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U N A C E N A S O R P R E S A
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Aquella noche de regreso a casa por la autopista subterránea, Alfred iba pensando en la reunión con el presidente. Reunirse con él, nunca fue algo habitual, además, esa era la primera vez que Alfred acudía a su respuesta después de diez años, por ese motivo estaba intranquilo, pues era el presidente la suprema autoridad de Pérgamo, y únicamente se solicitaba su aprobación si él consideraba que era oportuna. Se decía que el presidente había olvidado a Macedópolis, tenía más de diez años que estaba fuera, nadie sabía con exactitud dónde; a excepción del concejo.

Por otro lado, Romy había tenido un día muy normal, había entrenado Aikido y había nadado unas horas junto con Kat. Su ánimo ya no era el mismo con respecto a la mañana. Quiso pensar que la mejor versión de todo, era la que su padre había dicho públicamente, y no la que escuchó clandestinamente; así, que se sentía más tranquila.

Al llegar la noche, en la casa de los Morgan, todos se alistaban para la cena que Alfred había dispuesto.
Romy se había colocado un vestido corto y elegante, de color negro, con encajes magenta, se veía muy guapa, igual que su madre, con un vestido largo hasta los tobillos, rojo y afiligranado, y su cartera del mismo estilo; Alfred solo se puso uno de sus smokings.
Cuando salieron de la casa, Anna detuvo a Alfred sujetándole de su brazo para que Romy se adelantase camino al coche, que estaba aparcado en la acera.

—No pensaras decírselo hoy, ¿No? —preguntó Anna en voz baja.

—Lo más seguro es que en un mes evacuaremos, mañana viajaré a Canahapolis para confirmar.

Anna ahogó un gemido, y tapó su boca del asombro.

—¡Eh! —Exclamó Romy esperando con un pie en la portezuela del coche—, ¿Os vais a quedar la noche allí?

—Después hablaremos bien de eso —musitó Alfred caminando hacia el coche—. Pero hoy le contaré todo. Tengo pensado sacarlas a vosotras antes de la evacuación.

—Papá, creo que es la primera vez en mucho tiempo que nos llevas a cenar un lunes. La sorpresa tendrá que merecer la pena. —comentaba Romy riéndose, mientras subía al coche.

—Ya veréis como merecerá la pena —aseguró Alfred con una sonrisa tremola.

Se sentó solo, y en frente, Romy y Anna. En el centro había una mesa de cristal donde se proyectaba Lucy cuando se le necesitase, y que también era una despensa de vinos. Alfred cogió un vino muy especial para él, el cual fue servido la noche de su boda. Entonces escanció el vino para tres copas.

—¡Un brindis por esta familia, y por qué estemos siempre juntos!

Sonaron las copas. Anna enrojeció porque Alfred había servido ese vino, lo miró, sonrió y le lanzo un beso.

—Bueno y ¿A dónde nos llevaras esta noche? —preguntó Romy.

—He dicho que es una sorpresa. Lucy, a la estación de esferas Hemanif.

Anna y Romy se miraron de inmediato frunciendo las cejas al mismo tiempo que el coche arrancaba. También miraron a Alfred, pero se hizo el desentendido.
Viajar por esferas nunca había sido una opción, puesto que era un servicio público que solo la gente del sur utilizaba. Alfred quería que Romy viviera la experiencia de viajar por esferas y ver la ciudad desde arriba, lo que él no sabía, es que Romy ya había volado en dos ocasiones. Él pensaba que pronto la ciudad no iba a ser la misma, y quería que juntos apreciasen la grandeza de Macedópolis.

Cuando llegaron a la estación Hemanif, se dieron cuenta de que había mucho movimiento: personas de un lado para otro, había mucho ruido y la muchedumbre hacia que el ambiente fuera estresante; se podía percibir un olor a ozono y poliéster.
En cuanto se bajaron del coche, atrajeron muchas miradas, Anna se sentía un poco intimidada; Romy estaba muy normal y tranquila. Tenía un semblante turístico y disfrutaba con lo que veía, aunque ya había estado en esa estación, la vez que vino era domingo y no había tanta gente. Alfred estaba empezando a contemplar la idea de que no había sido una buena decisión ir al restaurant por aire. Estuvo a punto de decirles que regresasen al coche; pero por un pequeño impulso siguió adelante, y pensó que sería parte de una anécdota más.

ROMY MORGAN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora