Capítulo XXI, parte III

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—¿Dónde os habíais metido?

La voz de Adam detuvo los rápidos pasos de ambas mujeres, que se detuvieron bajo uno de los soportales para refugiarse de la lluvia y le miraron con seriedad.

—Los documentos del policía son totalmente ciertos —informó Amanda, con toda la frialdad que se había apoderado de ella tras el minucioso análisis de la situación que habían llevado a cabo en el camino de regreso—. Charlotte es mi hermana gemela. Al parecer nacimos a la par y estuvimos juntas algunos años. Pero... digamos que nuestra historia no terminó bien exactamente. —Sonrió sin ganas y se apartó el pelo húmedo de las mejillas, mientras le narraba todo lo que había acontecido en casa de sus progenitores, aunque se aseguró de no contarle toda la verdad: no mencionó la fuente de la riqueza de sus padres, como tampoco habló del apasionado alegato de Marquise ante sus padres. Se limitó a darle las claves de los hechos y lo demás se lo guardó para sí misma.

Amanda se estremeció de frío y no se apartó cuando los brazos de Adam rodearon su cuerpo. Su contacto se le antojó lejano e insoportablemente cordial, muy alejado del que habían vivido una vez, tiempo atrás, pero dejó aun así que fuera él quien la guiara por las calles, de regreso al hostal.

La vuelta al refugio se vio envuelta por el silencio, el cansancio y las dudas que se empeñaban en relucir incluso en esos momentos de calma antes de la tempestad. Sorprendentemente, la que más sufría en esos instantes no era Amanda, que se esforzaba por mostrarse serena mientras hablaba en voz baja con Adam, si no Marquise y esa manía suya de anteponer la felicidad de otros a la de sí misma.

Viendo a la pareja así, tan dolorosamente juntos, no podía evitar preguntarse qué papel era el suyo en aquella situación. Decirse mentalmente que amaba a Amanda más que a la vida misma no solucionaba nada, pero cuando la observaba, cuando verdaderamente la veía, sin ese yugo de responsabilidad que siempre llevaba, era lo único que podía hacer.

Era perfectamente consciente de que a pesar de todo lo que le había dicho a Amanda en las últimas horas, jamás dejaría que ella cediera del todo. Si bien era cierto que deseaba que las cosas fuera diferentes, también era lo suficientemente lista como para saber que había situaciones que nadie podría cambiar, por mucho que le escociera.

Y por desgracia, el amor que se podían profesar dos mujeres no era más que un deseo imposible o una quimera difícil de creer. Por eso mismo, pensó, mientras acariciaba la curva de sus labios con la mirada, dejaría que se marchara con Adam cuando lo requiriera la situación. Se apartaría con elegancia y dejaría que se llevara todo de ella, pues necesitaría fuerzas para sobrevivir en ese mundo de mentiras y crueldad donde se había acostumbrado a vivir... pero en el que ella no se veía. Ya había combatido lo suficiente en aquella lid y estaba poco dispuesta a guerrear de nuevo con la sociedad, especialmente si Amanda encontraba su lugar en otra parte.

¿Era, acaso, un acto egoísta? ¿O era, por el contrario, un gesto de total entrega, de amor desinteresado?

Se estremeció al pensar en que ambas opciones tenían peso en su raciocinio y se preguntó, resignada, si lograría deshacer el nudo antes de que la tormenta que Florence preparaba les estallara en la cara.

—¿Y bien?

La voz de Adam resquebrajó la burbuja en la que andaba sumida Marquise, obligándola así a regresar a la realidad: el aire húmedo y los truenos horadando el cielo, el cercano resplandor dorado que arrojaba la ventana del hostal, el pálido semblante de Amanda y sus labios azulados.

Suspiró.

—De los vestidos puedo encargarme yo —aceptó. A pesar de haber regresado sumida en sus pensamientos, una parte de sí misma estuvo siempre pendiente de lo que Amanda le contaba a su antiguo enamorado. Hablaron de lo había pasado en casa de sus padres y de cómo estos les habían confesado la verdad acerca de lo ocurrido con su hermana. También había escuchado retazos de la conversación que vino después, en la que Adam recalcó que la única manera de entrar en la casa era por la puerta principal, con todos los demás, pues las medidas que había tomado Florence para el evento eran cuantiosas... y peligrosas—. Tengo muchas cosas en casa que servirán, no tenemos que regresar a Ibstone. ¿Y después? ¿Qué haremos después?

Amando lo imposible (Saga Imposibles III) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora