—Me agotas —bromeó y alargó la mano para atraerla hacia él. Cuando ella apoyó la cabeza en su pecho sintió una oleada de ternura, que le llevó a abrazarla contra su cuerpo.
—Mira quién fue a hablar —susurró ella en respuesta, justo antes de cerrar los ojos.
Fuera, ajeno a ellos, el paisaje londinense se había oscurecido, próximo ya al anochecer. Poco después el carruaje se detuvo y ellos abandonaron el carruaje. Tal y como esperaban, les recibió la luz mortecina de las lámparas que iluminaban la puerta del hostal de la señora Lovelace.
—Espero que aún quede algo de cena. —Adam se acomodó la ropa rápidamente y despidió al cochero tras darle una generosa propina—. Tengo un hambre atroz.
—Yo pediría un baño —añadió Amanda con una sonrisa, mientras llamaba con decisión a la puerta—. Después de lo que acaba de pasar ambos lo necesitamos.
Una suave risotada vibró en la garganta de Adam, que asintió y la dio un rápido beso en la mejilla. Justo en ese momento la puerta se abrió y un hombre mayor, vestido con ropa de cama y con cara de pocos amigos, apareció. Sin embargo, bastó una sola mirada para reconocerles, lo que cambió su gesto avinagrado por una cálida sonrisa.
—Mis queridos amigos... pasen, por favor —invitó, con grandes gestos—. En seguida tendrán preparada su habitación. ¿Desean cenar? Hay pastel de carne en la cocina, y una sopa que a mi señora le quedó deliciosa.
—Buenas noches, August —saludó Amanda con una tierna sonrisa, mientras pasaba al recibidor. De inmediato percibió el característico olor a aceites que usaba la señora Lovelace y que se extendía imparable por todas las habitaciones, como si aquel olor se alimentara de la vieja casona—. Sí, por favor, algo caliente estará bien. Y también un baño, si no es molestia. Ambos venimos cansados.
—¡Por supuesto! Pasen al comedor, el criado les servirá mientras mi señora acomoda la habitación.
No hicieron falta más indicaciones, pues ambos conocían bien el lugar. No por nada aquel había sido su lugar de encuentro durante meses.
Abandonaron el recibidor, atravesaron un pasillo apenas iluminado y abrieron una puerta doble que daba a un comedor sencillo, que constaba con cinco meses apiñadas las unas contra las otras, y que en ese momento estaban vacías. Al fondo de la habitación se apreciaban los retratos de los dueños, un par de cuadros de bodegones y otro mucho más alegre, que retrataba a dos mujeres tomando el té en un parque. El ambiente era íntimo y familiar, y allí ambos se sentían muy cómodos.
Al poco de sentarse apareció un muchacho de unos catorce años, cargado con una sopera medio llena, que aún permanecía caliente. Sirvió dos generosos platos y volvió a desparecer en la cocina. Trajo también, momentos después, una bandeja con el pastel de carne, templado, y media hogaza de pan. El vino lo trajo August, cuando ya habían empezado a comer.
—Estamos calentando el agua para su baño, señora. Mi mujer ya ha encendido la chimenea en la habitación, así que pueden usarla cuando gusten. —Se frotó las manos la una contra la otra y sonrió apaciblemente—. Que tengan buena noche.
—Descanse, August —se despidió Adam, mientras servía el vino—. Mañana dejaremos la habitación por la mañana, así que le dejaré sus honorarios sobre la cama.
—Por supuesto, señor. Buenas noches.
Amanda esperó a que el hombre desapareciera del comedor y sonrió, apreciativamente.
—Sin duda, este es el mejor lugar de Londres. ¿Crees que sería mucha molestia si le pido a la señora Lovelace las sobras? Estoy segura de que Nora y el señor Thomson lo disfrutarán mucho.
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Amando lo imposible (Saga Imposibles III) COMPLETA
Historical FictionCreyó que abandonar a su familia en pos del amor eterno le brindaría la felicidad que siempre había soñado. Sin embargo la vida es mucho más difícil de lo que Amanda Erbey, antigua duquesa de Berg, podría haber supuesto nunca. Ahora, tras el escánda...