Capítulo 3

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-Ya no tienes esa sonrisa que llevas siempre ¿verdad? –Preguntó el hombre al tiempo que le daba un fuerte azote en la espalda–. Ya no llevas esa sonrisa engreída que siempre te cargas cuando sacas un excelente en tus exámenes ¿o no? –Otro golpe–. No está tu noviecito para defenderte, seguro que ni siquiera se ha dado cuenta que has desaparecido, eres una niñita –dijo con voz burlona –una pequeña niñita mimada –un azote más–. ¿Es que no tienes tu carísimo teléfono para llamar a tu mami o tu papi para que paguen por ti? –Un fuerte azote le cortó el estómago–. Por supuesto que no, rompimos tu teléfono y tú no vales ni un centavo –se burló dando un último azote qué esta vez le dio un impacto en la cara.

Y por fin después de media hora de muchos comentarios, insulsos de apodos que Alec ni siquiera se hubiera imaginado para una persona homosexual y dolorosos azotes mientras colgaba de sus pies cabeza abajo encadenado, por fin su secuestrador lo soltó e impactó con fuerza contra el suelo como si fuera un saco de papas que hubiera sido arrojada bruscamente mientras que el suelo se inundaba por su sangre.

-Creo que ya terminamos pero ahora, descansa un rato –dijo el hombre con burla –ya me divertiré un poco más, sé qué tienes novio así que debes estar acostumbrado que te den por el...–se interrumpió cuando unos gritos sonaron desde afuera de la habitación, el hombre gruñó un par de maldiciones antes de enrollarse el látigo –como sea, prepara tu trasero cariño, hay alguien que quiere divertirse contigo por un largo rato, complácelo, no le gusta que lloren mientras coge –espetó furioso aquel sádico hombre antes de salir de la habitación.

Había pasado ya dos semanas, pero Alec lo sentía como una eternidad, en aquellos días no había dormido más que un par de horas y había comido pocas veces, su estómago dolía demasiado, sentía su cuerpo completamente pesado y como si eso no fuera suficiente, había perdido más sangre que en toda su vida, en aquel tiempo lo habían golpeado en todo su cuerpo, lo habían azotado, abofeteado, picoteado con alambres de púas, quemado con cigarrillos en partes donde el sol nunca llegaría y azotado nuevamente.

Su ropa estaba hecha jirones, se encontraba completamente sucio, lleno de sangre y tierra y estaba seguro que tenía muchas cicatrices infectadas por no habérselas cuidado.

¿Pero cómo lo haría en aquel sucio lugar?

Alec, con las pocas fuerzas que le quedaban, se arrastró hacia el rincón más cercano y alzó la poca tela de la camisa que le quedaba para mirar sus cicatrices, allí en su vientre tenía varias cortadas por el látigo, grandes y dolorosas; recargó la cabeza contra la pared preguntando cuándo llegaría el día de su muerte. Era obvio que no escaparía de allí, que no volvería a ver a su novio, a sus amigos o a su familia.

Ya no podría jugar a los videojuegos con Max, ya no entrenaría con Jace, no soportaría las horas de compras con Isabelle... bueno aquello último no es que lo extrañara especialmente, pero verla, ver la hermosa sonrisa de su hermana cuando algo realmente le gustaba era encantador, ya no escucharía las dulces palabras de aliento que le brindaba su madre cada vez que perdía las ganas de hacer algo o de la sonrisa orgullosa de su padre cuando él hacía algo bien, ya no volvería a tocar los dulces labios de Jonathan, no volvería a ser amado cómo le fue con el chico, escuchar los malos chistes de Simon o los irritantes datos sobre el arte que daba Clary.

EL INFIERNO DE ALEXANDER (MALEC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora