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INDICIOS DEL TREBOLGEN

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INDICIOS DEL TREBOLGEN

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Cuando llegó al sitio donde resguardaban a Anna, se llevó la desagradable sorpresa de ver la capsula vacía. Tampoco vio a Alfred ni a Walter. Solo vio a uno de los soldados que estaba herido y recostado a un cristal. Le preguntó por Alfred y él le señaló con la cabeza hacia el norte, justo donde estaba la incesante nube de polvo.

«¡Romy! por aquí», escuchó después de estar corriendo y llamando por unos minutos. El viento corría con fuerza haciendo que la visión y la audición fuesen cada vez más limitados. Corrió en dirección a la voz y llegó justo donde se hallaban Alfred y Walter. Estaban mirando un agujero en el suelo de algunos ocho metros de ancho, en el que no se alcanzaba a ver el fondo. Su padre le comentó con pesadumbre lo que había sucedido con Anna. Eso le produjo a Romy una ira ciega, y sujetó a Walter por el torso de su elegante traje, levantándole como si alzase una pluma que amenazaba con dejar caer por el agujero. Ella estaba tan cerca de la boca de aquel hueco, que sus botas dejaban caer arena en el vacío. Walter se aferró a los brazos de Romy porque era lo único que le conectaba a la tierra. Su expresión denotaba miedo, pero a la vez asombro ante la reacción de Romy; debajo de sus pies la oscuridad hueca e ignota lo estaba aterrorizando.

—¡Te dije que estuvieras pendiente de mi madre! ¡¡Que no la dejaras sola!! —increpó, mientras Alfred le pedía que se calmara. Que Walter no tenía la culpa.

—Lo... lo siento, yo... —fue lo único que pudo decir Walter, al ver que Romy empezaba a retroceder.

Ella bajó súbitamente la mirada, confundida y hasta avergonzada. Lentamente fue dejando las fuerzas hasta que por fin Walter pudo tocar suelo.

Romy cayó de rodillas y escondió su llanto en silencio tapando su rostro. Alfred le puso una mano en el hombro y la consoló; le prometió que encontrarían a Anna.

Walter guardó silencio. En cierta forma se sentía culpable. Pero Alfred le había explicado que para enfrentarse a los leprosos se necesitaba algo más que armas y fuerza, y eso le lavaba un poco la consciencia.

Resignados por ver que del agujero no salía ni el mínimo sonido como para especular que estuviese algún armadillo allí debajo, regresaron a las ruinas de la nave. Se dieron cuenta de que solo tenían la compañía de un soldado, el cual estaba malherido con una brecha en el costado. El otro soldado que había quedado, no pudo resistir; el armadillo había alcanzado a golpearle en la cabeza, y murió luego de un rato. Alfred le preguntó al soldado si habían alcanzado a comunicarse con la base de Canahapolis antes del ataque, pero este les dijo con mucha dificultad que, si los pilotos no lo habían hecho, pronto se darían cuenta del retraso en la llegada y mandarían exploradores y naves en rescate de todos.

—¿Y tú ónix? ¿Y los radares de comunicación inmediata? —interrogó Walter—. En Canahapolis ya deberían saber que la nave ha sido destruida.

ROMY MORGAN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora