Capítulo 1

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—¿Estás seguro de esto, bro? —preguntó Kuroo, algo inseguro. 

 Miraba la vieja bicicleta de reojo mientras que se montaba a su propio transporte de dos ruedas; pensando si ese sería el día en que Kotaro por fin moriría de forma tremendamente estúpida.

—Sí, no importa si anda medio chueca —sonrió muy seguro de si mismo, pensando realmente que podría manejar ese manubrio herrumbrado y medio salido.

—¿Y si te caes y tu "hermosa cara de modelo" se rompe contra el suelo? —cuestionó el azabache utilizando sus dedos índice y medio para formar las comillas.

—No me va a pasar nada, si estoy en una racha de suerte —rió el chico de raíces oscuras y se subió a la bicicleta sin miedo alguno. 

 Apenas pedaleó en al bajada, la cadena se trancó, siguiéndole las ruedas. Logrando así que Bokuto casi cayera de cara al suelo.

—A este paso voy a llevarte en silla de ruedas, Bo —carcajeó Kuroo entre dientes.

 Discutieron unos minutos sobre el tema. Tetsurou insistía que Fukurodani necesitaría a su ayudante de entrenador entero, vivito y coleando; no con una fractura y la cara más deforme de lo usual. Mientras que Bokuto seguía cerrado en ir en dicha bicicleta vieja porque sí. Según él, "la vio y sintió que era para él".

 Con un suspiro pesado y una pedaleo tranquilo, el azabache accedió a llevar a su costado un mastodonte montado a una bicicleta rechinante de un poco llamativo color celeste abuelita.

 Recorrieron la ciudad durante unas horas, parando en algunas tiendas y lugares turísticos. Los problemas con la bicicleta siguieron e incluso algunas personas se llegaron a quejar por el ruido que producían las cadenas al moverse, el chirrido de los frenos en mal estado y algún que otro alambre suelto que rozaba con otra superficie metálica. Pero ahí iba Bokuto, con su cara de feliz cumpleaños haciendo caso omiso a todo, porque nada podría arruinar el único día que había tenido para estar con su mejor amigo en meses.

—¡Mira esta, es genial! Listo, me la compro —gritó al ver en la vidriera de un local una lámpara con forma de pelota de Volleyball.

 Pero cuando quiso frenar frente a la vidriera, no pudo. Vio su reflejo con sonrisa de idiota por el vidrio, siguiendo de largo con la avenida de comercios que estaban visitando. Sin caer aún en lo que ocurría y tampoco qué estaba pasando.

—¡Los fre...! —trató de avisar; sin embargo, gracias a la gran velocidad a la que iba, ya se había comido una apetecible azalea.

 La rueda delantera chocó de lleno con la primer maceta de rosas y quedó estancada allí, por lo que el peso del muchacho se fue de lleno hacia adelante sin tiempo a darse cuenta de que se encontraba rodando en el aire, ya que Bokuto iba tan agarrado al manillar que este logró mantenerlo relativamente en su lugar. Cayó de lleno en el resto de floreros y bellos ramos prolijamente acomodados.

 Sentía como cada parte de su cuerpo ahora dolía por el impacto y cuando pudo abrir los ojos se encontró con el precioso cielo japonés. Segundos después escuchó un grito masculino y unos nanosegundos luego el cielo y su preciosa vista pareció hacerse aún más majestuosa.

 Un muchacho de cabellos cortos, oscuros y revoltosos con unos frescos ojos grises y de expresión seria se presentaba con mirada preocupada arriba suyo. El chico lo inspeccionaba de arriba a abajo.

—Bo, ¿estás bien? —Preguntó Tetsurou, tirando su bicicleta sin cuidado.

—Acabas de aplastar cardos y rosas, me sorprende que no estés gritando de dolor —Comentó el empleado, sorprendido.

 Efectivamente, Bokuto no había dicho nada desde su caída, por lo que Kuroo tenía dos hipótesis dentro de su cabeza.

 La primera: La caída le hizo golpearse la cabeza y ahora era aún más estúpido. Eso implicaba que no podía quejarse, tampoco hablar jamás y por fin se acabarían las visitas a su cuarto para preguntarle si estaba despierto a las cinco de la madrugada.

 La segunda: Su atención era sólo guiada hacia el muchacho de cabellos oscuros que atendía la tienda.

  Ojalá fuera la primera, Kuroo solo quería dormir.

—¿Puedes levantarte? —Preguntó el empleado.

   En ese momento Bokuto volvió a la realidad y empezó a llorar, como hacen los niños pequeños cuando quieren atención de su padre. 

 «Esto no entraba en las opciones posibles», pensó Kuroo. Sintiendo como nuevamente aquél muchacho salía con lo menos probable. Siempre era así.

Lloriqueó, pero no por el dolor; al hombre el dolor no le hacía mucho, ya que todos los días se lastimaba durante los entrenamientos.

—¡Kuroo, maté a las plantas! —moqueó, tocando las macetas rotas y juntando la tierra esparcida por todos lados.

 Definitivamente el golpe parecía haberle afectado, al menos eso creía el empleado. Lo que él no sabía era que ese era Bokuto Kotaro, totalmente impredecible y sensible por cosas que ni su mejor amigo entendería jamás.

 El empleado miró a Kuroo, buscando alguna respuesta a ese tipo de reacción por parte del muchacho albino; pero respuesta no hubo.

 Entre el amargo sentimiento de ver sus queridas plantas destruidas y las extrañas ganas de ayudar al muchacho, Akaashi no lograba elegir qué hacer, sentir o pensar. ¿Ayudaba al chico y lo tranquilizaba? ¿Se enojaba y le obligaba a pagar lo que había roto? ¿Se ponía a reír ante lo bizarra que era la escena? No podía decidir. Así que ahí estaba él, entre una sonrisa extraña y la mano extendida, aún debatiéndose si era para ayudar a Bokuto a pararse o estrangularlo por aplastar las rosas más bonitas que habían logrado florecer en los últimos cuatro meses.

—Perdón. Lo voy a pagar todo, lo juro —prometió Bokuto.

—No tienes dinero, Bo —recordó Kuroo.

—Lo voy a pagar con trabajo, entonces.

—Eres capaz de quemar el local entero.

—¿Sigues molesto por haber quemado el pollo?

—Y las hornallas, las baldosas y el delantal.

—Va, ¡pero no quemé todo! Yo... no quemo lugares enteros. Así que puedo trabajar bien. ¡No me mires así, Tetsu!

 Keiji rió y ambos chicos volvieron a fijar su vista en él. Bokuto, deleitado. Kuroo, pensando que esa en verdad era un risa psicópata y que el azabache los mataría por estar molestando.

—Podrías pagar con trabajo, si es que no tienes dinero —ofreció Akaashi.

—¿En serio? ¡Genial! ¿Cuándo empiezo? —Preguntó el de cabellos plateados, totalmente emocionado. Era increíble como de un momento a otro su humor lograba cambiar drásticamente.

—Primero me debes entregar el currículum, así te dejo registrado y el jefe te toma en cuenta. Los debes entregar el martes —Sugirió, y al instante Bokuto asintió levemente.

 Finalmente el mastodonte decidió volver caminando con la bicicleta a su lado, pero no sin antes despedirse del muchacho que atendía la tienda.

—¿Cómo te llamas? —Preguntó con la voz unos tonos más arriba de lo normal, ya que se había separado unos metros de la florería y no sabía si hablando normal el muchacho lo escucharía.

—Akaashi Keiji, ¿tú? 

—¡Nos vemos el martes, Akaashi! —saludó Bokuto con su gran sonrisa y comenzó a correr con la bicicleta a su par, alcanzando a su amigo en cuestión de segundos.

 «Que tipo más raro», pensó Keiji mientras que lo miraba irse. 

 El comerciante admiró los tallos rotos en el suelo y la tierra esparcida, suspirando ante las pocas ganas de arreglar aquel desorden que dejó el repentino torbellino de energía. 

Bokuto, no rompas más flores [Bokuaka] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora