Capitulo 7

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En la estación de radio suena alguna canción que no reconozco, pero el ritmo es pegadizo y no puedo evitar mover mis caderas al compás, mientras acomodo mis pertenencias en los lugares que corresponden, dejando el libro sobre la mesa ratona.

Cuando todo está medianamente en su lugar, y luego de haberme dado un buen baño, camino hacia la cocina, con intenciones de prepararme algo para el almuerzo, pero lo primero que veo cuando ingreso, es la pizza sobre la mesa, que anoche no tuve oportunidad de notar. Era la cena que había preparado Nicolás. Me debato unos segundos, entre comerla o no, y termino eligiendo la primera opción ¿Dónde está escrito que la pizza fría no es rica? Yo creo que en ningún lado. Esto está delicioso.

Ya llevo la mitad de la tercera porción, cuando alguien llama a la puerta. Aun con la porción a medio comer, voy a atender. Tal vez sea como en otro lugares, sonde os vecinos te dan la bienvenida con galletas, aunque lo veo algo imposible.

Termino de tragar lo que tengo en la boca para finalmente abrir. Frente a mí, se encuentra la mujer que me indicó la dirección del supermercado y me prestó el móvil para llamar a la ambulancia. Junto a ella, está la niña y un poco más atrás, un joven con aires de aburrimiento.

-Hola…- su presencia me saca un poco de balance y empiezo a maquinar mi mente, intentando recordar el nombre de la mujer. ¿Era Alicia? ¿Erika? ¿Ann...?

-Elena- aclara y yo asiento, como si lo recordara perfectamente, cuando en realidad no estaba ni cerca de adivinarlo.

-Y…ustedes… ¿En qué puedo ayudarlo?- la mano con el trozo de pizza, se encuentra oculta detrás de mi espalda y se empieza a sentir incomodo. Creí que sería una visita rápida.

La mujer sonríe poniendo una mano sobre el hombro de la pequeña y luego le hace un gesto con la cabeza al joven, para que se acerque e imitar la pose, pero con la mano libre.

-Ayer me dijiste que eras nueva y pensé que quizás querrías conocer gente para no sentirte sola en un lugar tan grande- dice con los ojos brillantes de emoción y yo fuerzo mi mejor sonrisa.

-Oh, gracias, eso estaría…bien-

La verdad es que sí me agradaría conocer a algunos vecinos, pero la pequeña no parece muy entusiasmada con la idea y ni hablar del castaño de ojos café de pie al otro lado de la mujer. Está mirando de forma aburrida las ventanas de la casa.

Elena apoya su mano en el cabello rubio de la niña, que no debe ser mucho más grande que Matías.

-Ella es mi hija Lucía, o Luli, que es como nosotros le decimos- la pequeña dibuja una sonrisa de cortesía. Luego la mujer aprieta en hombro del joven, mientras lo sacude levemente –Y él es mi hijo Lucas o Lucky, que es como lo llama Luli- la mujer ríe junto a la pequeña, aunque yo no llego a comprender el chiste. El castaño suelta un bufido y me mira serio mientras me señala con su dedo.

-Me llamas así y mueres-

-¡Lucas!- lo regaña Elena, mientras golpea su hombro y luego se gira hacia mí, con una sonrisa avergonzada –Lo siento, es que odia ese apodo y por eso lo llamamos así- explica y yo vuelvo a forzar una sonrisa, para aclararle que no pasa nada. Luego me recojo un mechón húmedo detrás de la oreja, mientras dejo, de manera disimulada –o quizás no tanto- el trozo de pizza sobre la mesada junto a la puerta.

-Yo soy Romina, un gusto conocerlos- digo con amabilidad y Elena sonríe.

-Bueno, solo era eso, ya nos vamos porque aún tenemos que ir a un almuerzo y se nos hace tarde, nosotros vivimos en la segunda casa hacia la derecha, junto la amarilla, es imposible de perderla- dice con una sonrisa que se me contagia -Cualquier cosa que necesites, ya sabes donde encontrarnos, adios, Romi- se despide y se aleja, pero el castaño se queda retrazado y luego se acerca un poco.

Tu pasado, mi tormento|✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora