¿Qué son los nervios?

39 4 4
                                    

Escuché silbidos y aplausos, gritos y chillidos, miré detrás de mí, Diana apretaba el brazo derecho de Kevin, él sonreía y aplaudía. Oculté mi rostro en el pecho de Sebastián, ellos habían visto todo lo que había pasado, espectadores de este momento, tal vez hasta el punto de escuchar todo. Estaba muriendo de vergüenza por dentro, esto del romanticismo no era exactamente lo mío.

- Por fin, no la tendremos sufriendo-dijo Diana.

Como la odiaba en este momento.

- ¿Sufriendo?-preguntó Sebastián.

- Estuvo todo el día hablando sobre este momento, que no sucedía, estaba enojada, se ponía triste y Kevin no ayudó mucho.

- Debo decir que yo te defendí.

Sentí la risa de Sebastián, yo mientras tanto, sentía que por dentro me hacía más y más pequeña de la vergüenza, casi hasta hacerme una bolita.

- Si, Kevin tal vez te defendió un poco -dijo Diana- Nosotros ahora nos vamos, con permiso y muchas felicidades.

Se fueron a paso rápido, desapareciendo metros más allá.

- Entonces... ¿Qué se hace ahora que somos novios?

- ¿Quieres ir a tomar un café?-sonreí- En la cafetería de unas cuadras unos muy ricos.

- Olvídalo, iremos a hablar con mi madre.

No quiero, me rehuso, me niego y todos los sinónimos sobre negarse a algo.

- Pero, Sebastián, es tarde, podemos ir mañana u otro día. No es necesario ir ahora.

Tomó mi mano y la juntó con la suya, me jalaba en dirección a su auto. En el camino comencé a acomodarme en mi asiento una y otra vez. Si bien conocía a su madre, esto era muy diferente. Tal vez las cosas no cambiarían mucho, pero el hecho de que nos preguntara como pasó, llamarla suegra o esas formalidades me causaban algo de ansiedad.

- ¿Estás nerviosa?

Su voz me sacó de mis pensamientos.

- No, no estoy nerviosa.

No estoy nerviosa, estoy aterrada. Quiero irme de aquí. Ayudenme. ¡Mamá!

La radio sonaba a un volumen bajo, tanto que podía oír mis latidos, y me preocupaba que él fuera capaz de escucharlos también. Estábamos ya a unas cuadras de su casa cuando pensaba si tirarme del auto, ponerme a decir mis últimas palabras o hacerme la muerta. Pero las opciones tenian falencias:

1.- Tirarme del auto: Podía salir gravemente herida.

2.- Decir mis últimas palabras: Aunque las dijera, Sebastián me llevaría dentro igual.

3.- Hacerme la muerta: No funcionaba con mi mamá para dormir más, menos funcionaría con Sebastián.

Sentí su mano en mi brazo, lo miré atónita, ya estabamos frente a su casa y él tenía mi puerta abierta para que bajara. Al bajar, tragué con dificultad. Me llevaba de la mano, al poner un pie en la casa lo detuve. Me dio una sonrisa cautivadora, me sentía un poco más tranquila ¡pero no lo suficiente!

- ¡Mamá estamos en casa!

- ¿Estamos? ¿Quién vino hijo?

Salió de la cocina, secando sus manos con un paño de cocina. Al verme su cara tomo un brillo y una sonrisa dulce, se acercó con sus brazos abiertos a abrazarme, me apretaba fuerte.

- Cuidado mamá, vas a lastimar a mi novia.

Al terminar de decir eso, su madre me soltó rápido aún sujetandose de mis brazos, lo hizo tan repentinamente que me puse a tambalear.

Palabras ProhibidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora