Acercamiento

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Era hora hacerlo, pero tenía que planear bien las cosas, tengo que darle mis requisitos, otra vez.
Toqué la puerta y un "pase" dicho muy seco me provocó escalofríos.
Al abrir la puerta pude verlo, me observaba de arriba para abajo. Tengo que admitir que desde pequeña mi cuerpo empezó a desarrollarse muy bien, me gustaba y sentía segura de el a pesar de que no iba muy seguido al gimnasio desde que empecé a trabajar en la clínica.

-Tenemos que hablar.

Le dije en tono serio, aunque pude sentir por las expresiones de su rostro que no le puso atención a mis palabras, me miraba con deseo y eso me molestó más.

-No estoy jugando, tenemos que hablar.

Dije mientras me acerqué a la cama para agarrar una almohada y cubrirme más.

- ¿Que es lo que quieres?

- Mira, quiero ser tuya, quiero que seas tú mi Spanker, pero quiero que tú seas mío. No quiero que andes con Laura ni con cualquier otra mujer, quiero ser solo yo. Así como tú solo mío.

Mi miró seriamente sin articular palabra alguna.
A lo mejor arruiné las cosas. Me decía una y otra vez.
Él se acercó y me dijo:

Eso es algo que no se podrá. Yo no soy hombre de una sola mujer. Lo siento, pero en verdad me gustas. No creo que eso sea un impedimento, tú no serás mi mujer, yo solo seré tú tutor de disciplina. Estás siendo egoísta, intentando manipularme a través de tu chantaje. Y eso, señorita, es algo que me molesta.

No tuve tiempo ni de responderle cuando me jaló del brazo y se sentó en la orilla de la cama. Me puso sobre sus rodillas y empezó.

Tomó mis manos sosteniéndolas en mi espalda con su mano izquierda.

-Tienes que aprender a ser más puntual, pequeña.
Dejó caer una nalgada fuerte sobre mi nalga derecha, luego por la izquierda y así sucesivamente. Parecía que cada nalgada era aplicada con más fuerza, mis nalgas me empezaron a doler, me ardían, pero yo solo pensaba en sus hermosas manos y el contacto que hacían con mis nalgas. Esas manos tan únicas, tan hermosas. Y tan deseadas por años.
Mis bragas empezaron a humedecerse y yo sentía vergüenza de que llegara a notarlo.

Se detuvo. Y así pasó.

Me puso de pie y yo llevé mis manos directamente a mi trasero, me dolía, si, pero mi mente vagaba por otros lados. Mientras me sobaba observaba sus manos, que las considero una de las cosas más atractivas en un hombre. Y las de él, eran perfectas.

-Estás demasiado distraída. Tengo que admitir te miras hermosa, creo que si hubieras elegido cualquier otra cosa de la que te mandé hubieras ganado el juego, todo te sienta bien.

Me sonrojé. Me sentía bien, que él me dijera eso sobre mi cuerpo me gustaba.

Te daré a elegir qué deseas para tu castigo. Me dijo mientras me guiaba a un cajón largo donde tenía muchos instrumentos, demasiados.

-Elige tú, por favor. -Le dije mirándolo.

Él sonrió y me susurró al oído:

Pon unas almohadas en el centro de la cama y acomódate de manera que tú trasero quede arriba y se me facilite azotarte.

Un cosquilleo recorrió mi cuerpo al escucharlo y sonreí. Tenía miedo por lo que vendría pero parte de mí lo esperaba expectante.

-Sorpréndeme. Le dije mientras caminaba hacia la cama para hacer lo que me había pedido.
Me recosté y sentía mis nalgas descubiertas, pues las bragas no las cubrían mucho.

Él se acercaba lentamente y llevaba en sus manos una vara. Mis nalgas nunca habían probado la sensación de ser castigada con vara, pero había leído que ardía demasiado. Los nervios invadieron mi cuerpo.
Estaba detrás de mí, volteé y miré como se estaba desabrochando el cinturón. Y a su vez, mis bragas se humedecían aún más. Ese hombre me excitaba con cualquier cosa que hiciera, es que era tan atractivo y varonil. Tan fuerte, su cuerpo lo favorecía en todo y sus facciones eran únicas, simplemente únicas.

El primer cintarazo me cayó de sorpresa y di un leve quejido, no me lo esperaba.
Siguió con el segundo, tercero, y así sucesivamente. Con fuerza.

-Esto no es un juego y tampoco lo hago para causarte placer. Tienes que aprender a comportarte. Pude ver como sonreías y desde aquí puedo notar como lo disfrutas, pero veamos si lo sigues disfrutando querida.
Me decía mientras me pegaba. Sentía mis nalgas en llamas, me dolía. Los cintarazos impactaban mis nalgas de manera continua y con mucha fuerza. Hasta que no pude más y adiós orgullo...

-¡Perdón! ¡Perdón! Me duele, suéltame. Yaaaa. Por favooooooorrr.

Me dolía demasiado. Ya no sentía placer, solo pensaba en el ardor de mis nalgas y él seguía pegándome sin descanso alguno. Con la misma intensidad, ya llevábamos como 20 minutos. Lo sé por el reloj que tiene enfrente. Parecía que nunca se cansaría, su fuerza en cada cintarazo era la misma y hasta más.

Mi cara era un mar de lagrimas. Yo no estaba acostumbrada a que me castigaran de esa manera.

-Por lo que más quieras. NO SIGAS POR FAVOOORRR PERDÓNAMEEEEE.

Gritaba pero parecía que a él no le importaba.
Pataleaba y me retorcía pero él no se detenía, había perdido la cuenta de los cintarazos que llevaba. Eran demasiados, no podía más, metí las manos pero ese fue un error que lo lamentaría después.
Se detuvo.

-Quiero que estires tus manos.

Yo estaba llorando, nunca nadie me había visto llorar de esa manera. Como una niña.

-¡¡¡QUE ESTIRES TUS MANOS, OBEDECE!!!

Puse mis manos como me lo pidió y con la vara empezó a pegarme en ellas. Lloré aún más rogándole que se detuviera pero parecía que entre más se lo pedía más fuerte me pegaba.
Por fin dejó de pegarme en las manos y se fue detrás de mí.
Escuché aquel silbido de la vara cuando la levantaba, rápidamente un fuerte impacto cayó en mis nalgas demasiado lastimadas ya.
¡Aaaaaayyy! Fue lo que grité, muy fuerte. Mientras lloraba y le seguía rogando que era suficiente. Que ya había aprendido la lección. Ya no me importaba si sus empleados me escuchaban, solo podía pensar en mis nalgas. De verdad no aguantaba más, era demasiado.

-CÁLLATE. Fue lo único que escuché, mientras seguía azotando mis nalgas fuertemente con la vara. Sentía un ardor horrible.

-Tienes que aprender a comportarte como una mujer. Aunque al parecer te gusta comportarte como niña, pero ni las niñas tienen esa arrogancia que tú tienes. Debes aprender a comportarte, te dije que cuando castigaba lo hacía en serio querida.

Siguió pegándome. Parecía que nunca se cansaría, sentía que mis nalgas sangraban de lo que me dolían. Después de sus palabras siguió 20 minutos más, consecutivos, pegándome con fuerza. Yo ya no pataleaba, ya no gritaba, solo lloraba. Lloraba mares. Estaba resignada y no aguantaba. Por más que le prometiera y rogara él seguía sin poner atención alguna a mis súplicas.

Por fin terminó. Llevé mis manos hacia mi trasero pero no pude ni sobarme de lo que me dolía. Era horrible.

-Ponte de pie.

Mis nalgas me dolían horrible así que lentamente lo hice. Sentía que mi trasero me punzaba, lo sentía en llamas.

Él tenía cara seria. Y solo me miraba.

Sonrió, esa sonrisa llena de satisfacción.

-¿Te sigue gustando mi niña? Dijo mientras se reía.

Yo solo lloraba, no podía contestarle nada porque no se me entendería.

Me acerqué a él y lo abracé, cuando él me correspondió el abrazo me solté llorando aún más...

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