Lali está parada frente a la mesada de la cocina con la vista clavada en la pared y sosteniendo una taza de té con leche en mano. Un montón de síntomas le renacen en el centro del estómago y no reconoce si se trata de nervios o de aquel feto que está transformándose en un cuerpo y crece en el interior del suyo. Qué loca puede ser la naturaleza a veces para las mujeres. O siempre, bueno. Entonces la imagen de Martín se dibuja en los azulejos. Su inconsciencia recuerda tanto cada una de sus facciones que hasta puede visualizar el contorno de sus ojos y los hoyuelos en los cachetes. También está ella, mucho más pequeña, mucho más insegura y mucho más lastimada, escuchando a su propia voz decirle a su madre que estaba embarazada pero que no quería tenerlo. Ve a Helena conteniéndola y después ve esas dos noches que le bastó para pedirle a sus padres que la acompañen a la clínica. Que necesitaba conversar con su ginecóloga y que también había tomado una decisión. Se ve sentada en el sillón de su casa contándole a Martín lo ocurrido y como él se quedó tieso. Todavía recuerda ese silencio porque la hizo llorar. Porque no solo no quería ser madre a los veintitrés años, sino porque tampoco quería estar con él. Y entre la textura de la pared, también ve cada una de las veces que él se enojó, que la agarró de la muñeca, que la calificó como una mala persona, que la hirió en cada una de esas oportunidades en que le recitó que le había arruinado la vida. Su mente se transforma en un caos de imágenes y voces que rotan alrededor de la cabeza y que le hace doler todo el cuerpo al punto de tener que bajar la cabeza para esconder esas lágrimas que se reunieron en los ojos. Pero tiene que ocultarlas rápido cuando escucha ruido a sus espaldas y es porque Peter bajó las escaleras casi trotando.
−Buenos días... −agarra una fruta del centro de mesa y se acerca a ella para darle un beso en el cachete.
−Hola –y le sonríe un poco.
−No te escuché cuando te levantaste –abre la heladera y saca una caja de jugo.
−Me desperté temprano porque no tenía sueño. Aproveché a adelantar un poco de trabajo –y desde ahí él puede ver la notebook abierta sobre la isla.
−¿Te sentís bien? –le pregunta mientras la mira de reojo y sirve jugo en un vaso.
−Sí. ¿Por qué estás tan deportivo? ¿Hoy no vas a laburar? –le pregunta al chequear su joggineta negra y la remera blanca.
−Vamos a salir a correr un poco con Victorio –le cuenta y toma un sorbo de jugo.
−¿Correr? –y sube mucho las cejas– ¿Desde cuándo corren ustedes?
−Él tuvo ganas de salir a hacer un poco de ejercicio y me pidió que le haga la segunda. Creo que ya empezó a echar panza.
−Victorio no tiene ni panza, Peter. ¿No le viste los pectorales?
−¿No...? –pregunta incrédulo y con una ceja levantada.
−Tiene una tabla de planchar, es imposible que ese cuerpo esté desprendiendo grasa abdominal. Es una excusa –deduce sabiamente.
−¿Por qué se excusaría?
−Porque Candela está trabajando todos los días casi doce horas y cuando regresa a la casa solo quiere descansar. Ergo, Victorio necesita descargar energías –y hace fondo blanco con lo último de su chocolatada.
−¿Entonces que yo esté cansado y no tenga ganas de ir a correr significa que estamos bien funcionando maritalmente como pareja?
−Por supuesto, mi amor –y cuando le sonríe cómplice, él se inclina un poco para besarla– tengo que ir al trabajo, ya estoy llegando tarde... ¿Hoy cenamos solos?
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TREINTA DÍAS - 2
Fanfiction¿En cuánto tiempo el amor se transforma en un para toda la vida?