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Romy reparó el niño por un momento intentando buscar algún rasgo que le diferenciase de sus semejantes, pero no halló ninguno, y no había ninguna inscripción que le diera pistas.

De pronto se escuchó un estruendo, seguido del sonido estridente de cristales rotos. Una bala había alcanzado a uno de los estantes de libros, dejando varios al descubierto. Romy salió corriendo a ver qué había pasado, pero a lo lejos se dio cuenta de lo que ocurría, y se detuvo.
Justo en la entrada del ascensor Miller tenia apresada a Anna, la cual estaba toda despeinada, sin zapatos, y con un claro moretón en la mejilla. Le habían golpeado. Y Miller le tenía puesto el cañón de su arma, justo en la oreja.

Alfred estaba siendo apuntado a una distancia de algunos cuatro metros por dos hombres que escoltaban a Miller. Y Alfred apuntaba a Miller.

Romy se ocultó tras un tabique de pared que estaba a unos veinte metros. Su corazón aceleró de inmediato, y pudo sentir un subidón de adrenalina, que nunca había experimentado. Apretó sus manos con mucha fuerza haciendo un rictus de rabia. Se dio media vuelta, y trató de calmarse para no cometer una locura. Tenía que pensar muy bien su ataque; pero no tenía ningún arma. De repente escuchó los gritos de Alfred, y volvió su mirada a la escena.

—¡Suéltala! Suéltala, sino lo haces, lo lamentaras toda tu vida.

Lo único que soltó Miller, fue una risa plagada de maldad.

—¿Dónde están? —preguntó— sé que los tenéis aquí.

—¡Suéltala! Impostor, debí saberlo hace mucho tiempo, y acabar contigo.

—Miller cerró los ojos, y las venas de su frente empezaron a hincharse de manera exorbitante. Su piel se puso azulosa, y sus músculos empezaron a crecer.

Alfred estaba asombrado; pero no dejaba de apuntarle, Anna horrorizada, gritaba porque el contacto con la piel de Miller le estaba quemando su cuello. Miller se estaba transformando en algo.

Al cabo de unos segundos, Miller abrió los ojos, que ahora eran de color rojo y mucho más grandes.

De inmediato se escucharon unos gritos ensordecedores. Romy dio un respingo. Eran las criaturas de las capsulas que emitían un sonido espeluznante, como si sintieran la presencia de Miller.

Miller ahora era otro leproso más. Hizo un gesto con la cabeza a un guarda espaldas, para qué fuese a por los leprosos de las capsulas. El guarda espaldas salió en el acto.

Romy se dio cuenta que venía en dirección hacia ella, y pasaría muy cerca, su corazón estaba a punto de estallar. Miró a todos los lados para ver si veía un objeto contundente con el cual defenderse; pero todo estaba limpio, a excepción del área de los libros, lleno de cristales rotos. Los pudo ver a diez metros, pero si osaba buscar uno, corría el peligro de ser vista, y eso podría ser el final.

ROMY MORGAN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora