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UN PODER INCOMPRENDIDO✾✾✾   

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UN PODER INCOMPRENDIDO
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Mi nombre es Romy Morgan.

Pido disculpas a su autor. Primero por robar este libro, y segundo por escribir en sus últimas páginas estas líneas improvisadas.

Esta mañana mi madre y yo nos hemos levantado muy temprano, porque tenemos que salir de urgencias, ya que mi ciudad está condenada al exterminio por selección natural. Quizás leerlo no suene muy grave, pero vivirlo no tiene comparación. Tener que dejar todo lo que tienes duele, y duele mucho. En mi caso me duele más por mi hogar, el cual me vio crecer. Los momentos que viví aquí perduraran en mi corazón hasta el resto de mis días. Aunque no estuviese muy a gusto con algunas leyes, sé que Macedópolis también me hará falta. Echaré mucho en falta las tardes que pasaba jugando con Katrina, o las tardes en el gimnasio con mi padre; ya me estaba acostumbrando a ellas. También echaré de menos ver las ballenas por las mañanas, de todos modos, ya no las volveré a ver jamás. Ayer por la noche muchos decían que se estaban muriendo, que el agua había empezado a cambiar de color por los gases liberados en el fondo tras el terremoto. Lo peor de todo esto, es que nos toca despojarnos de todo, literalmente de todo. Las demás ciudades no permiten el ingreso de ningún objeto desde otra ciudad, nada más que la ropa que llevamos puesta, esto supone un nuevo comienzo, empezar de cero. Mi madre no ha parado de llorar toda la noche, y mi padre ha buscado la forma de que nos adelantemos a la evacuación. Sé que quizás mis palabras sean olvidadas, pero si alguien llegase a encontrar este libro, por favor que crea lo que en él está escrito. No sé si mi padre como yo ahora, sabe que somos unos Hominum, en realidad no sé lo que es, pero lo leí en este libro, y por lo que vi, creo pensar que tiene que ver algo con nosotros; y más conmigo. Creo que no somos de este planeta, Fuimos enviados a poblar este inhóspito planeta, y hemos sido olvidados a propósito. Pero eso no lo es todo, ahora también sé que estamos aquí por la razón de...

—¡Rooomy! Vámonos, no tenemos tiempo —increpó Anna tomándola del brazo, impidiendo que terminase la carta.

—¡Pero mamá! —necesito terminar.

Anna se la llevó a rastras. Era cierto, no les quedaba tiempo y tendrían que dirigirse a la terminal de migración turística que Alfred les había indicado.

Unas semanas antes Romy se dio cuenta que el libro que había tomado del Edificio Mayor, no era un libro cualquiera. Resultó ser una bitácora de análisis escritas en un idioma del que Romy nunca se le habría pasado por la mente distinguir, pero había gráficos, y eran lo suficientemente claros como para entender su contenido. Los que más se le quedaron en la mente fueron los de la creación de un domo electromagnético, el cual entendió perfectamente pero que no relacionó con el de su ciudad ya que el de la bitácora funcionaba por energía solar. Vio unas capsulas metidas en un inmenso lago de color verde, que, aunque eran entendibles no hallaba la forma de socializarlas con los otros gráficos. Y el ultimo y el que más le llamó la atención, tanto así que dio un sobresalto cuando lo vio, fue el de un hombre que era subdividido en tres partes: Corporis, Spiritus y Anima mea. Que juntos conformaban la palabra Hominum. Cada Hominum estaba desnudo, y dibujado encima de una de las hojas de un trébol invertido que tomaba toda la página. Aquel dibujo le produjo pesadillas por varias noches, y al encararse con Alfred para preguntarle sobre aquello, las palabras se le anudaban en la garganta y no entendía por qué. Pero estaba muy segura de que el Trébolgen tendría que ver con todo aquello. Ante la impotencia de no poder llevarse el códice, y que se lo quitaran, prefirió dejarlo.

Anna la acobardó diciéndole que muchas personas por incumplir las normas de migración, habían sido vetadas por varios años sin permiso de salir. Lo que no pudo dejar fue la cajita contenedora del Trébolgen. Ella era inseparable de ese artefacto sin función aparente, y no encontró otra forma sino metérselo en la entrepierna, con la esperanza de no ser detectada por la banda detectora. Aquella carta inconclusa de Romy, y el libro misterioso quedaron en la mesa, esperando que algún día sea descifrado por alguien que lo encontrara después del fatídico desastre, si es que perduraba.


Unas horas después Alfred se dirigía a toda velocidad en una nave robada, hacia la terminal de turismo cuatrocientos cincuenta y tres. Al llegar a la terminal se vio obligado a realizar un aterrizaje de emergencia en una calle aledaña, y le ordenó a Walter que esperara su arribo junto con Romy y Anna.

Walter se quedó atento ante un posible rapto de la nave por las personas que deambulaban por la zona. Mientras tanto, aprovechó para tirar los cuatro cadáveres que yacían en la nave, así las mujeres no se llevarían la sorpresa al subir, mas que todo lo hacía por Anna.

Alfred se adentró en la multitud desaforada como pudo. El bullicio era extremo, pero siguió hacia al meollo de todo, con la esperanza de encontrarlas dentro de la estación al lado del panel de entrada. Estaba oscuro allí dentro, el olor a sudor y a respiración apretada era el detonante del desespero. Todo estaba en penumbras y Alfred se dejaba guiar solo por el instinto de padre, el cual le decía que siguiera más a la derecha. De pronto pudo escuchar que alguien gritaba su nombre, fue tan claro como el canto de las aves. Alfred seguía adentrándose más y más, pero personas querían salir y otros entrar convirtiendo el lugar en un río de caudales irresolutos. El calor era insoportable, pero allí seguía Alfred escuchando esa llamada sin saber muy bien qué, o quién la generaba. No era la voz de Romy, de eso el estaba seguro. Parecía como la voz de un anciano. La siguiente llamada no la terminó de escuchar. Lo sublime e incomprensible tomo lugar en aquel sitio. Todas las personas se desmayaron cayendo como fichas de dominó una a una.

Alfred quedo arrodillado ante la fuerza de aquel chillido fantasmal pero apaciguador que salía de la garganta de Romy. La pudo ver, como si fuera un náufrago avistando una isla en un mar de cuerpos inconscientes. En el momento no entendía lo que sucedía, pero eso no le importaba. Romy estaba de pie con las manos llevadas a la entrepierna y las rodillas pegadas. Dejó de gritar cuando sus piernas no pudieron más y se dejó caer bruscamente al suelo. Anna que estaba a su lado llorando, se lanzó para tomarla entre sus brazos. Le acariciaba el cabello pronunciando mimos de madre; estaba en shock, mientras sus lágrimas caían en la piel de Romy; Aquella escena era difícil de creer, hasta los soldados al otro lado del panel se habían desmayado, solo ellos tres eran conscientes de lo que sucedía.

Romy recostada en la falda de Anna, reaccionó al cabo de unos segundos, miró con agrado y extrañeza a sus padres; sentía paz. En su frente relucía claro y mejor que nunca, esa marca azul verdosa que formaba el trébol, iluminando gran parte de su rostro.

—¿Que sucedió? —preguntó al fin.

—Ahora no me queda la menor duda de la fuerza de ese cacharrito —vaciló Alfred; ambos sonrieron al reconocer los ojos azules de su hija.

Uno de los cuerpos de alrededor se movió, y eso les dio a entender que ya era hora de irse de ese lugar.

Dos horas más tarde iban a toda velocidad por encima del desierto Solaris con dirección a Canahapolis, sin saber los augurios que en el camino encontrarían.

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ROMY MORGAN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora