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Maldición.
Por la pequeña ventana de la habitación -en donde había vivido mis cortos años- podía ver un coche estacionarse en la entrada del orfanato: "Santa Rita".
Sin importancia me acosté de nuevo en el sucio colchón y miré las paredes las cuales tenían manchas de humedad.
Mis ojos se cerraron con fuerza para no llorar.
Un chirrido hizo que los abriera. Mis ojos pararon en una feliz pareja, que al verme sus ojos se iluminaron, pero no especialmente con alegría, sino con lástima.
—No necesito su lastima.– murmuré quitando mi mirada.
—Nosotros te necesitamos a ti.– contestó una hermosa mujer, que se arrodilló para tocar mi mejilla. Mis ojos confundidos pasaron a los suyos.
—Quieren adoptarte, Skye.– explica la directora del orfanato, con una mueca de asco. La pareja la mira con enojo por su notaria mueca.
