Día veinticuatro: Sorpresa

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En el reloj de pared del departamento de Rocío marcan las once menos cinco de la noche y Lali está sentada en el medio del sillón con una taza de té en mano y las piernas cruzadas. Observa detenidamente las agujas y el sonido del segundero va al mismo ritmo que los latidos del corazón. Todas las luces están apagadas menos las guirnaldas que contornean las puertas corredizas que dan al balcón. Mueve inquieta los pies enfundados en las medias que sobresalen por debajo de la frazada verde que robó del placard de su amiga. Los dedos de la mano simulan que la taza es un piano y los mueve respetando los propios acordes que inventa. La televisión está encendida a un costado pero no registra los avances de la telenovela de bajo presupuesto y mal guionada que encontró en canal de aire porque está concentrada en el reloj. Como si tuviera seis años y estuviera esperando a que Papa Noel atraviese la puerta del balcón con una bolsa cargada de regalos todos para ella por ser hija única. Pero cuando las agujas coinciden, solo larga un suspiro y toma un nuevo sorbo de té. Rocío cruza por delante de ella de derecha izquierda; de la habitación a la cocina. No la mira porque sigue obnibulada con los números inmensos y redondos de aquel reloj que la inquilina del departamento compró en una feria hace mucho tiempo. Pero cuando Rocío vuelve a cruzar de izquierda a derecha, arrastrando sus pantuflas y con los ojos achinados del sueño, retrocede antes de llegar al otro extremo de la casa.

−¿No vas a dormir?

−Todavía no tengo sueño.

−Entonces andá –le dice, y Lali gira la cabeza para mirarla– llamo a  la remisería así te alcanzan.

−No sé...

−Deja de pensar en lo que puede estar bien o mal. Andá y sorprendelo... –encamina por el pasillo que conduce al cuarto y al baño– se va a poner contento... –y lo último que escuchó después, fue la puerta cerrarse.

A las 00:30 AM, Lali sube a un remis que Rocío encargó por teléfono. Viajó en silencio y en pijama porque no tenía ganas de hablar ni de cambiarse. Solo se calzó unas zapatillas de lona, buscó las llaves, un par de billetes que guardó en el bolsillo de su short pijama, el teléfono, le avisó a su compañera que ya estaba dormitando y le respondió al levantar un dedo de la mano, y salió. A las 00:50 AM, llega a su casa. Le pagó al conductor y le agradeció antes de bajar. Mientras abría la puerta de rejas, se dio cuenta que el vecino extraño de la casa aledaña estaba plantando jazmines. A esa hora. Entonces mientras cruzaba el jardín sacó tres hipótesis: se peleó con su pareja, no tiene nada más divertido que hacer que salir a la madrugada a plantar flores o en realidad está enterrando algún cuerpo. Pero sacude la cabeza rápido porque ni siquiera quiere pensar en ser la testigo de un crimen; abre la puerta de la casa y entra. Todo está oscuro y tiene que subir al primer piso despacito, sin hacer ruido. En el camino se saca las zapatillas y abandona todas las cosas en una mesita que está a mitad del pasillo. La puerta del cuarto está abierta y cuando se asoma, ve el cuerpo de Peter dormido y cubierto por una frazada. A la 01:05 AM, Lali se acostó en la cama junto a Peter. A la 01:08 AM, él abrió los ojos porque sintió un aura extraña. Y a la 01:09 AM, le sonrió.

−Sorpresa.

−¿Qué haces acá? –ay, esa voz rasposa.

−Quería estar con vos –le dice suavecito y él cierra los ojos porque tiene sueño.

−¿En qué viniste? –Peter la cuida hasta dormido.

−En un remis. Me asusté porque vi al vecino en su jardín con una palita... no sé si está plantando flores o un cuerpo –él ríe un poquito y vuelve a abrir los ojos.

−Ojalá sean flores porque ya fuimos testigos de demasiadas cosas –y durante un rato se quedan mirando. Quizás se buscan en los ojos del otro, o quizás se encuentran.

TREINTA DÍAS - 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora