Capítulo 4

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La cafetería se encontraba abarrotada para esta hora, todo mundo pululaba alrededor por un refugio alejado de la tempestad. El clima había empeorado demasiado a comparación del chaparrón mañanero, pero aun así las clases habían continuado con su curso normal.

—Tiene que ser una maldita broma— susurró April para sí misma.

—¿uhm? ¿Qué ocurre? — cuestionó Lanna aparentemente preocupada por el comentario de la pelirroja.

—¿es que acaso también tiene que llover dentro? ¡hay una maldita gotera! —se quejó e inmediatamente llevo sus delgadas manos hacia su cabeza a modo de sombrero.

Sonreí ante la graciosa mueca de April y elevé la mirada en busca de la dichosa gotera, pero no fui capaz de identificarla hasta que una nueva gota se estampo en su nariz respingona.

—Mejor vayamos a nuestra última clase, con suerte el profesor ha huido del diluvio. — sugerí entre risas poniéndome de pie.

Al llegar al aula me dejé caer en la banca más cercana, estiré mis piernas y las crucé cómodamente. Lanna estaba pegada como lapa a su celular, las notificaciones caían una sobre la otra, me sorprendí incluso de que el aparato no colapsara. Por su parte April sacó de su mochila una barra de chocolate rellena de cacahuates, forcejeo con la envoltura un rato hasta que optó por desgarrarla con los dientes.

—¿Y cómo va lo del saqueo? ¿Tus tíos han solucionado algo ya?

Me giré en dirección a Lanna queriendo poder responder su pregunta, pero definitivamente yo era la persona con menos información sobre el tema.

—Han pasado días y aún no tengo respuestas, no tengo ni idea de cuándo volverán— respondí frustrada.

La pelirroja le dio un gran mordisco a la golosina y me la tendió.

—Yo en tu lugar no estaría tan triste, vivir con los Underwood es suficiente como para levantar mi ánimo cada mañana ¿En serio no te has tirado a ninguno?

Reí ante la sugerencia e inmediatamente pensé en Ilan. Realmente quería saber qué hacer para llamar su atención, pero de seguro a él le gustaban las chicas de fenomenal figura y grandes pechos, cosa que definitivamente no tenía.

—Por desgracia no.

...

La chicharra sonó indicando el toque de salida, pareciera que en mi mochila hubiera piedras en lugar de libros y la montaña de hojas que serían mis deberes para el fin de semana no entraban en el apretado lugar.

—¿Te vienes, Davina? — inquirió April lanzando el bolso rosado sobre su hombro.

—Adelántense, las veo el lunes, tengo que organizar unas cuantas cosas en mi casillero. —respondí señalando mi abultada maleta.

Ambas lanzaron un beso en mi dirección para luego caminar en sentido contrario. Quise checar la hora, pero oficialmente mi móvil estaba muerto así que me apresuré a encontrar mi taquilla, aunque no era demasiado difícil de identificarla siendo esta la única con un candado de contraseña en lugar de cerradura como todos los demás —si, había extraviado la llave—. Entre trucos y maromas conseguí amontonar los libros dentro de esta haciendo lugar así en mi mochila para el bonche de hojas en mi mano izquierda.

Los sonidos de grandes pisadas hicieron eco en el lugar, gire mi cabeza en la dirección de procedencia, pero el pasillo se encontraba lúgubre como todos los días luego del ultimo toque de la campana.

Esperé los indicios de cualquier otra presencia aparte de la mía, pero solo los constantes repiqueteos de las gotas de lluvia contra los cristales del tragaluz se hicieron sonar. Cerré el casillero con fuerza y me dirigí a la salida aprisionando la maleta granate entre mis bazos y pecho.

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