Día veintidós: La lista

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Cuando Rocío se levanta, tiene que esquivar los cuerpos durmientes de Eugenia y Lali que el día anterior volvieron a quedarse a dormir. Después de la madrugada del pub, cada uno regresó a sus vidas rutinarias y normales. Completaron las veinticuatro horas restantes y Lali decidió no regresar a su casa porque necesitaba tomar distancia. De su cabeza y de su corazón. Y por eso las amigas siempre son el mejor remedio para todo ese caos emocional. Eugenia tocó timbre en casa de Rocío quince minutos antes que llegue el delivery. Como si tuviera un reloj estomacal interno que le programa absolutamente todas las veces en la que los demás están por sentarse a comer. O es que ya se le fue al carajo el sentido olfativo. Pero Rocío y Lali la reciben con los brazos abiertos porque siempre es lindo estar con ella y también es reconfortante acariciar la panza. Después deciden correr todos los muebles del living y tirar los colchones en el espacio vacío –uno Eugenia fue a pedírselo a un vecino del edificio porque las tres no entraban en el de dos plazas–. Entonces pide helado, Rocío busca una nueva película para piratear y Lali baja en remera y bombacha cuando llega nuevamente el otro delivery. El resto de la noche solo se trató de conversar y reír hasta empezar a sanar.

−¿Qué estás haciendo? –cuando Rocío regresa del baño ya vestida para ir a la editorial, se encuentra con Lali sentada de piernas cruzadas en el sillón y escribiendo en un talonario que le robó del cajón de una mesita.

−Una lista –le responde mirando un punto cualquiera. Está pensando. Y después de seis segundos, vuelve a escribir.

−No tengo ganas de ir a trabajar –le confiesa y cruza en zapatos por arriba del colchón.

−No vayas –Eugenia todavía está acostada y con mitad de los pelos pegados en la cara– ¿Hay olor a bizcochuelo o solo es una percepción?

−Tengo en el horno –le avisa y se pierde en la cocina.

−¡Traenos! –le grita y ya se acostumbró a involucrar a su hija.

−Es impresionante lo que agudizaste la nariz –le dice Lali mientras escribe– te voy a empezar a llamar Rottweiler.

−¿Qué estás haciendo? –y estira un poco la cabeza hacia atrás porque la tiene en la espalda.

−Una lista.

−¿Para?

−Para Peter.

−¿En qué quedaron? –Rocío regresa succionando un mate y con una porción de bizcochuelo en mano que le alcanza a Eugenia.

−Nada, ya les conté. En la noche del pub estuvimos hablando... él me contó lo que había pasado y... −sube los hombros– nada, supongo que tengo que creerle.

−¿Por qué no tendrías que creerle?

−No lo sé.

−Vos misma decís que solo somos sujetos, que no pertenecemos a nadie, que somos cuerpos libres.

−Pero si se va a acostar con otra que al menos me pegue un llamado, Rocío –y la mira con su rictus serio que a Eugenia la hace reír y escupir un poco de bizcochuelo– ayer a la tarde me escribió para preguntarme cómo estaba y estuvimos hablando un rato de cosas que exceden a nuestra relación y... no quería decirle que lo necesito porque eso me convierte en alguien dependiente, pero lo quiero tanto que me moría de ganas de escribirle que lo extraño.

−¿Y por qué no lo hiciste? –le consulta Eugenia y se limpia la comisura de los labios– son novios, ¿por qué te limitás tanto ahora? ¿Solo por un error que ambos pueden superar?

−Habla la que cuando supuso que el ex la estaba engañando llamó para amenazar con una bomba en el trabajo –y le responde con un fuck you– no se lo escribí porque cuando lo estaba haciendo, él se anticipó. Me volvió a pedir perdón y después hizo una especie de chiste al decirme que haría cualquier cosa con tal de recuperar lo perdido –y sonríe un poco maquiavélicamente al levantar el talonario con la lista escrita.

TREINTA DÍAS - 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora