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DECLARACIÓN  DE  GUERRA✾✾✾

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DECLARACIÓN DE GUERRA
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Las advertencias de no comentar nada sobre los leprosos no tuvieron éxito. Esa noche después de entrenar con Romy, mientras Alfred disfrutaba de una película con su familia, una escena macabra se gestaba a las orillas de El Gran lago, que tuvo repercusión a la mañana siguiente. Una multitud de casi mil personas se desplazaron hasta el Edificio Mayor obstruyendo las vías con pancartas y estandartes.

«¡¡Queremos la verdad!!»
«¡¡Venganza por los doce!!»
«¡¡Afuera los leprosos!!»

La noche de lo ocurrido llamaron a Alfred para informarle que una docena de cuerpos fueron encontrados a las orillas de El Gran lago, justo debajo del puente. Alfred se vio obligado a salir de inmediato de su casa, sin mayor explicación; pero lo macabro ya había sido concebido. Doce cuerpos tirados boca abajo sin columna vertebral: seis hombres y seis mujeres de primer siglo. Aquel acto siniestro era característico de los leprosos; sin embargo, aún no sabían con exactitud por qué les quitaban la médula espinal a sus víctimas. Una hipótesis decía que era un rito espiritual. Otros aseguraban que la médula espinal poseía propiedades que fortalecían la psiquis descomunal de los leprosos. Pero eso ya no era tan relevante, como el hecho de que ese acto podría ser el comienzo de una guerra, quizás la más grande de todos los tiempos. Después de casi un siglo se confirmaba que los leprosos no fueron extinguidos del todo.

Alfred se dirigió muy temprano por la mañana al Edificio Mayor. Todo parecía estar calmado, y eso era bueno para las investigaciones, hasta que una llamada interrumpió las meditaciones de Alfred.

—Señor. Hay una multitud furiosa pidiendo explicaciones por lo ocurrido. Lucy le llevará a una dirección donde será recogido por una de las naves.

Alfred aceptó de mal humor. El coche cambio de dirección bruscamente dirigiéndose al oeste a toda velocidad.

Justo lo que había estado evitando, un escándalo. Y lo peor era que no se sabía a ciencia cierta si había cientos o miles de leprosos camuflados en la ciudad, o simplemente eran unos pocos. Las personas estaban hambrientas de información. Empezaban a desesperarse, y tenían pánico por lo sucedido. Alfred le tocaría dar declaraciones de lo ocurrido, y decirlo todo —y todo es todo—. Tendría que explicar que el incremento bicentenario era mucho mayor de lo normal, y pronto Macedópolis tendría que ser evacuada ante la inmensa posibilidad de una explosión de magma.

Pasaron un par de horas, y las casi mil personas ahora eran por lo menos unas siete mil. Las autoridades de orden público estaban pidiendo refuerzos robóticos, y todo empezaba a salirse de control. Había forcejeos y salían personas heridas, la presencia de sangre tomaba lugar, alterando mucho más los ánimos. El escandalo era abrumador y desesperante.

Un grupo de personas intentaron tomar el edificio a la fuerza, pero dos robots de seguridad fueron puestos en las entradas. Cada uno media tres metros de alto, sin embargo, no poseían armas letales. Toda persona que intentara pasar era aturdida por medio de infrasonidos, produciéndoles un fuerte dolor de cabeza que los hacia retorcerse en el suelo. Cuando aquello no podía empeorar más, llegaron por las calles adyacentes miles de personas procedentes del sur, Alfred desde lo alto ya en su despacho, veía como aquella gente alborotada parecía un enjambre de hormigas furiosas. Entonces algo inesperado pasó...
La tierra empezó a sacudirse como una gigantesca serpiente. la furia de lo que se venía encubando debajo de Macedópolis quería germinar. Alfred salió corriendo hacia un lugar seguro el cual llamaban capsula de vuelos anti-sísmicos, todos los pisos del edificio tenían ocho, y en cada una cabían setenta personas. Por si el edificio se venía al suelo, todas las capsulas salían disparadas por los cielos. Fueron entrando las personas a estas cabinas, como una coreografía programada, en medio de instrucciones de seguridad que daba Lucy.

—¡Señor, Señor! Aquí detrás.

Era Walter con un cabestrillo en su brazo derecho. Estaba a las espaldas de Alfred en una esquina. Alfred lo miró y se alegró de verlo, pero más que eso, se extrañó. Walter estaba de baja por incapacidad.

—Pero, ¿qué haces aquí? —inquirió Alfred escabulléndose por entre medio de las personas.
Todos estaban cuerpo a cuerpo. El edificio se sacudía, sin embargo, Había calma allí dentro, producto de un protocolo estándar. Pero afuera el caos reinaba.

Lo que pronto pasó, no tenía precedentes en el planeta. Una gigantesca estatua del presidente, situada al lado derecho del edificio, se vino abajo cayendo «lenta» y súbitamente en medio de la carretera, justo en el corazón de la muchedumbre, aplastando en el acto a más de mil personas. Otros eran aplastados por sus mismos compañeros que corrían despavoridos.

—Señor, después de lo que pasó anoche, no me podía quedar de brazos cruzados en mi casa.

—Muy bien soldado —aprobó su respuesta hundiendo el entrecejo—. ¿Y en que se supone que nos servirás? Si tienes el brazo hecho un etcétera.

—Señor tengo información de los exploradores. ¿Recuerda los exploradores terrestres que intentaron entrar a Canahapolis hace un mes?

Alfred ladeo la cabeza y asintió.

—Pues los exploradores que enviamos fueron destruidos, y sus cuerpos fueron encontrados ayer, en el paso de Canahapolis a Tarsópolis. Ninguno tenía columna vertebral. En realidad, los exploradores terrestres que intentaron entrar en Canahapolis no eran nuestros, eran de...

Un fuerte crujido interrumpió lo que iba a decir. Y provenia de la garganta de un agente que escuchaba la conversación a escasos metros. Se lepromutó abriendo los brazos para abrirse paso hacia Alfred y Walter, provocando un par de muertes al impactar personas contra la pared de la capsula. Las armas de los presentes se desenfundaron al instante disparándole por todo sitio, pero la criatura se defendía formando una equis con sus antebrazos para cubrir la parte frontal de su cuello. Dio un salto, y en un parpadeo pudo golpear a Alfred contra la pared. Alfred cayó al suelo, y sacó una daga de su bota. Se levantó, y con el mismo impulso saltó para darle un golpe muy acertado en la cara del leproso, dejando al descubierto su parte débil del cuello y con un intercambio de manos, le clavó la daga en el cuello, y con rictus de rabia se la sostuvo por unos segundos.

—¿Quién era este hombre? —quiso saber señalándolo con la daga llena de sangre azul.
Uno de los agentes se acercó y le revisó lo que quedaba del traje.

—Tiene la identificación de Hamilton Bruce.

—¿De Hamilton? —replicó uno de los presentes arrugando el entrecejo—. Hamilton era un contable del área hasta hace un par de meses cuando le trasladaron al sur.

—Pues parece que a Hamilton no le fue muy bien —dijo otro.

—¿Sería Hamilton un leproso más?

Todos se miraron con suspicacia. Sin duda ya no había seguridad ni confianza en el edificio. Fue entonces cuando se dieron cuenta que el terremoto había terminado. El Edificio Mayor pudo resistir. Alfred enseguida llamó a Anna. Ella le dijo que estaban bien, que no se preocupara por Romy.

—¡Mirad! Hay algo aquí.

Uno de los agentes encontró lo que parecía ser un permiso de turismo en el bolsillo del leproso, estaba quebrado y no emitía luz. No se veía muy bien lo que decía, pero pudieron leerlo:

Permiso a Macedópolis: Tres días.

Ciudad de origen: Sidópolis.

—...Sidópolis, los exploradores. Eso era lo que le iba a decir señor. —explicó Walter.

—Mañana viajaré a Canahapolis, ya que tú mismo te has dado de alta me tendrás que acompañar.

—Señor, por supuesto —respondió con una sonrisa gratificante.

—¿Qué miráis? ¡A salir de aquí! Llamad a limpieza, que limpien la zona. Tenemos mucho trabajo que hacer...

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ROMY MORGAN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora