Día veintiocho: Díganme licenciada

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Lali está sentada en uno de los escalones de la escalera –valga la redundancia– de su casa. Desde ahí ve el cuerpo de Peter moverse en la cocina. Está preparando el almuerzo para los dos. De la heladera va a la mesada, de la mesada a la alacena y de la alacena al horno para después regresar a la heladera y convertir su arte culinaria en un círculo. Ella se mira los dedos de las manos –quizás chequea que estén los diez– y siente una punzada en mitad del estómago que le está haciendo comer todos los órganos. Toma la iniciativa de levantarse y camina esquivando los sillones. Se queda parada bajo la arcada de la cocina con los brazos cruzados y no deja de lado su objeto de deseo. Peter está revolviendo en una olla algo que ella no percibe ni el olor, y cuando se mueve para buscar el pimentero, la encuentra. Le sonríe un poco pero no le pregunta nada.

−Te tengo que contar algo –le dice Lali después de un rato.

−Decime... −y cuando levanta la cuchara de madera para probarla, ella corrobora que se trata de salsa de tomate.

−Prometeme que no te vas a enojar.

−Okey –y la mira después de saborear– ¿Qué pasó?

−Antes de que pasara todo lo de Clara, me enteré que estaba embarazada –le dice sin filtro, así de una. Y él queda petrificado con la cuchara de madera en mano.

−¿Qué? –durísimo– pero por qué no me cont-pará... –hasta que se da cuenta– ¿Estabas? –y ella baja la cabeza– ¿Qué hiciste?

−Pasamos por un montón de momentos de mierda y nunca pensé que íbamos a salir adelante.

−¿Me estás jodiendo? –Peter empieza a tomar calor– ¿Me estás jodiendo, Lali? ¿Otra vez? ¿Por qué carajo no me contaste?

−Porque no sabía...

−¿Qué cosa no sabías? –y tira a la mierda la cuchara– ¿Todo éste tiempo me estuviste ocultando que interrumpiste un embarazo del cual yo era el padre? ¿Por qué mierda no me avisaste? ¿Por qué siempre haces lo que querés y pasas por encima de todos? ¿Por qué...?

Pero la voz de Peter empieza a convertirse en un eco que los oídos de ella cada vez oyen más alejado. Todo alrededor empieza a girar cual zamba y la figura de él se difumina en el ambiente hasta que cae desmayada. Y apenas su inconsciencia impacta todo el cuerpo contra el suelo, Lali se despierta de golpe cual resorte hasta quedar sentada en mitad de la cama. Le transpira la cara, tiene dificultades para respirar e instantáneamente se toca la panza. La tantea, la pellizca y la abraza para sentirla.

−¿Estás bien? –Peter está del otro lado y levanta un poco el torso. Cuando Lali lo mira, nota que lleva los ojos chinos por el sueño y que todavía están en el hotel.

−Sí, solo... solo fue una pesadilla –y le sonríe un poco para enmendarle (y enmendarse) toda esa preocupación– ¿Por qué todavía estamos acá? –le pregunta cuando vuelve a acostarse llevando todo el peso a un lateral del cuerpo para poder mirarlo.

−Después del baño te quedaste dormida y fui a pedir para pasar la noche –le responde con la voz ronca y los ojos cerrados.

−¿No era que no te alcanzaba el presupuesto?

−Para un par de noches sí, para el mes vamos a tener que ir cincuenta y cincuenta –y ella le sonríe aunque él no la esté mirando. Después arrastra todo el cuerpo por debajo de las sábanas para amoldarse a él. Peter cruza un brazo por su cintura y ella cierra los ojos al hundir la cara entre su cuello y hombro.

Cuando Lali se vuelve a despertar, no se da cuenta de la hora que es porque la habitación no tiene ventanas y no hay salida al exterior para corroborar el cielo. Estira las piernas y los brazos, se suena los dedos de las manos y gira un par de veces sobre el colchón hasta que percibe el otro lado frío. Lo tantea con una mano y levanta un poco el torso hasta que escucha el agua de lluvia de la ducha. Sonríe con un montón de liviandad, como si ese pequeño sonido la haya regresado a casa. Es que quizás sí. Entonces se levanta y se cubre el cuerpo con la sábana que ya habían arrancado de la cama durante la noche. Camina sin hacer ruido porque el piso es alfombrado, pero de todas formas lo hace en puntitas porque quizás piensa que la puede percibir. La puerta del baño está entreabierta pero igual el vapor se concentró al punto de un poco complicarle la respiración, pero igual deja caer la sábana y camina despacio por las baldosas húmedas para no resbalar. Desde ahí puede verlo de espalda, con la cabeza inclinada hacia atrás, dejando que toda el agua le caiga en la cara, le resbale por el cuello y siga su curso. Abre la puerta de la mampara y lo abraza rodeándole la cintura con los brazos. También pega la boca entre sus omóplatos y le roza los dientes en la piel. «Buen día» le susurra cuando Peter se da vuelta y la sonríe. Él le responde inentendible cuando se inclina a besarla y levantarla en brazos hasta volver a girar y llevársela consigo debajo de la ducha, para que el agua intente serenar todo ese calor corporal que ya no pueden (ni quieren) manipular. Porque quizás cuando dijeron de volver a empezar, también hacían referencia a esas primeras veces en las que en sus roles de supervisor y empleada, se encontraban y fusionaban los cuerpos antes que los corazones.

TREINTA DÍAS - 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora