Día veinticinco: Un pacto

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Lali está en el medio de la cama de dos plazas comiéndose las uñas y haciendo una panorámica de todos los apuntes que desparramó sobre el colchón. La cartuchera está abierta a un lado y un par de resaltadores de colores dispersos sobre diferentes textos. Hay párrafos seleccionados en amarillo, otros en rosa, otros en verde y otros en fucsia. También hay anotaciones en los costados vacíos de las hojas, con lapicera azul o negra. Bueno, y algunos mamarrachos dibujados que fueron producto de su cansancio mental. Peter entra a la habitación con su joggineta típica de todos los domingos, la musculosa negra y dos tazas de té con limón. Una se la alcanza a ella y después se sienta a su lado.

−¿Y? –le pregunta.

−Y... que me quiero morir. Me va a ir mal –sentencia– voy a desaprobar y me voy a retrasar seis meses más en terminarla.

−No seas exagerada –la tranquilidad personificada.

−Sabes que tenés la culpa de todo esto, ¿no? –lo mira y acusa.

−¿Por qué? –él sube las cejas ante la sorpresa y se lleva la taza a la boca.

−Primero porque fuiste vos el que me incitó a terminar los años que me quedaban de carrera –levanta un dedo porque va a contar– segundo, y como ya te dije anoche, porque tuviste la hermosa idea de contratar personal justo en éste mes. Y tercero porque no tardaste ni quince días en dejarte drogar por una de las nuevas.

−Bueno, en ese caso la culpa no la tendría solo yo –dice, y ella lo mira de reojo.

−La única que puede hacer chistes sobre lo que pasó soy yo, Peter –le avisa pero él se ríe. Cuando vuelve la vista al millón de textos desparramados frente a sus ojos, se tapa la cara y niega mil veces con la cabeza– no sé, no sé, no sé, no sé...

−¿A qué le tenés tanto miedo?

−¡A sacarme un cero! –grita, porque está nerviosa. Nota de autora: no le hagan esa pregunta a una persona próxima rendir un exámen– existen todas las posibilidades de que eso pase.

−Te estás preparando hace un montón con ésta materia, La. Y siempre que decís que te va a ir mal, te terminas sacando un diez.

−Bueno, entonces estaría buenísimo que no me lo recrimines y me dejes seguir diciéndolo –agarra un texto, lee un par de renglones y luego lo vuelve a apartar– la epigrafía, Peter. ¿En qué se especializa la epigrafía históricamente? –le pregunta directamente pero él sube un hombro al desconocer la respuesta. Lali cierra los ojos, presiona fuerte los párpados y los dientes, y después espía el texto con un solo ojo– ¡Signairo cuneiforme! –grita– ¡Quién mierda le puso ese nombre! –se enoja con ella, con la universidad y con la historia– sos malísimo como compañero de estudio, sabelo. Y yo también soy malísima estudiando esto así que lo mejor va a ser que no vaya y la deje para otra instancia.

−¡No! –y extiende mucho la O– estás preparada. Solo tenés miedo pero te va a ir bien, tenés que relajarte. No seas cobarde.

−Perdón. ¿Qué? –y lo mira con toda su seriedad innata– ¿Cobarde me dijiste? ¿Vos a mí? –lo señala y después se señala ella. Y él revolea los ojos con taza en mano– vos a mí me dijiste cobar-Vos que no fuiste capaz de venir a buscarme para explicarme lo que había pasado con Clara porque te daba vergüenza, me decís cobarde. Increíble lo que tengo que escuchar. ¡Increíble!

−¿Hasta cuándo vas a sacar todos los trapitos al sol sobre ese tema?

−Hasta siempre –le afirma con un montón de seguridad y... mi vida él.

Lali no regresó a su casa. No. Lali continúa viviendo bajo el ala de Rocío en su departamento bohemio de ideas amplias y si regresó a su casa fue porque él le prometió que iba a ayudarla a estudiar. Bueno, en realidad ella casi que lo obligó y él aceptó. Lali no regresa porque no quiera, sino porque no puede. El hecho de volver a estar sentada en esa cama de dos plazas, es un gran avance para su cabeza y corazón. Pero el contacto entre ellos continúa siendo distante, de esos a los que le marcamos un límite cuando empezamos a acercarnos y sentimos la electricidad en la piel al rozarnos los brazos. Se abrazan y se sonríen, como hicieron un montón de veces y como también lo hacían a veces la Lali empleada y el Peter supervisor. Pero no se besan, ni hacen el amor. Es como si continuaran separados pero con alguna puerta abierta para seguir entrando. Porque ambos podrán soportar cualquier cosa, desde una mentira hasta un engaño, una persuasión o un acoso, pero lo único que no pueden permitir es romperse. Y estar separado, significa eso: quebrarse. Entonces ella acepta que él la ayude a estudiar o que la acompañe a algún lugar específico, y él acepta que ella le abra la puerta sin pedirle permiso, gritarle cada vez que está nerviosa e incluso hacer bromas sobre lo ocurrido porque comprende que Lali tiene que transitar un lapso de tiempo para poder perdonarlo. Porque eso todavía no pasó y quizás es lo que a Peter más le duele. Entonces se aceptan, como antes, como cuando firmaron ese pacto en la motorhome de la casa de ella. Se aceptan porque se quieren y es la manera en la que no se rompen.

TREINTA DÍAS - 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora