Día nueve: Clara

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Cuando Peter llega a la empresa en aquel viernes, Susana no está en la mesa de entrada pero sí Marianella. Cuando se acerca a saludarla, le cuenta que Susana dejó dicho a Rocío que se ausentaría del día laboral porque se levantó con un dolor de estómago que no la dejaba mantener parada y que prefería quedarse en cama y esperar al médico a domicilio para tomar cada una de sus indicaciones, hacer reposo y no ausentarse a la boda de Candela y Victorio que se efectuaría el domingo en un gran evento. Y ya que estamos, también vamos a contar que Victorio no va a trabajar aquel viernes porque Peter se lo deja libre para que pueda terminar de ultimar los detalles de la reunión de mañana y de la ceremonia elegante del día posterior. Pero el que sí está es Máximo, que lo cruza en un ascensor un poco dormido y con un café bien negro en la mano. Conversan de camino hasta su oficina y aprovecha que está con él para pedirle un favor laboral. Cuando vuelve a su despacho, se reencuentra con Rocío esperándolo en la puerta con dos carpetas rojas en mano y se dan un beso antes de entrar. Le avisa que lo llamaron un par de auspiciantes y también conocidos de los medios interesados en publicar sus operas primas bajo el nombre de su editorial. Él le pide que le transfiera los llamados y después le pregunta si no le cayeron mal los pochoclos que comieron ayer en el nuevo departamento de Eugenia, después de haber pintado bajo sus indicaciones. Porque ellos son amigos y tienen la habilidad de hablar de trabajo y después cambiar el rumbo de la conversación a algo mucho más banal. Peter se queda solo en la oficina y aprovecha a chequear mails en la computadora, rellenar un par de planillas en Excel y después responder mensajes que caen en los diversos chats de su aplicación. Para la hora del almuerzo, Agustín le toca la puerta y lo invita a sumarse a la mesa de siempre pero Peter agradece y se opone porque quiere adelantar trabajo, entonces posterga su milanesa con ensalada waldorf para una hora y media más tarde cuando el comedor está vacío de empleados y Fernando ya volvió a rellenar la heladera con jarras de agua fría.

−¿Puedo? –Clara interviene en medio del silencio. Peter levanta la cabeza y se la encuentra manteniendo su peinado taza de siempre con una vincha turquesa que le combina con los ojos y una vianda con ensalada de huevo, arvejas, zanahoria y tomate.

−¿Sí? –duda, por eso primero mira para ambos lados y descubre que solo hay dos jóvenes almorzando pero en mesa separadas– supongo... −y él no terminó de hablar que ella ya se estaba acomodando en el asiento de enfrente.

−No me gusta almorzar sola y aprovechando que ya compartimos un par de conversaciones, no me pareció mal pedir permiso. Si te molesta, puedo irme.

−Está todo bien, Clara –y le sonríe– podes quedarte, es sólo un almuerzo. ¿Por qué no subiste antes?

−Me quedé trabajando. Supongo que lo mismo dirás vos –acota y él la mira con el tenedor entre los labios– siempre estás almorzando con los demás supervisores.

−Ah, sí... sí, hoy tuve que adelantar trabajo. Podría haberlo hecho anoche pero estaba muy cansado y no tenía ganas.

−¿Ayer fue el casamiento del contador, no? –pregunta y él no puede creer lo tan bien informada que está– escuché a varios que lo comentaron. ¿Son amigos?

−Eh... sí –Peter está bastante descolocado– sí, nos conocemos desde muy chicos. Lo mismo con su novia... bueno, que ya es legalmente su esposa.

−¿Ella también trabaja acá?

−No, ella es abogada y trabaja en un estudio con otros colegas –y Clara asiente a todo lo que él cuenta mientras mastica sus arvejas. Qué ojalá se atragante con una. Perdón, se escapó la autora– quizás algún día la cruzás... viene a visitarnos cuando está libre.

−¿Y ayer fuiste con tu novia? –pregunta de repente, como no quiere la cosa, como quién se acerca a un kiosco y consulta si tiene gomitas de eucalipto en stock. Peter termina de pinchar un trozo de carne y solo mueve los ojos.

TREINTA DÍAS - 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora