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L E P R O S O S
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Tenemos que irnos de aquí, ahora mismo —advirtió Alfred desenfundando de nuevo su arma.

Anna estaba cerca de la puerta, intentó abrirla, pero por algún motivo no se abría; estaba bloqueada.

—No se abre, estamos atrapados —dijo Anna preocupada—

—Déjame, lo intentaré yo.

Alfred tomó distancia y le dio un golpe seco a la puerta, pero esta ni siquiera se movió; era una puerta blindada.

—Le voy a disparar— dijo Romy corriendo hacia el mini-museo para agarrar la O1527, pero Alfred no la dejó, tomandola del brazo.

—Romy esa arma es muy peligrosa, no sabrías controlarla.

—Pero es la misma que uso en los video-jueg...

—¡NO! —increpó Alfred, y Romy enmudeció—. Sé dónde hay otra salida, seguidme.

Alfred se dirigió a una puerta del despacho que estaba un poco más al fondo. Anna tomó a Romy de la mano para seguir a su padre. Al salir de la instancia en la cual se encontraban, Romy volvió la mirada hacia la O1527 Tenía mucha ilusión de probarla, y se dio cuenta una vez más, que su padre no confiaba en ella.

Entraron por la puerta, siguiendo por un pasillo que llevaba a un gran salón. Al entrar, lo primero que Romy vio, fue la ciudad atreves de unos inmensos ventanales. Se dio cuenta que había una gran mesa en el centro, las luces se encendieron solas. Entonces entendió que estaban en una inmensa sala de reuniones.
De repente Lucy apareció en el centro de la mesa, que hasta Alfred dio un respingo.

—Buenas Noches señor Alfred, no es normal verlo aquí a estas horas. ¿Qué se le ofrece?

Nadie respondió, Alfred les hizo señas para que le siguieran. Las llevó a un ascensor de puertas negras, era diferente a los demas. Alfred puso su mano en el panel para la aprobación dactilar, y luego miró otro panel justo en frente de su cara para la comprobación biométrica. El color verde apareció, como si la seguridad hubiese vuelto. Anna estaba nerviosa deseaba no haber salido nunca, al contrario de Romy, que necesitaba experimentar algo de acción.

—¿A dónde nos lleva este ascensor? —quiso saber Romy.

—A un lugar diferente, solo tenemos acceso pocas personas, y aunque sea algo improvisado, hoy tenéis el privilegio.

Una vez dentro, Alfred se colocó delante, esperando el momento en que se abriesen las puertas. Estaba atento a todo, tenía los ojos bien abiertos, y su arma la mantenía alzada. Romy y Anna estaban detrás de él discutiendo sobre algo. Las puertas se abrieron, y Alfred les hizo una seña con la mano para que no saliesen, Alfred salió con mucho cuidado a inspeccionar, con el arma dispuesta, apoyando el proveedor en la palma de su mano izquierda. Pasaron unos cuantos segundos. Romy salió del ascensor sin esperar ninguna orden de su padre.

—¿Romy que haces? —musitó Anna asustada, extendiéndole la mano para que volviese al ascensor.

—Parece ser que no hay nadie —Aseguró Alfred—, las luces estaban apagadas cuando llegamos.

—Ven mamá.

Anna iba a salir, cuando de repente, las puertas del ascensor se cerraron de golpe. Ni a Romy le dio tiempo de entrar, ni a Anna de salir. Lo único que les quedo de Anna, fue su grito, que estremeció el lugar.

—¿Y ahora qué? —preguntó Romy.

—Ese leproso me las va a pagar —masculló Alfred, presionando el panel para que bajase el ascensor.

—Otra vez está bloqueado, tendremos que esperar no podemos irnos sin ella.

—Intenta llamar a Walter —sugirió Romy.

—Este lugar es tan secreto que aquí las llamadas están desactivadas.
Romy miró su móvil, y efectivamente no había cobertura de nada.

—¿Lugar secreto? —murmuró Romy.

Entonces dio la vuelta, y lo que vio le sorprendió. Quedó con la boca abierta al ver tres armadillos cada uno de al menos tres metros de alto por cinco de largo, y del mismo grosor de un vagón de tren.

—Están disecados —comentó Alfred—, mi voluntad no era mostrarte esto hoy. Sin duda son terroríficos.

—En «The world of the Beasts» no se ven tan atemorizantes —dijo Romy aún con la boca abierta— matarles tiene que ser muy difícil. ¿Y qué hacen aquí?

—Están siendo estudiados, desde hace muchos años, intentamos saber cómo domarles, pero no hemos tenido éxito. Estos tres fueron traídos del desierto Solaris, el primero hace más de 200 años, y el ultimo solo hace 4 meses. Ninguno sobrevivió al encierro, es como si se suicidaran al verse atrapados.

Romy quiso caminar por la sala invadida por la curiosidad. Volvió la mirada. Era su padre, golpeando el panel del ascensor.

—Romy, ¡ven acá!, tu madre está en peligro. Lo mejor es estar juntos.

—Solo un momento papá.

Romy era muy lista, pero a la vez ignorante, ignoraba los peligros que suponían estar allí. Ignoraba la advertencia de Walter, de salir de inmediato del edificio. Nunca había visto la maldad del ser humano. En sus libros holográficos la violencia era censurada y sus ojos le eran ciegos y ajenos a ella. Por eso siguió caminando por la inmensa sala de laboratorio. En la sala todo era blanco, y el ambiente era de asepsia, Romy tuvo la sensación de sentirse sucia en ese lugar tan limpio; pero quería saber más. Llegó a un lugar que estaba un poco apartado de lo demás, un lugar en una sección intermedia, era increíble lo que vio, por lo menos diez estantes llenos de libros, auténticos libros de papel. Algunos estaban muy viejos, y otros se veían nuevos. Romy se acercó para tomar alguno, pues nunca había visto uno real, en Pérgamo el papel no se fabricaba.

A medida que se fue acercando a los estantes, se dio cuenta de que estaban protegidos por un cristal. pudo leer varios títulos, había títulos en otros idiomas, que no se le hacían nada familiar, de hecho, parecían de otro mundo.

Luego de estar unos minutos mirando aquellos libros, escuchó un sonido, como un gruñido, y miro a su alrededor y no vio nada, volvió su atención a los libros, pero nuevo ese sonido, esta vez más fuerte, que le hizo sobre saltar. Entonces supo de dónde provenía el gruñido, caminó más hacia el fondo, pasando por uno de los estantes, miró hacia atrás para ver a su padre; pero el estante tapaba su visión, y siguió caminando sigilosamente hacia el gruñido.

Llegó a un lugar lleno de ordenadores, lo que parecía ser una sala de experimentos. Estaban las luces apagadas, dio unos pasos, y las luces se encendieron. Pudo ver en el centro lo que eran tres capsulas cubiertas de un plástico azul verdoso, y en la parte de arriba unos reflectores muy extraños, «No sería solo para proyectar luz». pensó. La curiosidad la tomó por completo, que empezó a sudar. El gruñido venia de unas de las tres capsulas. Caminó hacia la capsula de la izquierda donde salía el sonido, y sin pensarlo tiro del plástico. Romy saltó hacia atrás por reflejo, lo que vio le puso los pelos de punta. Una criatura de dos metros y medio de alto, con grandes músculos, parecía un hombre; pero su piel era escamosa, como la de un reptil, parecía dormido, y hacia esos extraños sonidos. Flotaba en algo que no era ni aire, ni agua. Era una sustancia traslucida que tenía partículas centellantes, que de inmediato captaron la atención de Romy. Se acercó lentamente para observar con detenimiento, lo que veía no lo creía, la criatura tenía escamas del tamaño de una moneda, y una coraza en el pecho y parte de la cabeza, no tenía labios y apenas tenía nariz.

Entonces Romy se fijó en las otras capsulas, destapó una, y luego la otra. En la del centro había otra criatura, esta no se veía tan fuerte como la primera, estaba como desnutrida, y de su cabeza salían como especie de dos látigos hacia atrás. Sus pechos eran un poco más grandes que el anterior, a pesar de su delgadez. Romy dedujo que era una hembra. La tercera capsula la dejo aún más desconcertada, era un niño, un niño común y corriente, de algunos 8 años, tenía cabello, su piel era normal. ¿Qué hacia un niño allí? Se preguntó...

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ROMY MORGAN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora