Capítulo 9

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 Todos aquellos quienes habían conocido a la rubia en sus veintes podían decir que se trataba de una persona increíble. De risas pequeñas en público y carcajadas en privado, energía imponente como para correr treinta kilómetros en una maratón, pero lo suficientemente vaga al punto de no querer levantarse de su cama en todo un fin de semana. Igualmente, siempre siendo una curiosa en todo aquello alejado de la normalidad. Así había decidido irse de viaje a Japón durante unas semanas. Conocería el ambiente, las personas, atracciones y cultura general. Claro, no pretendía quedarse en un solo lugar. Ya había viajado dentro de Estados Unidos, su país natal. Estaba convencida que visitar varias partes de un país era la mejor opción para llenarse de conocimiento. Así comenzó su viaje en busca de las respuestas a sus mil preguntas, sin saber cómo acabaría por permanecer unos cuantos años en la misma parada.

 Le fascinaba su sonrisa tímida, la forma en que sus ojos claros se achinaban cuando reía en mute, el cuidado que se tenían y la forma en como siempre arreglaban los conflictos que el camino les ponía en frente. Cuando quiso darse cuenta, ahora él era quien Alanis pretendía descubrir. Con sus mil tierras prometidas, las arenas movedizas, montañas atemorizantes y un paraíso por encontrar. Cuando el tiempo pasó, así, volando, se iban descubriendo. Se aceptaron tal cual aceptaban la tierra, con defectos y todo. Formando parte de la esta, siendo humanos, no esperaban la perfección.

 Un día la noticia en el "estómago" de Alanis se presentó, pero como toda felicidad, fue efímera. Siquiera le dio el tiempo de disfrutar, según ella. Seguramente mantenía en alguna parte de su memoria los videos donde tomaba a su hijo en brazos y meneaba suavemente mientras cantaba Elvis, mirándolo como se merecía, siendo él de quien estaba más orgullosa. O, también, los primeros días de jardín, cuando el pequeño rechoncho de Keiji temía a sus compañeritos y moría de timidez al punto de esconderse bajo la mesa de la maestra durante todo el día. Y la misma pregunta se le aparecía con el tiempo: ¿Por qué todo salió tan mal?

—Vengo a que firmes los papeles del apartamento —sacó un sobre de la cartera y los posicionó arriba de la mesa.

 Trató de obviar la mirada clavada en ella y con miedo a encontrársela, subió la vista. Juraba que el corazón se le iba a salir en cualquier momento. Porque él estaba ahí y ella no podía sentirse más orgullosa y atestada por ello.

A Keiji le costó hablar, pensando a mil por hora y sin un cuerpo que reaccione.

—¿No vivirás más conmigo? —preguntó. Aunque no tenía mucho sentido aquello. Hacía años había pasado más de diez minutos junto a aquella mujer en su frío apartamento.

—Me voy a Estados Unidos con mi marido.

 Akaashi no contestó, bramado variadas veces a lo bajo, apenas pudiendo respirar bien ante eso. ¿Por qué había venido? ¿Cuándo habían perdido tanto contacto? ¿Por qué debía ser así? ¿Cómo que "marido"?

 ¿Acaso eso acabaría alguna vez?

 Alanis, a partir de sus ojos preciosamente grises, acompañados de arrugas a los costados y unos lentes simplemente elegantes pudo presenciar el momento donde el otro par gris se cristalizaban repentinamente. Nunca lo había enfrentado así y seguramente debió haberlo hecho años atrás.

 Lo escuchó reír, sabiendo qué clase de risa era aquella. Presentía que pronto se le haría imposible no subir la voz, porque si hablaba normal, el nudo en su garganta no lo permitiría.

—Es insólito, he estado viviendo toda mi vida con una extraña —frunció sus labios, apretó los puños, sintió la bruma en el pecho y soltó sin miedo a lastimar.

 Ella también deseaba haber sido más fuerte y hacer las cosas bien. Claro que sí. Pero ya la había cagado y sabía muy bien qué ocurriría si ambos terminaban juntos otra vez.

Bokuto, no rompas más flores [Bokuaka] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora