Capítulo 3

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 En cuatro semanas Bokuto no había llegado tarde, ni faltado una sola vez a su trabajo como ayudante de florista. Mientras que los últimos días antes de su primer falta habían sido algo extraños.

 Akaashi calla mucho, piensa bastante pero permanece tranquilo. Aunque más que nada, él observa. Claro que notaba el cambio físico de Bokuto y por eso mismo se encontraba ligeramente preocupado ante su primer falta. Los ojos rojos, ojeras, acciones más tontas de lo normal y lo más extraño: Falta de energía. Si lo poco que conocía de Bokuto era justamente que era un muchacho repleto de vida, incluso hacía dudar al azabache sobre su dieta de pequeño. ¿Le darían energizante en vez de leche? Akaashi nunca lo sabría.

 Llegaba el final del día y aunque Keiji no lo aceptara, el lugar se encontraba excesivamente silencioso para lo que se había acostumbrado. Esa jornada prendió la radio en la usual estación, hasta que no se resistió a mover ligeramente algunas partes de su cuerpo ante una canción que amaba.

 En un momento incierto, cuando una señora lo interrumpió entre pasitos, movidas de cadera y melodías de los sesenta y tantos, fue cuando se dio cuenta que no se arrepentía de nada. Que tal vez, un poquito de esa extravagancia de Kotaro se le había pegado y eso no le desagradaba en lo más mínimo.

 Fue por esa amistad un tanto extraña que había forjado con el torbellino rompe plantas, que esa misma noche luego de cerrar la tienda, Akaashi se encaminó con algo de comer hacia el apartamento momentáneo de Bokuto. Claro que estaba en todo el derecho de sentirse nervioso, ya que no sabía si debía ir. Nadie lo había invitado y solo había acompañado al muchacho una vez a su casa. Pero realmente el Kotaro de los últimos días era un zombie comparado al niño de cinco años que saltaba de aquí para allá en la tienda y esto le intranquilizaba.

 Luego de llegar al complejo de apartamentos subió por las escaleras al segundo nivel y tocó timbre en la primer casa alada al final del pasillo con los nervios a flote. Segundo toque del timbre y ya comenzaba a arrepentirse de haber ido.

 Así decidió hacerlo. Dar marcha atrás. Ya había probado, Bokuto no estaba. Hizo su intento.

—¿Akaashi? —preguntó una voz adormilada.

 Keiji respiró hondo después del pequeño sobresalto inesperado.

—Pensé que no estabas en casa —se dio media vuelta y comenzó a encaminarse hacia el más alto.

—Estaba... —bostezó—. Estudiando. Estoy en época de exámenes en la Universidad.

—No te ves muy bien, la verdad —confesó Akaashi, directamente.

—¿Tanto descuidé mi cuerpo? —se le quebró la voz. El azabache levantó las cejas instintivamente, sin entender qué le ocurría.

—No llores. Sabes que no lo decía en ese sentido. Pareces débil, eso es lo que traté de expresar.

—¡Pero me veo horrible!

 Fue en ese momento: Akaashi entendió qué ocurría. El cansancio por estudiar tanto le estaba sensibilizando. Y como tenía experiencia previa, también sabía qué hacer. Por lo que tomó a Bokuto del brazo y lo llevó a rastras adentro.

—Tu te irás a bañar, mientras que yo ordeno un poco el lugar y preparo la comida, ¿está bien?

—Pero ya hay comida ahí. Quedan unas papas chips —defendió el mayor.

—El "¿está bien?" era para sonar amable. En verdad no tienes voto de decisión ahora mismo. Así que, por favor, ve a bañarte y relájate de una vez —dio vuelta al muchacho y empujó su espalda fuera de la cocina con autoridad.




—Esto está buenísimo —las energías del mayor volvieron por la fracción de segundo en que devoraba la cena recién hecha.

—Es comida recalentada de la vecina del local. Yo no puedo ni cocinar unas tostadas, así que no me alabes a mí —Comentó el azabache, admirando como un plato de comida era teletransportado al estómago de un humano en menos de lo que parpadea un Leopardo.

—¿Cómo supiste que esto me iba a hacer tan bien? —Cuestionó en broma luego de acabar su porción. Aunque dicha pregunta Akaashi se la tomó seriamente.

—Cuando la hija de la vecina iba a sus primeros años de universidad siempre trataba de rendir al máximo. La vi muy mal por eso y la verdad es que me preocupé, porque éramos maso amigos. Por eso vine aquí hoy. Me pareció verte muy cansado en el trabajo y temía que como faltaste hoy, estarías en una crisis o algo parecido.

 Hubo un silencio solamente incómodo para Keiji, quien esperaba una respuesta de algún tipo del hombre quien era capaz de hablar hasta por los codos. Pero aquello tardó, haciéndole desesperar.

—Gracias por preocuparte —casi salió en susurro, aunque Kotaro lo prefería gritar. Su voz no tenía la necesidad de gritarlo en lo más mínimo—. Si alguien no le ponía un pare a la situación me iba a volver loco —dejó la cena sobre la mesa ratona frente al sillón y se volvió para recostarse plácidamente entre almohadones—. Mis padres están haciendo un gran esfuerzo porque vaya a estudiar esta carrera, dicen que me dará muchos ingresos. Pero me cuesta y tengo que estudiar mucho más. Por eso estoy tan descontrolado últimamente. Estudio y mis energías se van en eso.

—¿Quién hubiera pensado que tú eras del tipo de estudiante excelente? —bromeó Akaashi en una sonrisa. Haciendo sonreír a su acompañante—. Me parece bien lo que haces de aprovechar la oportunidad que te dan tus padres, pero no veo que estés contento con la idea, ¿o sí?

—Deja de psicoanalizarme —bufoneó el de raíces oscuras—. A mi me gustaba el Volley, pero ser contador suena más profesional. Así que, este es mi camino real.

—¿"Camino real"? —frunció las cejas—. ¿De qué hablas?

—Ser contador es una profesión razonable. Algo de lo cual puedo vivir y alimentar a mi familia, comprar una casa... sabes de qué hablo. Qué se yo. Realmente no quiero hacerlo, pero es lo que hay.

 Keiji se prometió no echar a perder la luz del torbellino.

—Escúchame. Incluso si eras un asco en Volleyball, lo cual no creo porque tienes una figura trabajada conforme al ejercicio que se necesita al jugar ese deporte, tienes el derecho de decidir qué es lo que vas a hacer de tu vida. No importa cuánto le debas a tus padres o cuántos problemas económicos te traiga un trabajo normal —Akaashi se encontraba enfrentando a su compañero de trabajo con la frente en alto y dando sus sinceros pensamientos. Claro que lo seguía psicoanalizando, pero si eso era necesario para ayudarlo, entonces no dudaba en hacerlo—. Cuando estés sentado frente a un escritorio y pilas de papeles, ya no te va a importar el dinero. Lo único que querrás será volver a casa de ese trabajo horrible donde pasas la mayoría del tiempo. Y, ¿sabes qué? Esa energía tuya se va a extinguir como nada cuando eso pase.

 Y entre algunas lágrimas amenazantes con salir, Bokuto se tragó el nudo en su garganta y prosiguió:

—No había siquiera parado a pensar en eso, porque el tiempo parece pasar muy, muy rápido. No me dan las horas para analizar mi vida —desvió su vista hacia el televisor apagado, intentando ocultar sus ojos vidriados—. Voy a hablarlo con ellos y espero que no tengan problema, dado a que estoy yendo a una Universidad pública. Espero que lo entiendan.

—Yo creo que sí. Después de todo, son tus padres y ellos quieren lo mejor para ti.

 Bokuto le sonrió y él también. El primero tenía esa linda, triste sonrisa agradecida.


Bokuto, no rompas más flores [Bokuaka] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora