Capítulo V
La imagen de Amanda y Adam, una vez más, causó una honda impresión en Nora. Abandonó rápidamente la habitación, cerró a sus espaldas y con el corazón en un puño, contuvo la bilis y el vómito. A pesar del malestar que la corrompía se apresuró a obedecer, así que rebuscó en la bodega hasta hallar una de las joyas que tenían allí guardadas. Sopló con vehemencia para quitar el polvo de años y después, la subió a la mesa. Sorprendentemente, encontró a la pareja allí y sumida en un hosco y avergonzado silencio, sirvió a ambos comensales.
La cena era una pantomima de la elegancia: pese a los platos de plata y las copas de cristal labrado, la comida dejaba mucho que desear. Apenas una sopa consistente y dos bandejas con pescados y guarniciones de verduras que despedían un olor muy agradable. El pan, una hogaza considerable, no era blanco, sino moreno. Lo único destacable en la mesa era el vino, añejo y potente, que enturbiaba la voz y calentaba el corazón.
Aún así, a ninguno de los dos pareció importarle la aparente pobreza de la mesa. Por el contrario, escuchó sus estómagos rugir de hambre al momento lo que, para su sorpresa, templó su nerviosismo y malestar. Incluso sirvió para que fuera consciente de que ella también estaba hambrienta. Por eso mismo se despidió con una torpe reverencia y abandonó la estancia en pos de una cena tardía y fría que compartiría con el señor Thomson.
El ambiente en el salón era cálido y afable, como la sonrisa satisfecha de los comensales. Apenas habían hablado mientras comían y bebían, porque ninguno sentía la verdadera necesidad de hacerlo. Habían pasado mucho tiempo juntos para entender los silencios el uno del otro y aunque no eran habituales entre ellos, supieron apreciar el instante.
Fue Adam quien, un rato después, relegó al olvido el sopor de la tranquilidad.
—Fuera lo que fuera lo que hemos comido estaba delicioso. ¿Puedo felicitar a la cocinera?
—Tendrás que conformarte con Nora y el señor Thomson. No tenemos cocinera así que son ellos los que se encargan de todo.
—Felicitaré a Nora cuando tenga ocasión, porque no tengo el placer de conocer al tal Thomson. ¿Quién es?
—Mi guardés —contestó ella, con suavidad, mientras doblaba pulcramente la servilleta—. Ayuda con las tareas de la casa y nos protege de ladrones y maleantes. O eso haría si fuera más joven.
—¿Y no deberías contratar a alguien más joven para semejante cargo? —Frunció el ceño, apoyó los codos sobre la mesa y la miró con preocupación—. Aquí, tan lejos de todo no sería de extrañar que intentaran asaltaros.
—¿Y qué iban a llevarse? —Amanda sonrió con amargura e hizo un gesto desdeñoso—. No creas que tengo gran cosa. Pero sí —musitó, tras un momento en el que respiró profundamente—. Necesitamos ayuda. Habíamos pensado en comprar un par de mastines, dos bestias lo suficientemente fieras como para que guarden nuestra seguridad.
Adam asintió, conforme.
—Mañana me encargaré de ello, no lo dudes. No voy a dejar que os pase nada, ni a ti, ni a Nora... ni al señor Thompson.
—No tienes por qué molestarte —contestó Amanda, con suavidad, camuflando en la medida de lo posible el alivio que sentía al escuchar esa afirmación. Lo cierto es que no había comprado los perros antes porque sus ingresos, a pesar de ser muy generosos, no llegaban para pagar todas las deudas que acarreaba a su espalda—. Pero te lo agradezco sinceramente. Estoy segura de que tú tienes mejor ojo para escoger a los dos perros adecuadamente. Aunque si me instas a ser sincera, estaríamos mucho mejor protegidos si tú te quedaras aquí —añadió, sin tapujos que adornaran sus palabras—. Juraría que encuentras este lugar muy agradable y que con el tiempo podrías considerarlo tu hogar.
—Amanda... por favor, otra vez no. Ya hemos hablado de esto muchas veces y sabes que no puedo quedarme, ni aquí... ni en Londres. —Suspiró, hastiado y se pasó el índice y el pulgar por el puente de la nariz—. Mis negocios me llevan a muchos países y me es imposible quedarme en un solo lugar. Ni siquiera por una mujer a la que aprecio.
Escogió esa última frase con especial cuidado. No era tonto, de ningún modo, y sabía que Amanda intentaba apretar el supuesto lazo que creía haber anudado en torno a él. Pero aunque ella se esforzaba en atraerle con las mieles de la estabilidad y del amor romántico, no era así como él lo sentía. Apreciaba mucho a Amanda, pues había sido su amiga y compañera durante los meses que había estado en Londres, pero nada más. Al margen de la pasión que suscitaba en él y el sincero cariño que la tenía, no sentía ningún deseo de establecerse formalmente con ella. En realidad, pensó, mientras la contemplaba beber, no quería establecerse con nadie. Él no era así. Nunca lo había sido... y muy posiblemente nunca lo sería. Amanda tendría que entenderlo tarde o temprano.
—Tienes razón, sé que estás ocupado —contestó Amanda, tras un tenso segundo de silencio—. Deberíamos retirarnos a descansar, mañana será un día duro para todos.
—Amanda... no seas tan severa conmigo. Sabes perfectamente que no te estoy mintiendo: mi vida es un viaje continuo. Y gracias a eso mantengo a muchas familias americanas. Tú más que ninguna otra deberías comprender lo que hago.
—Y lo hago, querido. Siento si mis palabras han sonado de otra forma pero... realmente deseo que pases más tiempo aquí. —Sonrió con dulzura, ahogando en su interior las palabras que realmente quería decir. ¡Anhelaba tanto que se quedara allí junto a ella y su hijo...! Pero no era idiota y sabía que proclamarle sus sentimientos reales solo lo alejaría de su lado así que optó, una vez más, por las amargas mentiras—. Me cuesta mucho que mis amantes vengan hasta aquí y supongo que pierdo la compostura al saber que pronto me quedaré sola.
Sonrió con ligereza, con una facilidad pasmosa que ocultó perfectamente su desazón y tristeza. Una tristeza que menguó poco después, cuando Adam se acercó, la besó cariñosamente en la sien y la instó a acompañarle a la cama.
Y aunque su corazón aún sangraba, dolorido y resignado , obedeció. Porque por encima de todo, necesitaba consuelo. Y le necesitaba a él.
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Amando lo imposible (Saga Imposibles III) COMPLETA
Ficção HistóricaCreyó que abandonar a su familia en pos del amor eterno le brindaría la felicidad que siempre había soñado. Sin embargo la vida es mucho más difícil de lo que Amanda Erbey, antigua duquesa de Berg, podría haber supuesto nunca. Ahora, tras el escánda...