Capítulo XVII, parte II

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Marquise y Amanda regresaron a Goldenleaves en cuanto el sol se levantó un poco. Cerraron la tienda, alquilaron un carruaje y se alejaron de la corrupción de Londres al brioso paso del cabriolé.

Tardaron un poco más de lo acostumbrado en llegar pero a cambio disfrutaron de la explosión primaveral que ya serpenteaba por todos los campos. O, al menos, eso fue lo que hizo Marquise. Amanda, en cambio, sucumbió al traqueteo del carruaje y se quedó dormida, recostada incómodamente contra el lateral.

Se la veía agotada, casi rendida. Y no era de extrañar si se tenían en cuenta las circunstancias, la cantidad de pruebas que el Señor estaba poniendo en su camino.

No era justo en absoluto y no entendía qué maldad habría cometido Amanda para ser sometida a tanta rabia y desprecio. ¿Cómo podían atosigarla así, hasta el extremo y el exilio? Hacía tiempo, pensó, mientras dejaba de mirar por la ventana para clavar sus ojos en la mujer que tenía al lado, que no veía un escarnio público tan malintencionado.

¿Cómo podían? Si solo pudieran ver cómo era en realidad... Si dejaran de ser tan condenadamente ciegos entonces quizá apreciarían la mujer que tenían delante: una mujer fuerte, resistente. Y valiente, eso por encima de todo.

Marquise se estremeció al sentir una oleada de ternura reverberar por sus terminaciones nerviosas. Su pausado latido se encendió, repentinamente animado, y ella chasqueó la lengua, molesta consigo misma.

No era la primera vez que sentía algo parecido. Su vida había estado llena de ese placer que debiera ser eterno y que en ella se tornaba efímero. Sus días se habían enmarcado en relaciones pasionales y frías y en versos que solo vibraban si había unas libras de por medio.

No obstante, la idea del amor romántico no le era desconocido. Ella también había amado, por supuesto, y había amado con intensidad. Aunque todo parecía palidecer cuando comparaba el leve cosquilleo en la boca del estómago que sentía al mirar a Amanda con cualquier otro momento vivido.

Tragó saliva y, nerviosamente, sacó un cigarrillo de su bolso. Lo encendió con las cerillas que siempre llevaba e inhaló el humo mientras clavaba la mirada en el camino que las conducía a Goldenleaves.

Ojalá Amanda no hubiera sido Amanda, pensó, al notar un nudo en la garganta. Ojalá hubiera sido cualquier otra. Así al menos hubiera disfrutado un poco de lo que sentía , pues así hubiera alimentarse de ese sueño. Pero con Amanda no podía ni soñar, pues incluso eso era demasiado pedir.

—¿Dónde estamos?

La voz de Amanda sacó a Marquise de su ensimismamiento. Se giró en su dirección y le dedicó una media sonrisa.

—No creo que tardemos mucho más. ¿Te encuentras mejor?

Amanda hizo una mueca al escucharla y se frotó los ojos con las manos. Después se asomó y echó un rápido vistazo al paisaje verde que las rodeaba.

—Sí —contestó, vagamente, mientras se acomodaba de nuevo en el asiento—. No tengo más remedio. Brandon sigue necesitando a su madre.

Una punzada de dolor aguijoneó el corazón de Marquise, que sonrió con ternura y apretó su mano mientras exhalaba el humo.

—Y yo sigo necesitando una amiga —afirmó y apartó la mano. Volvió a darle una calada al cigarrillo y clavó la mirada en los altos robles que crecían junto al camino.

Una amiga. Eso es lo que debía de ser. Eso era lo que ella necesitaba, lo que le había pedido y lo que le daría.

Además, pensó, mientras exhalaba el humo y agradecía que el caballo se detuviera frente a la casa, ya era mayorcita para ilusionarse con esas cosas. Así que hizo un enorme esfuerzo para sonreír y ayudó a Amanda a salir del carruaje. Después pagó al cochero y ambas entraron en la casa.

Amando lo imposible (Saga Imposibles III) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora