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R O M Y✾✾✾

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R O M Y
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Recorría el pasillo, inmerso en los informes entregados por Walter, cuando un recuerdo fugaz de su amada Romy irrumpió en su pensamiento. Aquella pequeña, su razón de ser. Aunque era un padre estricto, su amor por ella era profundo. Desde siempre, Alfred había impuesto rigurosidad en todo aspecto de la vida, incluso apagando la televisión si nadie la veía por unos minutos. Su vida militar había dejado una impronta indeleble.

Alfred llamó a Romy, pero no obtuvo respuesta. Observó su habitación, teñida de un magenta oscuro, repleta de pósters de videojuegos. Los viernes y sábados por la noche, Romy se sumergía en interminables horas de juegos violentos, enfrentando bestias y criaturas de todo tipo.

Al no encontrarla allí, se dirigió al final del pasillo, donde se encontraba su estudio y biblioteca. Sabía que era un lugar al que Romy acudía a menudo, devorando libros sobre disciplina militar, ciencia e historia de Pérgamo. Pero tampoco estaba allí. Sin más opciones, bajó a la sala de estar para preguntarle a su esposa sobre el paradero de Romy.

Romy, una joven de dieciocho años, estudiante de pedagogía familiar con enfoque en adopción. Ella no tenía intención de tener hijos. Afirmaba que el amor no era para ella y que traer al mundo a un hijo la esclavizaría durante el resto de su larga vida, aunque faltaran aún ciento dos años para que decidiera. En Macedópolis, solo se permitía tener un hijo a los ciento veinte años, el cual debía ser criado por su madre, quien asumiría la responsabilidad de inculcar valores y enseñar las leyes de la ciudad. No existían escuelas para los niños, ya que todo se aprendía en el hogar con la madre. Sin embargo, dos veces a la semana los niños eran llevados a parques inmensos y salones equipados con diversos juegos, separados por edades hasta los quince años, momento en el que debían elegir su carrera. Esto solo aplicaba a los hombres, ya que a las mujeres se les limitaba a estudiar crianza y pedagogía. Romy, sin embargo, no estaba de acuerdo con las leyes y estatutos de la ciudad, disgustada por el orden de vida impuesto a todos.

—¿No estaba contigo? —inquirió Anna—. Pensé que estaba contigo. Me dijo que se encontrarían en el centro... en ese combate que tanto ansiaba ver, y luego se encontraría con Kat.

—¡El combate! —reaccionó Alfred, llevándose una mano a la cabeza—. ¡Cómo pude olvidarlo!

Alfred salió inmediatamente, con la esperanza de llegar a tiempo, aunque sabía que era tarde para presenciar el final del combate. No quería llamar a su móvil, deseaba cumplir el compromiso con su hija. Las calles se encontraban desiertas, algo inconcebible en una ciudad como Macedópolis. Mientras caminaba, pensaba en qué excusa podría darle. Romy llevaba semanas insistiendo en que la acompañara a presenciar esa pelea, pero Alfred siempre argumentaba que era falta de tiempo. Prefería que lo viera desde casa, hasta que un día accedió a ir. De hecho, se lo prometió.

ROMY MORGAN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora