Capítulo XIII, parte III

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Nora esperó a que Amanda desapareciera por la puerta para levantar la cabeza y mirar a Adam. Frunció el ceño. Apretó los labios. Dejó escapar el aire en forma de bufido y después le soltó bruscamente la mano. Adam se retiró, cortésmente.

—Es un completo descerebrado, ¿sabe? ¿Cómo se le ocurre arar el campo de atrás solo? ¿Es que se ha vuelto completamente loco?

Se oyó un sonoro bufido masculino y después el crujido de uno de los sillones. Nora le siguió con la mirada y cuando la sangre goteó sobre la alfombra emitió un quejido impregnado en incredulidad, que terminó en una sonora sarta de maldiciones.

—No, no estoy loco. Pero sé que ese campo tiene potencial y que ambas necesitáis el dinero. ¿De verdad creías que iba a quedarme con los brazos cruzados mientras vosotras os deslomáis? Qué poco me conoces, querida.

—Yo podría decir lo mismo —corroboró ella, mientras se apresuraba en limpiar, de rodillas junto al sillón, las diminutas gotas rubíes—. Porque si así fuera dejaría de llamarme <<querida>>.

Él sonrió, divertido, mientras se recostaba en el confortable sillón que había frente a la chimenea. Presionó la herida para evitar que siguiera sangrando y levantó el brazo para detener la hemorragia. Después miró a Nora y se mordió el labio inferior antes de contestar:

—¿Y quién dice que no lo hago?

Hubo un tenso silencio por parte de Nora, que se limitó a frotar con más ahínco. Adam se giró hacia ella y contempló su rostro crispado. Sintió una oleada de culpabilidad, pero la ahogó con ímpetu y carraspeó.

—Hay muchos tipos de amor, Nora —argumentó, suavizando el tono. Al ver que no contestaba clavó la mirada en las sombras del techo y respiró profundamente—. Ni siquiera quieres intentar ver más allá de lo que ves. Eres igual de terca que una mula. Pero algún día te darás cuenta y podremos hablar de todo esto. —Frunció el ceño al ver que ella seguía sin decir nada y finalmente se levantó—. ¿Qué pasa? ¿Ahora has decidido que tampoco merezco que me hables?

—Me marcho a finales de semana —contestó ella, con la mirada fija en la alfombra. Terminó segundos después y se incorporó poco a poco, hasta quedar de pie. Sus ojos verdes brillaron, desafiantes. Quiso añadir, además, que él tenía mucho que ver en su partida, pero no se atrevió a mentirle tan descaradamente. Además, descubrió, no estaba disfrutando tanto como pensaba con su expresión perpleja—. La señora me ha dado permiso.

Aquella revelación fue un jarro de agua fría para Adam. Su buen humor se desvaneció y fue sustituido por un dolor sordo en el pecho que le dificultaba la tarea de respirar. ¿Por qué ahora? ¿Por qué ella? ¿Por qué la suerte parecía esquivarle en todas las fases de su vida?

Apretó los dientes hasta que sintió dolor y después se giró para darle la espalda. Clavó los ojos en la pared y metió, cuidadosamente, las manos en los bolsillos. De inmediato sintió que la sangre volvía a correr por su muñeca, pero ya no le prestó atención. Suficiente tenía con asimilar la noticia.

—¿Por qué?

—¿Porque es amable y desea lo mejor para mí? —inquirió Nora con descaro e ironía, mientras volvía a acercarse a él. Chasqueó la lengua cuando él no le ofreció la mano lesionada, y tuvo que tironear de su brazo hasta que Adam cedió. La carne que rodeaba la herida se había hinchado y aún estaba húmeda de sangre. Desde donde estaba Nora se veía claramente el trozo de astilla incrustada, pero no se atrevía a intentar sacarla con los dedos.

—No. No me refiero a eso. Quiero saber por qué te vas. —Hizo una mueca de dolor cuando Nora presionó el trapo sobre la herida, pero sus ojos no se apartaron de ella. Por el contrario, pareció que su mirada se concentraba más en captar detalles y dibujar rasgos. A fin de cuentas, pensó, tarde o temprano se marcharía, y él solo contaría con aquellos recuerdos—. ¿Es por mi? ¿Tanto te incomoda mi presencia? —murmuró, cada vez más deprisa, más exasperado—. ¡Contesta, Nora, maldita sea!

Amando lo imposible (Saga Imposibles III) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora