⋆ 𝔼𝕝 𝕚𝕟𝕚𝕔𝕚𝕠 ⋆

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Viajamos juntos por la carretera, en la antigua ruta 133. Stevie Wonder canta través del viejo estéreo del auto de tu madre y mis manos curiosas exploran los secretos de tu piel.

Podría pasar el resto de mis días de esta manera, siempre que fuera a tu lado.

Somos uno y ni los celos de la luna llena o la oscuridad absoluta lograrán separarnos.

Puedes cortarme en pedazos y mi corazón seguirá siendo tuyo.

Lo prometo.

Entonces, despierto agitada, siempre a la 1:33 de la madrugada. Llevo 365 noches con el mismo sueño que termina convirtiéndose en esa desastrosa pesadilla. August y yo, solo August, solo yo. Ya me sé de memoria cada parte de movimiento, cada diálogo, cada pausa. 

No prestaba atención, pensaba en tantas cosas, si tu amor era infinito, si tus besos eran sinceros, si mi vida tenía dueño y si el final nos tenía cerca.

Me acerco a mi pequeña mesa de noche y tomo un poco de agua mientras intento calmarme. Se me han agotado las lágrimas, en parte porque ya no sé qué es cierto y qué es mentira. ¿Moriste, verdad? No estoy segura. Siento el impulso de llamar a tu teléfono, pero mi corazón insiste en que no vale la pena intentarlo. 

Tal vez tuve que decirte más veces que te amaba, dejar que tatuaras tus deseos en mi clavícula o gritar tu nombre a los dioses del Olimpo con más fuerza; pero lo cierto es que es medianoche, de nuevo, y  quiero escribir nuestra historia, porque quiero expresar todas esas cosas que han quedado plasmadas en mi memoria cuando pronunciamos el último adiós. 




Ruta 133: el último adiós | Terminada |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora