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Al salir de la casa, Romy vio que hacía un espléndido día. Miró hacia arriba guiada por el movimiento de las esferas de transporte público. Estas esferas llevaban treinta pasajeros, eran cromadas, e iban en todas las direcciones a una velocidad muy alta, cruzando por carreteras invisibles, formadas de fuerza magnética inducida. Esto le hizo confirmar, que la energía había vuelto a la ciudad.
Miró hacia el frente y vio a su vecino, el cual estaba observando a un robot de características antropomórficas regar sus plantas. Y a su perro que saltaba de lado a lado tratando de morder el chorro de la manguera.

En Macedópolis los robots estaban delegados a trabajar como reparadores, mano de obra en trabajos duros, u oficios varios. No estaba permitido que ejercieran cargos donde se tuvieran que tomar decisiones humanas; porque la inteligencia artificial aún no se había podido implementar de manera eficaz en ellos. Hace muchos años probaron con un pelotón de robots para poner orden en una protesta por la igualdad de género; pero las cosas no terminaron muy bien. Se decía que el problema no era de inteligencia artificial, sino de conciencia, y eso era algo que nunca se podría conseguir, según algunos ingenieros de la robótica. «Hoy día, podemos confirmar que la conciencia en los robots solo se puede simular; pero jamás será eficaz» Así que desde entonces los robots solo hacían reparaciones...

—Hola Romy, buenos días —vociferó levantando su brazo.

—Hola señor Harris —Respondió Romy sonriendo, pero mirando al perro.

A Romy le encantaban los perros, deseaba tener tres si pudiera, pero Alfred los detestaba.

—¡Ya llegó la energía! —exclamó el señor Harris eufórico.

—Sí, espero que todo vuelva a la normalidad —asintió Romy de una manera evasiva, pues ya le quedaba poco tiempo—, aunque en mi casa hubo normalidad, a excepción de la pesada de Lucy que no estaba, y de la mala noticia de anoche —masculló hablando para sí misma.

No saludó al perro como solía hacerlo, porque iba de afán.

Todas las casas del norte de Macedópolis eran muy parecidas por no decir que iguales, todas con aceras grandes y con un árbol de abedul frente al jardín. A dos metros del árbol estaba un banco metálico que a su lado tenía un panel rectangular en forma vertical apoyado en el suelo, y allí, la imagen virtual de Lucy.
Romy se sentó en el banco —que no era un banco cualquiera—, pues también tenía la función de ser la plataforma de un ascensor subterráneo.

—Hola de nuevo Lucy, voy a la escuela.

—Si señorita. Bajando a la autopista escolar nivel menos tres.

Se escuchó un pitido y el banco metálico empezó a bajar. Mientras, Romy sacó los cascos de su mochila.

—Nivel menos uno.

Esta autopista estaba llena de vehículos particulares que circulaban a toda velocidad.

—Nivel menos dos.

Camiones que transportaban contenedores.

—Nivel menos tres.

Se escuchó un pitido.

—Por favor espere mientras llega su ruta escolar señorita Romy.

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ROMY MORGAN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora