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Cuando la puerta del coche del lado del conductor fue abierta, volví a la realidad. Busqué dinero en mi bolso y le pagué al señor que me trajo hasta el internado. Cerré la puerta del coche y respiré hondo. Una vez que abrió el maletero del vehículo sacó la maleta y se volvió hacia mí. A pesar de agradecerle, el hombre no pronunció ni una palabra. Simplemente asintió y se marchó.
Desde dónde me encontraba parada, en el campus, podía observar a chicos y chicas de diferentes edades ir de un lugar a otro con sus maletas. Algunos solos y otros acompañados por sus padres. El internado se veía bonito por fuera. Además poseía un montón de ventanas y al parecer además de la puerta principal había otra en el estacionamiento para ingresar.
Cuando comencé a caminar, a pesar de haber atado mi cabello rubio en una cola de caballo, el viento hizo que algunos mechones revolotearan sobre mi rostro.
Una vez que pude esquivar a los demás, pude ingresar con la maleta en manos. A medida que iba caminando iba maldiciendo por lo bajo. Tendría que haber traído menos ropa.
Con la maleta en la mano izquierda y el bolso en la mano derecha me apresuré a buscar la oficina de Secretaría. Caminé y caminé por interminables pasillos y cuando terminé exhausta vi un cartel de "Secretaria estudiantil" con una flecha que indicaba al principio del pasillo. Me golpeé mentalmente. ¿Cómo es posible que no lo haya visto? Mierda, me caminé todo el pasillo para tener que volver al principio.
El pasillo estaba lleno de estudiantes que parecían nuevos en este sitio. Genial, pensé. Al menos no seré la única nueva.
Se me hizo inevitable echarle un vistazo a algunos que pasaban caminando cerca mío. Había de todo. Desde chicas con gafas, libros entre sus manos y falda hasta abajo de la rodilla hasta chicas esbeltas con minifaldas demasiado cortas que si se agachaban se les vería todo.
En fin, había todo lo que te podías imaginar.
Hice una fila fuera de la puerta de secretaria estudiantil para que me informen y para que me den el número y las llaves de la habitación. Había olvidado por completo leer la parte de las habitaciones. ¿Serán mixtas?
Después de unos treinta minutos, parada con la maleta junto a mí, escuché un simple "adelante". Abrí la puerta lentamente para no tirar nada en el camino porque solía ser demasiado torpe la mayoría del tiempo. Me llevaba puesto todo lo que se me cruzaba por el camino o se me caían las cosas al piso. Por suerte esta vez no pasó nada vergonzoso.
-Buenos días.- saludé a una chica joven que se encontraba frente a mí desde el otro lado del escritorio y me dejé caer sobre la silla.
Se acomodó sus gafas y luego de uno cuantos segundos me miró.- Buenos días. ¿Tu nombre y apellido?- preguntó.
-Madison Collins.- respondí tratando de que no se me cayera el bolso. La chica recogió todos los papeles apilándolos sobre su escritorio para luego inclinarse y buscar el papel con mi nombre y apellido.
Después de unos pocos minutos, me entregó un papel.- Aquí tienes el mapa del internado con sus respectivas aulas y habitaciones. Cualquier cosa puedes venir a preguntar.- esto último lo dijo rápido. - ¡Siguiente! - gritó para que el próximo pasase. Levanté la cabeza, algo confundida y me puse de pie para agarrar la maleta.
Con el papel en la mano salí de allí en busca de mi habitación y como pude subí las escaleras.
Supuestamente mi habitación estaba hacia esa dirección.
Una vez en el piso de arriba me quedé quieta. Maldije, había dos pasillos que parecían infinitos desde la perspectiva de donde me encontraba parada. Miré nuevamente el papel que me había dado la chica minutos atrás y efectivamente sí, habían demasiadas habitaciones en este piso.
Me tocaba la habitación 307.
Encima lo peor de todo era que el pasillo en el que estaba ahora estaba lleno de gente y ninguna de esas personas te ayudaban ni en lo más mínimo. Ni siquiera eran capaces de preguntar si necesitabas ayuda. La mayoría eran chicos que desde lejos parecían groseros.
Unos veinticinco minutos después, si veinticinco, pude encontrar el maldito cartel con el número 307.
Saqué la llave que me habían entregado y abrí la puerta. Lo primero que me encontré fue con dos camas. La habitación era más grande de que lo que me había imaginado. Las camas desde lejos tenían aspecto de ser comodísimas. Había un enorme ventanal de vidrio que tenía una vista preciosa de todo el campus.
Estaba tan dispersa en mis pensamientos que no escuché el ruido de una puerta cerrarse. Cuando me giré no era la puerta de la habitación, sino la puerta del baño que estaba dentro de la habitación. Maldita sea. Allí se encontraba un chico. Pero mi vista no estaba puesta en sus ojos sino que estaba puesta en su abdomen y en la toalla que estaba rodeando su cintura. Mierda. Tenía buen cuerpo.
De a poco, alcé la mirada hacia la de él. Sus ojos azules eran preciosos pero a pesar de eso no pasé por alto su ceño fruncido. Disimuladamente sacudí la cabeza. No quería parecer una acosadora y menos frente al supuesto compañero de cuarto que si lo mirabas a simple vista te darías cuenta que era alguien demasiado intimidante.
-¿Qué mirás?- espetó con voz ronca y fastidiada. Su mirada recorrió todo mi atuendo.
Agarró la maleta que estaba al lado de una de las camas y empezó a buscar algo para vestirse.
Qué torpe, cuando entré a la habitación nunca me percaté de que había una maleta allí.
-¿Cómo es tu nombre? El mío es Madison.-pregunté amablemente sonriendo pero esa sonrisa desapareció al instante que me percaté de aún seguía con el ceño fruncido.
Levantó la barbilla y me miró directamente a los ojos.- No te importa - dijo en tono molesto.