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06 de julio, 20--

Tenía tan solo seis años cuando abusaron de mí por primera vez. Era tan pequeña que ni siquiera sabía del daño o la gravedad de esos actos. Me dijeron que únicamente era un niño jugando, y sí, lo hacía..., con mi cuerpo.

A los diez  volvió a suceder, pero esa vez ya no era uno, eran muchos y ni siquiera eran niños. No eran tan inocentes, eran impuros y les gustaba lo prohibido. 

Se repitió a los catorce con completos desconocidos. Me triplicaban la edad, eran tan sucios y violentos. Las bestias me atacaron cuando más débil lo estaba, parecía que era luna llena. Eran lobos hambrientos persiguiendo carne fresca en la profundidad del bosque. Era su sitio, conocían todo el lugar, pues ya habían tenido otras presas antes de mí. Solo debí esperar a que clavaran sus colmillos en el punto más débil de mi cuerpo para que me hicieran suya. 

Entonces fallecí.

No hubo día en que no me arrepintiera de lo que pasó.
No me salvé ni siquiera de mí misma. Eso era lo peor.

Tenía tanto miedo en contar lo que había pasado, la vergüenza me comía, el dolor me asesinaba. Empecé a comer por repulsión, por ansiedad, por temor. Comía tanto hasta vomitar, pensando que eso podría borrar todo lo que había pasado y tenía que detenerme, pero nunca lo hacía. 

Subí diez kilos, veinte, treinta, hasta que dejé de subirme a la balanza porque pensé que podría quebrarse. Sé que mi familia supo que había algo malo conmigo, sentía que estábamos a años luz de distancia. Ellos vivían su vida perfecta y yo preferí callar  mis secreto porque ellos no merecían sufrir como lo hacía yo.

Pensé que podría manejarlo todo, que sería mi propia heroína. Pero jamás podría hacerlo. El silencio me mataba más que el recuerdo. Eso era lo único que me ataba a la oscuridad y era momento de liberarlo.

Así que, una noche, cuando íbamos de camino a mi casa, me detuve a mitad de la calle y dejé que mi historia volara a través del viento. Me sentía como una estrella rota, desprendiéndose de cada capa de helio e hidrógeno que se acumulaba en su interior. Las lágrimas que derramé formaron un océano donde pensé que podría ahogarme a medida que te contaba todo. Eran años, pensamientos y pesadillas con mi dolor. Era mi verdad saliendo a luz. Era Hailey a todo color.

Y pensé que me desvanecería cuando lo dijera todo. 

Pero, ahí estabas tú, para regresar cada pieza de mi alma a su lugar, para hacerme sentir valiente, para darme seguridad y tranquilidad; para arreglar a esta estrella rota y dejarme brillar

Jamás he vuelto a ver una noche tan estrellada como la de aquella vez y me dijiste que eso era porque todos los cuerpos celestes del universo estaban a mi favor, porque era inocente y merecía contarle al mundo la verdad. 

Nos tomó un tiempo, pero me ayudaste a hablar con mi familia y a sanar las heridas. Nos tomó mucho más tiempo aún, pero acompañaste a denunciar a los involucrados e incluso fuimos a la corte juntos. Los declararon no culpables por "insuficiencia de pruebas". Ahora me tomará una vida entera seguir luchando para que, algún día, se haga justicia para quienes lo merecen.

Gracias, en verdad.  Porque estuviste ahí para luchar, incluso cuando no tenía esperanza. Porque me devolviste lo que me pertenecía. Porque me recuperaste las alas y me hiciste libre.

Siempre en deuda,

Hailey. 

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Ruta 133: el último adiós | Terminada |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora