Capítulo XVIII, parte II

1.8K 259 17
                                    


Amanda sentía que el tiempo iba a consumirla. Las horas transcurrían monótonamente, embriagadas de preocupación y un atisbo de miedo.

Para colmo, Brandon no dejaba de llorar y ella ya no sabía cómo calmarle. Nada de lo que había intentado parecía funcionar y sus hondos quejidos estaban a punto de desquiciarla.

¿Dónde estaba Marquise? ¿Qué demonios había sido de ella? ¿Por qué no estaba allí, que era donde tenía que estar? ¡Se lo había prometido! Le había dicho que no la abandonaría.

Aunque también Adam le había dicho algo similar y ahora no daba señales de vida.

Se estremeció, pero no de frío. Su temblor procedía del malestar que la carcomía por dentro y que no dejaba de susurrarle que ahí fuera podría haber pasado cualquier cosa. Pero, aunque así fuera, ¿qué podía hacer? ¿salir a buscarla por todo Londres? La mera idea se le antojaba estúpida y poco racional, especialmente si recordaba la promesa que le había formulado al marcharse.

Así que no le quedaba más remedio que seguir esperando, mientras lidiaba con sus propios fantasmas.

—Todo irá bien, señora. —La voz del señor Thomson, que en esos momentos bajaba del piso de arriba, la hizo sonreír. Tras él bajaban los dos mastines, con paso tranquilo a pesar de su juventud. No obstante, en cuanto la vieron al final del pasillo, con Brandon en brazos, corrieron a buscar una de sus caricias—. Sea lo que sea lo que le atormenta terminará por pasar. Siempre ocurre así. ¿Cuántas veces hemos lidiado con otras tormentas?

—Ya no recuerdo cuántas, señor Thomson. Ya son demasiadas —añadió, mientras acariciaba a uno de los imponentes cachorros, que se deshacían en gruñidos implorantes—. No dejo de preguntarme si mis equivocaciones suponen una ofensa tan grande para Él.

—No diga bobadas, el Altísimo no está enfadado con usted. Pero tiene poco tiempo para ocuparse de nosotros... y a veces nos descuida sin quererlo. Mas no tema, al final siempre nos escucha y nos manda lo que necesitamos.

—¿Y qué necesito, eh? Ni yo misma soy capaz de pedirle algo concreto. Estoy a la deriva y Él lo sabe. Quizá esté cansado de guiarme a la orilla —musitó con resignación, mientras se encogía de hombros—. No se preocupe, estoy cansada y digo muchas sandeces. Iré a dormir un rato con Brandon y luego comeré. Si alguien me requiriera... no dude en despertarme —continuó, con un deje de esperanza en la voz, mientras subía los escalones con lentitud, como si le costara abandonar el refugio que le proporcionaba el salón.

Quiso la casualidad que el sueño la alcanzara poco después, apenas se acurrucó entre las viejas sábanas. Sin embargo, su sueño no fue reparador ni tranquilo: incluso dormida alcanzó a escuchar el ladrido de los perros y también la voz alarmada e inquietante del señor Thomson, que gritaba y la llamaba, aunque esta no parecía ser siquiera real si no propia de una pesadilla. Al principio intentó despertar y poner orden, pero llevaba tanto tiempo sin conciliar el sueño que fue incapaz de mover los párpados. Las voces se disolvieron en un mar de onírico silencio, pleno de inconsciencia y de necesidad de descanso.

Un descanso que fue interrumpido un rato después, cuando una muy alterada Marquise irrumpió en la habitación y sacudió a la mujer hasta despertarla.

—¡Estás bien! —exclamó, sorprendida, mientras la obligaba a incorporarse. Después hizo lo propio con Brandon, que dormía plácidamente en su cuna—. Por el amor de Dios, Amanda, no puedes seguir aquí sola. Las cosas se están descontrolando mucho. Florence se ha vuelto loca de remate —gruñó.

—¿Qué pasa? ¿Qué...? —Amanda se frotó los ojos y trató de desquitarse del sueño, aunque aún sentía su velo sujeto a sus cabellos—. ¡Has vuelto!

Amando lo imposible (Saga Imposibles III) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora