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Silvia Coleman no fue la única en darse cuenta del extraño comportamiento de los animales. Zack también se percató de ello.

No era el único veterinario del pueblo, Eph Quinto era otro excelente doctor y tenía mucho más tiempo en el pueblo, pero Zack contaba con un apodo que se conocía en el pueblo con la gente mayor del pueblo, esto debido a que Abraham Miller era también veterinario. Cuando Zack volvió al pueblo a vivir en la deteriorada casa que otrora pertenecía a sus padres, algunos conocidos de su progenitor se le acercaron para brindarle su apoyo, entre ellos había un hacendado, Lincoln Rodgers, el cual era la persona con más ganado de ambos pueblos. Al ser amigo íntimo de su padre, desde el momento en que ambos estudiaban en la primaria hasta la fecha de la muerte de Abraham, el acaudalado señor Lincoln, le encargó el cuidado y monitoreo de la salud de sus animales a Zack, ofreciendo una buena paga.

Miller, como casi todas las mañanas, había recibido la llamada de Rodgers.

Zack pensaba en su esposa y en la situación que pasaban desde hacía dos años. Ese era el regular pensamiento que tenía todas las mañanas y todas las noches, uno acompañado de la culpa y la vergüenza, pero que aún con todo eso, y con la conciencia palpitándole tal como una herida mal atendida, no podía cambiar su comportamiento. Esto aun sabiendo que Mia sufría y se alejaba más y más de él. El motivo de su inacción no era provocada por una falta de amor, Zack amaba con toda su alma a su esposa. Contradictoriamente, la indiferencia y la apatía que irradiaba eran porque la amaba.

La noche anterior estuvo a punto de explicarle todo, pero algo había pasado, él lo había comprendido desde que escuchó la voz... esta era extraña. Llenaba todo el espacio, pero no pertenecía a él. Zack comprendía que eso era imposible, pero tenía la certeza de que era así. El médico que había visto dos años y medio atrás le había comentado que después de cierto tiempo, las alucinaciones auditivas y visuales iban a ser más recurrentes después de un tiempo, una vez en esa etapa, solo era cuestión de tiempo para...

La voz había sido clara, pero inconexa, repetía silabas de una forma extraña y gutural. Si había un modo de describir el sonido y el timbre "vocal" era como el de dos maderas que se frotaban entre sí, o el de las cuerdas de una escoba demasiado vieja al rozar una superficie pedregosa.

Thus... Ak'zagghat... Myr-zagh... Myr-zagh... ¡Myr-zagh! ¡MYR-ZAGH!

Ya antes había sufrido algunas alucinaciones de ese estilo, pero nunca una como esa. La frase parecía repetirse una y otra vez en su cabeza, y no era posible hacerla callar. Cuando escuchaba algo que no existía o veía algo que no se encontraba ahí, el cerrar los ojos y contar hasta cinco por lo regular culminaba con la fantasía.

Había hecho ese procedimiento unas trescientas veces desde ayer.

Era como si su mente fuera un receptor de onda larga, el cual recibía un mensaje que se repetía una y otra vez. Pero esa frase a veces cambiaba, y cada vez era menos audible, tal y como si el emisor se alejara poco a poco por el espacio. Recordó la película de El Octavo Pasajero, donde el cadáver de un ser extraterrestre apretaba de forma perpetua una advertencia.

El teléfono sonó, rompiendo con un sobresalto la atmosfera que de una u otra forma se había vuelto tenebrosa. Quien estaba del otro lado de la línea era Lincoln, pero parecía que estaba en medio de un ataque asmático, pues su respiración era acelerada y su garganta carraspeaba.

—¿Qué pasa? —Preguntó Zack.

—Es un maldito desastre, Z. Casi todos los malditos animales... —La voz de Rodgers era grave y ronca. Sobreponía cada palabra con la siguiente. Miller casi no había escuchado a Lincoln de esa forma, pero suponía que estaba más que furioso.

Tan Profundo como el VacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora