⋆ 𝔼𝕝 𝕦́𝕝𝕥𝕚𝕞𝕠 𝕒𝕕𝕚𝕠́𝕤 ⋆

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01 de abril, tres años después.

Querido Diario:

Eran pasadas las dieciocho horas, cuando una repentina y fría llovizna se hizo presente en las aglomeradas calles de nuestra ciudad. Will y yo regresábamos de una celebración sorpresa que sus amigos y yo preparamos como festejo de su cumpleaños número 21, un helado y escandaloso viento golpeaba levemente nuestros cuerpos; nubes tristes y grises teñían el cielo y el amor rotulaba mi vida.

Café Loux fue nuestro punto de reunión: un acogedor y pequeño restaurante francés recién inaugurado; el lugar perfecto para ir a cantar en karaoke, tocar música en vivo, comer unos deliciosos bocadillos y pasar tiempo entre amigos durante un domingo por la tarde.

Will sujetaba mi mano mientras caminábamos por la avenida Thompson, mejor conocida como "la luz de la ciudad". Distinguida por su apreciable brillo y envidiable métrica, a media hora de casa si decido tomar el autobús.

Cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer torrencialmente sobre nosotros, un escalofrío recorrió por todo mi cuerpo al sentir la humedad. Minutos más tarde, varios paraguas fueron elevados al cielo como escudo protector para los peatones que se cruzaron en nuestro camino.

Splish, splash.

Splash, splish.

No recuerdo cuándo fue la última vez que disfruté tanto estar bajo la lluvia como lo hice hoy. Por primera vez en mucho tiempo, no me escondí del regalo de la naturaleza. No fui débil y temerosa para huir de la lluvia, caminé a través de ella como si aquello no fuera a estropear mi día. Debiste estar ahí, Diario mío. Envidiarías verme danzar de alegría.

La melódica carcajada de Will aún resuena en mis oídos y permanece justo ahí, haciendo un eco en mi memoria. Mis chistes nunca hicieron reír a nadie tanto como lo divierten a él. Entonces, él posicionó sus manos sobre mis mejillas y besó cálidamente mis labios. Era muy pronto para que reaccione, el acto le dio un vuelco a mi corazón. Sé que conozco una verdad y es la única que debe importarme: me ama, él, William, me ama.

Splash, splish.

Splish, splash.

Jamás noté tanto la diferencia de altura entre los dos hasta que sus labios se dirige a mi frente para plantar un tierno ósculo en ella. Siento que soy tan pequeña a su lado que podría quebrarme en millones de pedazos si así quisiera, pero me permito asegurar que conozco sus intenciones y no pretende causar daño en mí.

Sus fuertes brazos rodeaban mi cuerpo mientras esperábamos al autobús en la parada correspondiente. Había una banca a nuestro lado ocupada por una adorable pareja de ancianos a quienes reconocí de inmediato por ser mis vecinos. No dudé en saludarlos y recordar lo mucho que los admiro. Se conocieron a los seis años y setenta años más tarde, aún permanecen juntos. Eso es amor.

Splish, splash.

Splash, splish.

La lluvia aseveró y, a pesar de que estábamos cubiertos por el techo de la parada, no había una sola parte en mi cuerpo que permaneciera seca. Temblaba del frío y tan solo esperaba no coger un resfriado porque la calefacción de la residencia no está muy buena y mi compañera de habitación detesta a los enfermos.

Ruta 133: el último adiós | Terminada |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora