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14 de julio, 20--

Algunas personas creen que los mejores amigos están destinados a estar juntos, luego de convivir tanto tiempo, es normal que se gusten entre sí. Eso era algo que yo me negaba a creer, hasta que te conocí.

No recuerdo el momento exacto en el que empezaste a gustarme, ya olvidé cómo fue. Pero lo cierto era que, en un rincón de mi ser, se albergaba la esperanza de que pudiera existir una conexión más fuerte y cercana que solo amistad.

Tardé mucho tiempo en darme cuenta de mis sentimientos hacia ti. Al principio, solía negarlo todo porque sabía que eso no podía pasarme a mí. Luego, mi corazón me traicionó y te escogió a ti como víctima. (¿O la víctima fui yo?)

Quizás era de esperarse, siempre fui una chica que se ilusionaba demasiado rápido en los cuentos románticos de finales felices, probablemente, yo fui en busca de mi propia historia de amor y tú parecías el chico ideal.

Sin embargo, tenía tanto temor de perderte, de perderme, de perdernos si acaso me decía algo. Era la chica de 90 kilos y acné en su rostro que nunca ganaba en el amor. Tú eras una estrella inalcanzable, fugaz, de esas que jamás llegarían a pertenecerme.

Por mucho tiempo, oculté mis sentimientos e ignoré a las voces de mi corazón. Si quería mantener a al menos una parte de ti, debía guardar el secreto de mi enamoramiento. Nada malo pasaría si lo hacía, sobreviviría al acto suicida del amor. Era eso o decirte adiós.

De haber sabido que, todos modos, meses más tarde me iba a plantar frente a de tu casa, bajo la lluvia, a gritarte con tanto enojo lo que sentía por ti. De haber sabido que, de todos modos, aquella tarde ibas a abrirme la puerta, no solo de tu casa, sino de tu corazón, para confesar que también me querías a mí. De haber sabido que, de todos modos, nos íbamos a enamorar más aun. De haber sabido que, de todos modos, te ibas a marchar, hubiera tomado un poco más de valentía para decirlo todo antes, para haber estado más tiempo a tu lado, para haber apreciado más atardeceres sin preocuparme en el final.

De haber sabido tantas cosas, hoy quizá no estaría aquí.

Pero lo cierto es que supiste amarme, con mi cutis graso, mis estrías y mis lunares; mis talentos, mis secretos y mis errores, y con un corazón que ansiaba declararse tuyo.

Amándote aún,

Hailey.   

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Ruta 133: el último adiós | Terminada |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora