Dos semanas.
Dos semanas habían tardado en coser el vestido de la señorita Loretta Mason.
Dos semanas de dedos pinchados y gotas de sangre en forma de lágrima, que no habían manchado el delicado tejido que conformaba la pieza.
Dos semanas de sueños desvelados, conversaciones de madrugada y risas agotadas y difuminadas en una oscuridad iluminada de raquíticas velas.
Nora sonrió al pensar en el transcurso de esos días. Guardaba buenos recuerdos de ellos, lo cual, curiosamente, suponía una novedad en su rutina. ¿Quién iba a pensar que, al final, las cosas se encauzarían de una manera casi correcta? Aún había mucho que corregir, mucho que esconder... pero, pensó, mientras miraba el huerto con aire soñador, habían encaminado los pasos hacia una misma dirección.
Todos ellos.
Incluso el demonio americano, que ahora parecía ser menos diabólico y más humano, aunque ella tampoco confiaba en los humanos.
Lo cierto era la convivencia entre los tres había mejorado con la llegada del trabajo. Adam y Amanda ya no buscaban el roce el uno del otro, lo que les permitía abordar ciertos temas con mayor entereza. Aunque, de todos modos, tampoco habían tenido tiempo durante aquellas dos semanas de hacer algo que no fuera trabajar: el huerto empezaba a teñirse de verde, había que educar a los perros, arreglar las goteras, hacer inventario de las provisiones, que ahora se almacenaban cuidadosamente en la alacena, remendar sábanas y orearlas, y emprender una épica cruzada contra los ruinosos establos.
Y después... estaban Brandon y el vestido.
Quizá lo primero fuera lo más extraño, pues tras la confesión de Amanda y aquel cruce de miradas entre Adam y ella misma, la relación había tomado otros derroteros, unos que, por cierto, a Nora no terminaban de convencerle.
Apretó los labios al pensar en sus inocentes acercamientos y sacudió la cabeza cuando una parte de su mente le recordó que era mejor así: las cosas ahora iban bien, para todos, y tenía que agradecérselo a él, en cierto modo.
—¡Nora! —llamó Amanda desde la salita, con el timbre de voz ligeramente más agudo y vibrante que de costumbre, lo que provocó que su corazón diera un vuelco, aterrado. Odiaba las cartas, las noticias y todo aquello que tuviera que ver con su feliz desconocimiento. De golpe, aquellas dos semanas de paz se convirtieron en un refugio, en un pequeño santuario al que volver, aunque fuera solo en recuerdos, cuando la cosa se torciera.
Si es que se torcía, claro, porque tras los últimos acontecimientos y su golpe de suerte ya no sabía a qué límite de la vida aferrarse.
Nora entró en la salita con la mirada turbia de miedo. Sus dedos, largos y blancos, se sujetaron al picaporte de la puerta y empujaron esta hacia dentro. En el interior de la habitación se encontró solo a Amanda, con la mirada clavada en una apretada nota que parecía no querer soltar.
—¿Ocurre algo, señora? —se atrevió a preguntar, tras un largo minuto de dudas—. ¿Va todo bien?
Amanda no contestó inmediatamente, pero después dejó la carta cuidadosamente ordenada junto a las demás y levantó la mirada, límpida y cálida, casi teñida de ilusión.
—He encontrado el local perfecto —susurró, como si estuviera conspirando y no quisiera que nadie se enterara de sus secretos—. Y es barato a pesar de la zona, mira —murmuró felizmente y sacó de un cajón un fajo de fotografías y pagarés. En otro de los documentos se podían leer las condiciones de alquiler del local, pero no le enseñó nada de eso a la joven. Sabía que no lo entendería y prefería ser ella quien le enseñara todo. Hizo un gesto entonces para que Nora tomara asiento a su lado, y solo así le presentó las fotografías: la primera de estas, oscura y deprimente, mostraba la elegante fachada de un edificio blanco. Se veían también varios ventanales en este, sobre el local, pero no hizo mención a los dos abogados que trabajaban allí. Se limitó a dar varios golpecitos sobre el papel, hasta que no pudo contener las palabras—. He pensado en un nombre ya —dijo, conspiradoramente, ahogando una risita tras su sonrisa—, Marcus dice que deberíamos encargar los rótulos en cuanto crea que estoy segura. He pensado en llamarnos <<El botón de jade de lady Erbey>>. Creo que suena muy elegante.
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Amando lo imposible (Saga Imposibles III) COMPLETA
Historical FictionCreyó que abandonar a su familia en pos del amor eterno le brindaría la felicidad que siempre había soñado. Sin embargo la vida es mucho más difícil de lo que Amanda Erbey, antigua duquesa de Berg, podría haber supuesto nunca. Ahora, tras el escánda...