mi amigo por esta hora!" o "fíjate que acabo de acordarme que quede con mi amiga, ¡pero qué tonta, es tardísimo!". Con el no me pasa eso. Con Esteban nunca se me ha pasado eso por la mente. Al contrario, me pregunto si alguna vez el tiempo me bastará para contarle todo lo que quiero contarle. Siento que con él podría hablar cómodamente del libro que leí anoche, de lo bonita que es la luna o de lo bochornosa que fue mi primer día de clases en la secundaria. Me gusta la manera en que me presta atención y me fascina cuando él me cuenta sus cosas. Me siento especial. Y no estoy segura. No quiero sacar conclusiones apresuradas ni subirme los humos a mí misma, pero algo dentro de mí me dice que esa sensación, sentimiento, llámale como quieras, es mutuo.

Rubí, sorprendida por la honestidad y audacia de su hija reacciona a tomar sus manos y estamparle un beso que queda tatuado en la frente de Maya.

—Entonces no me queda ninguna duda. Estás enamorada.

La antología de cuentos de Liz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora