-Oh, no-Es la segunda vez que se me cae una prenda mojada en el pasto mientras intento colgarla en la soga. No sé en qué tengo hoy la cabeza. Suelto un suspiro y la levanto de mala gana, para después sacudirla.
-Veo que la torpeza es tu mayor característica-
Una voz ronca a mis espaldas me hace sobresaltar, hasta que la reconozco y aun sin mirar al dueño, ruedo los ojos. Era obvio, nadie más podría entrar sin invitación al patio trasero de la casa.
-Me gustaría saber quién te dio permiso de entrar, Nicolás- pregunto mientras termino de colgar la última prenda en la cuerda y me giro a verlo. No me sorprende encontrarlo de pie en la entrada del pasadizo que conecta el frente con el patio trasero, junto a Matías y Sebastián -Corrección, la pregunta sería ¿Quién les dio permiso para entrar? Menos tu, Mati, tu si eres bienvenido cuando quieras- el pequeño asiente y camina hasta mi, para envolverme con sus brazos por la cintura.
-Hola, Romi-
Acaricio sus rulos con una mano, mientras que con la otra le correspondo el abrazo.
-Hola, Mati ¿Cómo has estado?-
El niño no alcanza a responder, que Nicolás se le adelanta. Crei que habías dicho que todos éramos bienvenidos- se queja el castaño, aunque sé que solo lo hace para molestarme.
-Si en algún momento lo dije, ahora lo retiro, seguro fue en alguna situación de debilidad o un brote de locura- digo con naturalidad y veo como una sonrisa lobuna tira de sus labios –Oh, no- empiezo a retroceder, cuando Nicolás le dedica una mirada significativa a Sebastián y ambos empiezan a caminar hacia mi, separándome de Matías -¿Qué es lo que…?- no alcanzo a terminar la pregunta, que ya estoy corriendo hacia la seguridad de la casa, sin embargo, no alcanzo ni a tocar el pomo de la puerta, que alguien tira de mi camiseta, obligándome a retroceder. Lo próximo que siento, es mi rostro chocando contra algo firme, pero al mismo tiempo reconfortante y algo igual pegándose a mi espalda. Me toma menos de dos segundos darme cuenta que estoy en medio de un abrazo entre Nicolás y Sebastián.
-¿Qué hacen?- intento apartarme de alguno, pero sus agarres parecen de acero -¡Déjenme!- lejos de hacerlo, me aprisionan aun mas.
-No, hasta que nos digas que nos quieres- responde Nicolás, mientras unos brazos se deslizan por mi cintura hasta rodearme completamente.
-¡Nunca! ¡Y cuida donde pones tus sucias manos!- escucho la risa de ambos y luego, el cuerpo que está a mis espaldas, desaparece. Sebastián se acaba de apartar, pero Nicolás aun me mantiene junto a él.
Aguardo unos segundos, pero no me deja.
-Aun estoy esperando- canturrea el castaño y solo atino a dejar caer mis brazos a los costados y descansar mi frente en su pecho. En algún momento se va a tener que rendirse.
La colonia masculina que usa, se filtra por mi nariz mientras sus brazos rodeándome, me propician un calor que no me resulta incomodo ni pegajoso y, por alguna extraña razón, de repente ya no me siento incomoda con su cercanía. Los recuerdos de Dante llegan a mi mente de forma inmediata, como queriéndome reprochar algo, pero rápidamente los devuelvo al agujero del que salieron. Ambas son dos situaciones completamente diferentes: a Dante lo quería –lo quiero-, pero las cosas cambiaron y con Nicolás solo está ocurriendo algo difícil de explicar, pero que no significa nada. Solo durará un momento y luego ya todo volverá a ser como antes. Es algo efímero.
Los cuatro permanecemos en silencio y por un instante dudo si Sebastián y Matías aun están presentes, pero no puedo moverme, no quiero hacerlo.
Cuando siento como sus manos se mueven, me preparo para que me libere, pero no lo hace, solo fue para acomodar su agarre. Luego siento como aspira mi cabello y entonces me empieza a incomodar. Sé que lo hace para que cumpla su capricho. Sé que sabe que soy terca y me quiere forzar a perder mi orgullo, pero no quiero dejarlo ganar. Me resisto, sin embargo, mi fortaleza se empieza a derrumbar cuando siento su aliento cálido en mi oreja, que envía escalofríos al resto de mi cuerpo.
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Tu pasado, mi tormento|✔
AçãoUna nueva vida, en la gran ciudad. Un cambio de aires que todos necesitamos alguna vez. Y un destino que nadie puede adivinar. Siempre creí que la monotonía era aburrida y que la acción valía la pena vivirla. Pero todo cambió cuando lo conocí a él. ...