Capítulo VI, parte II

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—Podemos marcharnos cuando desees —señaló, tras bajar las escaleras.

Adam se levantó de inmediato y contempló a la mujer que tenía delante: a pesar de que ya no era una niña, seguía siendo elegante y pura, y tan hermosa como el día en el que se habían conocido.

Sonrió para sí, cogió sus nudillos enguantados y los besó educadamente, antes de ofrecerle el brazo y acompañarle a la salida.

—¿Dónde te gustaría ir? —preguntó, mientras abría la puerta del carruaje y la ayudaba a acomodarse.

—A cualquier sitio que merezca la pena. —Amanda sonrió, verdaderamente ilusionada con aquella pequeña excursión a la ciudad. ¡Hacía tanto tiempo que no la visitaba...! Ya casi había olvidado lo que era estar inmersa en el centro de la acción—. ¿Tienes algo pensado?

—En realidad sí. Hay un restaurante junto a Hyde Park que me parece ideal para una ocasión como esta. —Abrió la portezuela que les separaba de donde estaba el cochero, y le indicó una dirección.

—Después podríamos ir a una casa de modas —sugirió Amanda, casualmente—. Hace tanto tiempo que no entro en una que apenas tengo vestidos decentes. Quizá pueda concertar una visita con la modista... para cuando lleve algo de dinero encima.

—No digas tonterías. Si quieres un vestido, yo lo compraré. No tienes por qué caer en los hábitos de las burguesas.

Amanda rio sin poder evitarlo, pero en su fuero interno, sintió un profundo alivio que se negó a manifestar delante de él. A cambio, le apretó con suavidad la mano y le dedicó una sonrisa agradecida.

—Me consientes demasiado.

—¿Y acaso no debo? —Adam sonrió con ternura y besó el dorso de su mano castamente, aunque ambos sabían que, desde que se conocían, habían dejado el decoro muy atrás.

—En realidad eso es algo que debería hacer mi marido —añadió ella, con una sonrisa casual y llena de ternura—. Según nuestras costumbres, por supuesto.

—Si te molesta, siempre puedo no hacerlo —contestó Adam, con suavidad, pero con un tono ligeramente más frío de lo habitual.

No le habían pasado desapercibidos los intentos de Amanda por cazarle. Al principio la situación le había hecho gracia, pero tras soportar sus avances durante meses, comprendió que el único remedio que existía era cortar de raíz cualquier intento. E incluso así se arriesgaba a tener una conversación con ella que no estaba dispuesto a soportar.

No iba a casarse con Amanda. Ni con ninguna otra mujer.

El ambiente festivo del que habían disfrutado unos momentos atrás se disipó a medida que el silencio se extendía entre ellos. Ambos fueron conscientes, pero solo Amanda puso remedio, con sus suaves y delicadas caricias, que formaban una súplica silenciosa, un ruego sin voz.

Finalmente, diez minutos más tarde, Adam cedió. Suspiró profundamente, sonrió a la mujer que tenía al lado y pasó uno de sus brazos sobre los hombros. Después besó su coronilla y la apretó contra su pecho, aunque continuó sumido en su hosco silencio.

Amanda tampoco dijo nada durante lo que restaba de viaje. Su sugerencia había sido inocente, lo sabía, pero reconocía que el momento no había sido el más oportuno. Pero, ¿cuándo iba a serlo? En algún momento debía decirle todo lo que pasaba en su vida, todo lo que anhelaba de ella y todo lo que necesitaba de él. ¿Era una locura pensar que Adam entraría en razón en algún momento? ¿Qué descubriría que ella era su mejor opción?

Un dolor sordo se instaló en su pecho, haciendo que su corazón latiera con pesadez. Al menos, pensó, mientras acariciaba con ternura su antebrazo, si el asunto de su matrimonio no iba bien, le confesaría que ambos tenían un hijo. Sería su última baza, su último recurso... el último motivo que utilizaría para propiciar la boda. Y lo haría ya no por ella y por el amor que sentía desgarrarla por dentro, sino por la seguridad y estabilidad que su familia necesitaba.

Amando lo imposible (Saga Imposibles III) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora