Capítulo 18

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Me tenéis frita


— Déjame pasar —exigí con una mirada desafiante. Él parecía no tener intención de hacerlo—. Cepeda, déjame pasar.

— ¿Ahora me llamas por mi apellido? — rió sarcásticamente.

— Luis, déjame pasar — Hablé agarrando su brazo con la mano izquierda.

—¿Qué ha pasado el último mes, Aitana? — La voz con la que articuló la pregunta me hizo cambiar de actitud drásticamente. Se sentía rota, como si tuviera que realizar un gran esfuerzo para que las palabras salieran de su boca en orden y calmadas. Tenía el ceño fruncido, sin embargo no parecía enfadado.

—No quiero hablar de esto ahora.

Él continuaba sin mover ni un músculo y yo no sabía qué podía responderle. No iba a mentirle, pero tampoco me gustaba la idea de decirle la verdad. Pasaban los segundos y ninguno decía nada.

Me di por vencida, bajé los brazos y me senté de nuevo en el suelo.

Él se dejo caer también sobre la baldosa de la terraza quedando a medio metro enfrente de mí.

Me dolía estar así con él. Tanto que creía que si me seguía mirando con esa cara acabaría destrozada. Lo echaba de menos, pero solo el estar a su alrededor me daba ganas de él. Ganas y alguna esperanza que se partía cada vez que Luis hablaba de mí en alguna entrevista. Que no eran pocas.

Seguía el silencio entre nosotros. Luis llevaba unos minutos con la mirada fija en el suelo. Pensativo.

A mí, en cambio me invadía la angustia. La impotencia. Apretaba mis labios y trataba de respirar hondo sin demasiado éxito en lo que a relajarme se refiere.

Finalmente, Luis suspiró y se puso de pie de nuevo. Parecía relajado y hasta arrepentido.

— Aitana... — dijo mientras me miraba directamente a los ojos—. Llevaba tanto tiempo rompiéndome la cabeza, intentando averiguar qué es lo que había hecho, que el tener la oportunidad de preguntártelo me hizo pensar solo en mí de cierta forma —Volvió a observar la baldosa por unos segundos y antes de volver a mirarme continuó —Si no quieres hablar de esto, lo entiendo. No voy a obligarte a hacerlo. Tendrás tus razones para... —Su tono de voz fue desapareciendo a medida que sus ojos volvían a los míos.

Ya había más de dos lágrimas recorriendo mis mejillas. Mordía mi labio inferior con fuerza intentando que el nudo que se me había formado en la garganta no se escapase. Me sudaban las manos, me pesaba el cuerpo. Reprimía todo lo posible la rabia contenida que ahora se había asociado para salir de mí toda al mismo tiempo.

— Luis... Yo...—Le llamé en un hilo de voz. Cerré los ojos para dejar huir una nueva lágrima.

Como si nada hubiera pasado en este tiempo, Cepeda entendió mi intento de articular palabra y corrió a abrazarme. Juntó con fuerza todas las partes de mi cuerpo que intentaban hacía unos segundos escapar de aquella situación. Había olvidado la calma que daban sus abrazos y ese olor a él que me envolvía cuando me los daba.

Nos separamos y nos detuvimos a unos centímetros de distancia. Volvía a sentirme como antes de marcharme. Después de tan solo un abrazo. Sin embargo, todo parecía tener más luz ahora. Tenía claro que el tenerlo conmigo era suficiente satisfactorio como para asumir que esto no iba a suceder. Dolía, pero todo pasaría.

Así que sonreí.

Y Luis sonrió también. Puso su mano en mi mandíbula y el pulgar en mi mejilla, acariciándola. Quitó con la otra el mechón de pelo que caía sobre mi cara y dejó un tierno beso sobre mi flequillo antes de volver a abrazarme.

Tú no te Irás.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora