Capítulo XIX, parte I

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Capítulo XIX

Alexander estaba acostumbrado a los gritos. A lo largo de su vida había escuchado muchos, demasiados, quizá, para los años que tenía.

Aún los recordaba.

En su memoria coexistían una amalgama de recuerdos y voces que se superponían, pero que bastaba un poco de atención para reconocerlos todos: gritos de su madre y de su padre. De su hermana en el parto. Y luego, de la guerra. Gritos de dolor, de agonía. Gritos de rabia. Gritos que, a veces, eran propios.

Había aprendido a vivir con ello. Le había costado aguantar cuerdo los primeros años de su existencia, pero con el tiempo... lo había asumido como algo que le hacía quien era. Por eso, tras ingresar en la policía de Scotland Yard, le fue mucho más fácil ignorarlos... y también provocarlos.

¿Por qué, entonces, estaba a punto de volverse loco con los chillidos absurdos de Charlotte y Baptiste?

—¿Estás bien?

La voz de Florence hizo que la piel se le erizara. La vergüenza que había intentando ocultar durante los últimos quince minutos reapareció con fuerza. Con tanta que, finalmente, se levantó de la cama y cogió su ropa interior. Empezó a vestirse con calma, sin ápice de prisa, aunque lo único que deseaba era salir de allí.

—¿Álex?

—Sí —siseó—. Estoy bien.

En realidad, no lo estaba. Toda aquella situación le estaba desquiciando, aunque aún intentara convencerse de que estaban haciendo lo correcto. Los planes que habían desarrollado durante los últimos días se habían iniciado con éxito: el vestido de Charlotte sobre la cama, la verdad sobre la paternidad del niño de Amanda, la carta a los duques de Rutland en el que se les informaba del precio que debían pagar si querían que nada referente a sus hijas saliera a la luz... Todo. Y mucho más. Oleadas de remordimiento al escuchar a sus huéspedes forzosos. Había en sus gritos un algo que le helaba por dentro y que le estaba matando.

Así que dada esa situación interna que le estaba consumiendo, pensó, mientras apretaba la mandíbula, era completamente normal que no se le hubiera levantado.

¿Qué clase de monstruo sería si pudiera excitarse en ese contexto? Era ella, pensó, con rabia, quien tenía la culpa de todo eso.

—Álex... sabes que no pasa nada, ¿verdad? —preguntó Florence, con suavidad, con expresión abatida, mientras también se levantaba de la cama—. Es normal que, a veces...

—¡No sigas! —interrumpió rápidamente él y se giró hacia ella—. ¡Por supuesto que es normal! ¡Por el amor de Dios! ¡¿Acaso no les escuchas?!

El rictus de Florence se hizo más evidente a medida que se vestía. Bajo sus ojos se veían las ojeras que se esforzaba por maquillar, pero que ya eran perfectamente visibles.

A ella también le estaba pasando factura todo aquello. La constante tensión de la sucesión de días, gritos y de ese esbozo de realidad que se esforzaba en perseguirla estaban consumiéndola día a día. Incluso en su casa, con Edmond, se sentía vigilada.

¡Y eso estaba volviéndola loca!

Se estremeció y ahogó un gemido derrotado. Sorbió por la nariz de manera muy poco elegante y le miró, con los ojos llenos de lágrimas.

—¡¿Cómo no voy a escucharlos?! —preguntó, en respuesta, con la voz llena de rabia—. ¡Es lo único que oigo últimamente!

—¿Y qué demonios esperabas? ¿Que les arrancara la lengua y me hiciera una corbata con sus cuerdas vocales?! ¡Baptiste era un buen amigo! —exclamó y miró a Florence, que seguía a medio vestir. Su cuerpo blanco y suave seguía siendo tentador, pero ahora ya no era tan cegador como antes—. ¿Sabes lo que voy a tener que hacer con él? —preguntó mientras se acercaba a ella y la cogía bruscamente de los antebrazos—. Cuando todo esto acabe... cuando ya no le necesitemos, tendré que volarle la cabeza. Porque solo así tú y yo podremos coger el dinero de los duques de Rutland y salir de Londres como si nos persiguiera el mismo demonio. ¿Lo entiendes? ¿Te das cuenta de hasta dónde ha llegado todo esto?

Amando lo imposible (Saga Imposibles III) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora