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M A C E D Ó P O L I S

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M A C E D Ó P O L I S

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Aquel día sería distinto. Tras largas horas de carecer de energía, una fracción de la población decidió dirigirse a las orillas del Gran Lago, conocido también como el Mar Mediano, aunque algunos consideraban esa denominación modesta en comparación con la inmensidad de su superficie. Al inicio, únicamente eran cientos de personas las que llegaban al lago, pero con el transcurso del tiempo, las costas fueron dominadas por una masa colectiva de individuos sumidos en una consciencia colectiva, buscando mitigar la ausencia de energía. Así, dejaron a un lado la monotonía gris de la ciudad y apreciaron un hermoso atardecer dominical.Los niños correteaban y jugaban en todas partes, las familias disfrutaban de un picnic en la arena o simplemente entablaban conversaciones entre sí. También había personas que capturaban fotografías del paisaje y del puente que atravesaba el inmenso lago de costa a costa.Hacía mucho tiempo que no se presenciaba algo similar, y aunque pudiera parecer un motivo tal vez trivial, miles de personas apreciaban ese hermoso momento. Sin embargo, la interrogante persistía: ¿por qué no había energía? Esta pregunta ensombrecía los rostros, tanto de aquellos en las orillas del lago como de los ausentes. Indudablemente, uno de los más inquietos era Alfred Morgan, conocido como General Alfred, quien ostentaba un cargo importante en la ciudad. Por el momento, solo podía conformarse con las suposiciones que los ingenieros le proporcionaban, suposiciones que evolucionaban con el transcurso de las horas, convirtiéndose en auténticos rumores callejeros. El más prominente de todos era el fallo en al menos cuatro de las diez turbinas de la central geotérmica, ubicada en las profundidades de la corteza planetaria.

Según se rumoreaba, esta avería se debía a incrementos de lava que los ingenieros consideraban como algo ordinario, ya que ocurrían en intervalos regulares de tiempo, impidiendo que la planta funcionara normalmente, como estaba sucediendo ese día. Algo era cierto, y era que si esta situación persistía, la ciudad se enfrentaría no solo a problemas económicos, sino también a cuestiones de seguridad.

Aunque muchos eran conscientes de que este fenómeno se presentaba una vez cada dos siglos, y a pesar de estar disfrutando de la hermosa vista en las orillas del Gran Lago, no se podía negar la sutil incertidumbre que se adueñaba de la ciudad...Alfred ya estaba al tanto de la situación en el Gran Lago y se encontraba en su despacho a punto de finalizar un informe que presentaría al día siguiente en una conferencia de prensa. Sin embargo, en ese preciso momento, alguien tocó a su puerta, interrumpiendo la fluidez de su escritura.

—¿Y ahora qué? —murmuró Alfred, deteniéndose en lo que escribía—. Adelante.

Pero antes de que pronunciara esas palabras, entró con determinación un joven de estatura elevada y aspecto ejecutivo, sosteniendo en su mano un dispositivo que recordaba a un teléfono.

—Señor Alfred, le llaman desde...

—Walter, ¡te he dicho que estaría ocupado! —increpó con tono fuerte.

—¡Señor! —susurró Walter mientras cubría la bocina del teléfono—. Es Canahapolis en la línea.

Sorprendido, Alfred alzó las cejas y, sin pensarlo dos veces, tomó el teléfono, una reliquia tecnológica prácticamente obsoleta en Macedópolis pero aún en uso en otras urbes. Con un gesto de su mano derecha, indicó a Walter que abandonara su despacho, mientras él se acomodaba el auricular.

—¿Aló? El general Alfred en la linea.

—Aquí Aarón Taylor, general del ejército de Canahapolis. Le llamo para informarle que ayer, exploradores terrestres de Macedópolis intentaron atravesar nuestro domo sin previo aviso, y, por consiguiente, les hemos denegado la entrada —explicó rápidamente—. ¿Han enviado ustedes a esos exploradores?

—No, no he despachado a ningún equipo de exploración —aseguró Alfred—. Soy consciente de que hay tropas custodiando las afueras del domo, pero... —la expresión de Alfred se oscureció y frunció el ceño mientras giraba para mirar a través del ventanal de cristal blindado, que abarcaba toda la parte sur de la interminable metrópolis—... esto es sumamente extraño. Primero nos quedamos sin energía y ahora nuestros exploradores intentan cruzar a Canahapolis por vía terrestre. Debo admitir que estoy empezando a sospechar que los leprosos han regresado.

—¿Señor? ¿Está diciendo que los leprosos han vuelto? —preguntó Taylor, incrédulo. Antes de que Alfred pudiera responder, Taylor continuó—. No es posible. Los erradicamos hace más de ochenta años... los eliminamos por completo...

—Sí —interrumpió Alfred—, eso es lo que creía, pero ayer, cuatro turbinas dejaron de funcionar abruptamente, y como bien sabe, una de ellas es crucial para alimentar nuestro domo. Ahora nos vemos limitados en términos de energía, solo lo suficiente para mantenerlo en funcionamiento. Esta planta ha operado sin problemas durante más de un siglo... sin problemas graves, al menos. No quiero divulgar información de manera oficial por ahora; es mejor mantener a la ciudad tranquila. Llevamos aproximadamente treinta horas con esta falla y espero que nuestros robots puedan detectar la causa del problema.

—De todos modos, esta misma noche enviaré tropas de vigilancia y exploradores a las afueras del domo —propuso Taylor con confianza.

—General Taylor... —hubo un breve silencio mientras Alfred dudaba si compartir algo más. Sin embargo, finalmente habló—. Avisen a los otros generales para que se mantengan alerta y compartan la información sobre lo ocurrido, pero sin alarmar a la población.

—Así lo haré, señor.

Alfred colgó el teléfono, dejándolo caer casi bruscamente sobre la mesa, y se sentó lentamente en su silla. A sus ciento noventa y cinco años, seguía ejerciendo como General de División. Su cuerpo estaba notablemente preservado, y su cabello canoso y espeso le otorgaba una apariencia distinguida. Su voz áspera sugería que había pasado gran parte de su vida dando órdenes y liderando. Su despacho, amplio incluso para los estándares habituales, estaba adornado con numerosos reconocimientos y medallas de guerra. Las fotografías que adornaban las paredes daban testimonio de su extensa carrera militar. Sin embargo, en aquel momento, su rostro mostraba una clara preocupación. Era consciente de que los problemas con el domo eran graves y requerían su atención inmediata. Mientras reflexionaba, se preguntaba: "¿Exploradores terrestres intentando ingresar a Canahapolis?" Dicha acción estaba estrictamente prohibida, ya que fuera de la ciudad se extendía un vasto desierto donde acechaban feroces bestias capaces de destruir cualquier cosa a su paso.

Después de unos minutos, Alfred sacudió la cabeza, desechando sus especulaciones, y llamó a su asistente, Walter, por el comunicador.

—Dime, señor —respondió Walter rápidamente, como si estuviera ansioso por saber la reacción de Alfred ante la llamada de Canahapolis.

—Necesito que investigues quién autorizó la salida de los exploradores de ayer en Canahapolis sin mi consentimiento. Quiero saber quién dio la orden. Además, necesito los informes sobre el progreso de las reparaciones de las turbinas lo antes posible.

—Claro, señor. Lo mantendré informado y me aseguraré de recopilar todos los informes necesarios —prometió amigablemente Walter, antes de colgar el comunicador.

 Lo mantendré informado y me aseguraré de recopilar todos los informes necesarios —prometió amigablemente Walter, antes de colgar el comunicador

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ROMY MORGAN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora