TREINTA DÍAS - 2

Día dos: Rayitas

Casi siete meses atrás, tres días posteriores a que Candela y Victorio den la noticia de que iban a casarse por iglesia y civil, fueron a cenar con Lali y Peter porque tenían muchas noticias qué contarles. Y mientras disfrutaban del asado que compartían en una mesa para cuatro de una parrilla céntrica y luminosa, Candela lo expulsó: «Queremos que Peter sea nuestro padrino». Él se quedó con el tenedor en la mano y Lali casi escupe el vino tinto. Como tardó mucho en responder, Victorio le dio la oportunidad de optar por una respuesta negativa, pero Peter tuvo que hablar rápido para dar su aprobación. Lo alegró tanto que tuvo que abandonar los cubiertos para levantarse y abrazar a ambos amigos al mismo tiempo que Lali reclamaba un pequeño puesto en la boda, más que el de invitada. Cuando terminó la velada, caminaron un rato bajo la luna fría de aquella noche y luego se despidieron con abrazos y cada pareja subió al auto que le correspondía. Lali estaba más emocionada que Peter porque desde que se abrochó el cinturón hasta que estacionaron el auto frente a la casa, no dejó de hablar de lo lindo que sería el casamiento y de la felicidad que tenía en el cuerpo porque él iba a ser el padrino. Se animó a diseñarle visualmente el smoking y le dio un itinerario de todo lo que debía hacer y ser un buen padrino. Pero Peter sólo la miraba de reojo –porque no quería perder de vista la ruta– y sonreía porque aprendió a convivir con toda su adrenalina que, aunque todavía no logró contagiársela, le gusta admirársela –como también le gusta admirarla a ella–. Ella deja de hablar cuando llama el ascensor del edificio y mientras esperan, él le rodea el cuello con ambos brazos desde la espalda. Ella inclina un poco la cabeza para descansarla sobre su músculo y le besa un costado de la piel mientras le hace un mimo paseando la yema del dedo en el contorno del brazo. Las puertas metálicas se abren y suben sin desatar los cuerpos. Presionan el botón del piso correspondiente y se arrinconan en un costado. «¿Sabes qué estoy pensando?» le pregunta Lali. «No» le responde Peter con el mentón sobre su cabeza. Eso de la estatura escasa, vieron. «Que imaginarte con el smoking de padrino me está calentando un poco» y él escupe una carcajada hermosa que a ella la contagia pero cuando las puertas se vuelven a abrir, los dos ya se están besando y tienen que cruzar el palier del primer piso amarrados. Lali tarda un poco en encontrar las llaves y mejor no aclaremos la odisea que fue embocarlas en la cerradura, pero cuando entraron Peter la cerró con un pie porque no había necesidad de perder más tiempo –nota de autora: fueron solo seis segundos, exagerados–. Todo está oscuro en el departamento pero a ninguno de los dos les importa porque de ahí irán directamente al cuarto. Él le desabotona la camisa al mismo tiempo que ella intenta sacarle la chomba por la cabeza. Se ríen porque cuando Peter se saca la chomba, le golpea el mentón con el codo pero no hay nada que un par más de besos no logren curar, aunque Lali le agarró la cara con ambas manos porque no era el mentón lo que precisamente quería que le bese. «Cuidado que soy toda chiquita» le dijo sobre los labios cuando, después de arrancarse la camisa y quedar en corpiño, él la levantó de un envión y ella envolvió las piernas en su cintura. Chocaron contra una pared y ella descendió las manos al cierre de su pantalón pero no llegó a bajárselo que una luz se encendió y los sobresaltó un montón a causa del susto.

−Qué bueno que no la encendí dos minutos más tarde –Eugenia está sentada en una banqueta bajo una lámpara alta.

−¡Qué haces acá! –Lali está muy desconcertada y Peter afloja los brazos para dejarla bajar.

−Tengo una copia de llaves de una vez que te fuiste de vacaciones y me pediste que me quede. No quería cortarles la excitación...

−No fue lo único que cortaste –exclama Peter y levanta las prendas que cayeron al suelo– ¿Por qué estás acá?

−Por tu culpa –dice y él enarca una ceja. Lali lo mira y le golpea el brazo aunque no tenga fundamentos.

−¿Qué le hiciste?