La antología de cuentos de Liz.

Continuación feliz

Escribo frases inútilmente.

Borro, tacho, quito.

A mí nunca se me ha dado bien escribir. A ella sí.

Todavía recuerdo cuando era más pequeña y cargaba cuadernos por doquier, cada uno contaba una historia diferente. A veces me los leía para dormir.

Algunas de ellas eran completamente reales. Anécdotas, diarios, crónicas de hasta el más mínimo detalle de su día. Otras eran historias inventadas o una combinación entre ficción y realidad. Mis favoritas eran aquellas que eran completamente fuera de este mundo, llenas de magia, seres increíbles y finales felices.

Lo cierto es que cada historia tenía un trozo de ella, era como si grabase su alma en hojas de papel. Algo casi mágico.

Sacudo mi cabeza hacia donde sea y trato de librarme de los recuerdos porque estoy consciente de que si sigo pensando en ello, voy a soltarme a llorar en cualquier momento.

Escribo frases inútilmente.

Me hubiese gustado que sellase su última historia con su firma y un final feliz. A ella le encantaba leer cuando al final de una épica historia los protagonistas vencían al mal y vivían «felices para siempre». Yo quería eso para ella, ella merecía más que nadie en este mundo, su final de cuento. No. No su final. Su continuación. Donde pudiera ser alegre, compartir sus historias con el mundo, encontrar el amor verdadero y llevarme con ella lejos a un reino muy muy lejano.

Eso me gusta.

Lo escribo.

Nada ocurre.

Borro, tacho, quito.

Siento los ojos cargados de lágrimas. Y sé que por más que lo intente no seré capaz de cambiar el final.
Me desespero, me enojo, lloro y rompo la hoja en mil pedazos.

Su carta de despedida está en todos lados.

La caligrafía de mi hermana, la esencia de mi hermana, las historias de mi hermana están en todos lados. Pero ella no está aquí.

Yo en cambio, estoy aquí, viviendo en climax de mi propia historia, siendo consciente de que ningún príncipe, hada madrina o hermanastra (en este caso: una buena), me rescatarán.